Siete.

A Minseok le dio la impresión de que solo había dormido unos minutos cuando sonó su teléfono móvil. Alargó el brazo a tientas, lo cogió de la mesita de noche y lo abrió.

—¿Diga?

—Te has ido.

—¿Qué? Ah… Luhan.

—¿Por qué?

Se apartó el pelo de la frente, tratando de reactivar su cerebro. ¿Por qué se había ido? Recordaba la calidez de su gran cama, de su cuerpo a su lado, de la comodidad de su presencia. Recordó asustarse al sentir lo mucho que le gustaba estar ahí. Lo mucho que necesitaba estar ahí con él.

Se le aceleró el pulso y se le desbocó el corazón.

—Es que… tenía que irme.

Al otro extremo de la línea, él suspiró. O quizá fuera un resoplido de irritación.

—Minseok, deberíamos hablar de esto.

—¿Porque es parte de tu trabajo como dominante?

—Es parte de mi trabajo. Eres mi responsabilidad después de una sesión de juego. Necesito saber que estás bien antes de irme.

—Pero si el que se ha ido he sido yo.

—Sin consultármelo.

La rabia lo consumía por dentro.

—Ya te lo dije: no soy un esclavo.

—No, pero si existen reglas es por algo, independientemente del nivel que tengan los juegos. Es para mantenerte a salvo.

—Estoy a salvo, gracias.

Él se quedó callado un momento. Luego añadió en un tono que dejaba claro su enfado:

—Joder, Minseok. Reconozco que eres muy fuerte y muy capaz en tu vida diaria. Pero estas gilipolleces no se aplican aquí. No cuando te entregues a mí. No cuando yo te llevo a ese sitio donde no eres capaz de tomar decisiones o de velar por tu bienestar. Y eres demasiado nuevo en esto para evaluar cuándo salir y marcharte.

¿Tenía razón? En ese momento no sabía decirlo. Seguía muy cansado.

—¿Has oído lo que te acabo de decir?

—Sí, te he oído. Estoy… pensando.

—Bueno, pues piénsalo bien. No pienso jugar con una persona que no respete las reglas que yo pongo. Y una de esas reglas es que yo decido cuándo estás bien para quedarte solo.

—¿Por qué estás tan enfadado? Estoy en casa, en la cama. Estaba durmiendo o, al menos, intentándolo, hasta que has llamado. Está claro que estoy bien.

—¿Lo estás de verdad?

—Sí. —La mentira le salió demasiado deprisa.

—¿Es tu primera experiencia con juegos de dolor en un club fetichista y estás bien? ¿No estás confundido por lo que te ha pasado, no te resulta difícil aceptar tu respuesta, tus deseos, aunque sean la antítesis de lo que eres normalmente?

—Yo no he dicho eso.

—No. No hace falta. Mira, Minseok, hace mucho tiempo que hago esto. He desarrollado cierta intuición, entiendo las transiciones por las que pasa la gente al entrar en este mundo; eso es parte de lo que hace un buen dominante. Y yo soy muy bueno en lo mío, así que eso que me dices de que estás bien y que no estás afectado por lo de anoche es una gran gilipollez.

—Yo no he dicho que no me afecte.

—Estás racionalizando las cosas.

Minseok se mordió el labio y jugueteó con el ribete del edredón que tenía entre los dedos.

—Pues quizá sí. Es mi respuesta habitual a… bueno, a prácticamente todo.

—Pues tendrás que llegar más al fondo de todo esto si de verdad quieres experimentarlo.

Minseok se enfadó. Sabía que acababa de activar su mecanismo de defensa y no le importaba.

—Yo no he dicho que… Solo quiero investigar un poco para mi libro, Luhan. ¿Hasta dónde tengo que llegar para hacerlo?

—Pues hasta donde te lleven tus deseos. Hasta donde tú quieras llegar.

—No sé dónde es eso, ¿sabes?

—Está bien.

—Bueno… ¿Qué?

—He dicho que está bien.

Pensaba que él discutiría. Que no lo hiciera lo hizo sentir algo ridículo. Inspiró hondo, soltó el aire y dejó que, con él, se fuera gran parte de la rabia. —Siento haberme ido —dijo, aunque a regañadientes.

—De acuerdo.

—¿Por qué estás tan comprensivo de repente?

—Soy comprensivo porque siempre lo soy y ya no quiero estar enfadado. ¿Te desconcierta?

—Sí. —Le molestaba mucho reconocerlo. Le fastidiaba que eso lo hiciera sentir débil.

—Entonces es que sigo haciendo mi trabajo.

—¿Reconoces que hacer jueguecitos mentales es parte de lo que haces?

—Jugar con la mente es una parte inevitable del proceso. Es uno de los motivos por los cuales no deberías quedarte solo después de una escena así hasta que yo confirme que estás bien. Porque, en parte, lo que te pasa ahora por la cabeza es resultado de hacer estas cosas por primera vez. De haber cambiado la percepción que tienes de ti mismo, de tus deseos y de tu sexualidad. No todo lo he infligido yo. Y cada persona que entra en la escena BDSM experimenta algo así en cierta medida. Hasta que sepa cómo de extrema es tu reacción ante estos juegos, es mi responsabilidad cuidar de ti y asegurarme de que estás bien. Y eso no lo puedo hacer bien desde la otra punta de la ciudad.

Minseok soltó el edredón.

—Está bien. De acuerdo. Lo entiendo.

—Me alegro, porque tenemos que estar de acuerdo con estas cosas o no volverá a pasar más. Si es que todavía quieres… ¿Quieres hacerlo o ya has terminado con esto y conmigo?

Parte de Minseok le gritaba que le colgara y no volviera a verle nunca más pero no podía hacerlo. Era imposible.

—No, no he terminado.

—De acuerdo, pues entonces vuelve aquí esta noche.

—¿A tu casa?

Los nervios y la excitación lo embargaron a partes iguales.

—Sí. Hoy a las ocho —dijo él en voz baja y con suavidad aunque el deje autoritario quedó bastante claro—. Coge un taxi. Yo lo pago.

—No será necesario.

—Sí, lo es —insistió y Minseok supo por el tono que era mejor no seguir discutiendo.

Le temblaba todo el cuerpo del deseo y solo por el tono de su voz. Un control absoluto. Órdenes. No lo soportaba pero tampoco podía negarse.

—Bien. Allí estaré.

—Muy bien. Escucha, Minseok.

—¿Sí?

—Prepárate porque no volverás a irte hasta que yo te lleve a casa. ¿Me has entendido?

Él se quedó callado un momento y se pasó la mano por el pelo. Tenía ganas de rebelarse pero le parecía una estupidez hacerlo en ese momento así que se contuvo.

—Sí. Entendido.

—Y ven con hambre. Voy a darte de comer. Para hablar.

—¿Qué?

—Hablar es parte del proceso. Pensaba que eso ya había quedado claro.

—Sí, claro. Pero pensaba que como ya… habíamos empezado… —Dejó la frase a medias porque no sabía cómo continuar.

—¿Pensabas que como ya habíamos empezado con los juegos no quedaba nada más por descubrir el uno del otro? Acabamos de empezar el viaje, Minseok. Nos vemos esta noche. No llegues tarde.

Luhan colgó y Minseok cerró el móvil; temblaba todo entero de los nervios y del deseo. Tenía un hambre irresistible y, a la vez, seguía un poquitín enfadado.

Se había metido en un buen lío con este hombre. Un lío del que ahora no podía salir. Era como si se hubiera metido en una camisa de once varas, pero la camisa lo hubiera escogido él mismo. Ahora lo único que podía hacer era llevarla puesta con la mayor dignidad posible.

~°~

La casa de Luhan estaba exactamente como la recordaba: sorprendentemente acogedora, con un porche amplio en la entrada y una luz dorada que se filtraba por entre los postigos de las ventanas.

Le había llamado cuando estaba a unos minutos de distancia, tal como le había pedido él por correo electrónico al poco de hablar por teléfono, y lo estaba esperando en la acera. Lo único que distinguía de él era su silueta alta que recortaba la luz proveniente del interior de la casa.

Tenía la espalda ancha. Lo imponente de su figura lo impresionaba. No podía explicárselo pero lo hacía sentir más deseado. Y aún más cuando le tendió la mano para ayudarlo a salir del taxi.

—Buenas tardes, Minseok. Me alegro de que hayas venido.

—Ya… yo también.

Era verdad. No valía la pena seguir cuestionando eso.

Él siguió cogiéndole de la mano mientras subían los escalones que llevaban a la entrada de su casa y solamente se la soltó para ayudarlo a quitarse el abrigo.

—Estás precioso —le dijo con una mirada intensa y escrutadora, y a Minseok se le encendieron las mejillas.

—Gracias.

Nunca se olvidaba de decirle lo guapo que era cada vez que lo veía. No necesitaba oírlo cada vez pero era agradable de todos modos.

Él estaba más apuesto que nunca; llevaba el pelo algo despeinado y le entraron ganas de peinárselo con las manos. Esta noche vestía más informal; llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta negra que se ajustaba perfectamente a sus hombros y a los músculos del pecho. Hoy más que nunca parecía un chico malo, junto con los tatuajes. Salvo que no tenía nada de chico.

—No soy el mejor cocinero del mundo pero preparo una pasta bastante aceptable. ¿Tienes hambre?

—Un poco.

Entonces reparó en la calidez de la casa y en el aire que traía el rico aroma de la comida al fuego.

—Acompáñame a la cocina. Está casi lista.

Minseok le siguió por un pasillo corto hasta la parte trasera de la casa y cruzaron una puerta. La cocina era un espacio grande en el que habían conservado la arquitectura original si bien las encimeras de granito, los armarios de arce y los electrodomésticos de acero eran completamente nuevos. Era moderna pero, al igual que el resto de la casa, infundía una sensación de comodidad. La pasta que hervía en la vitrocerámica despedía un agradable vapor y hacía que la cocina fuera aún más acogedora.

Entonces sonó un timbre y se sobresaltó.

—No te pongas nervioso, solo vamos a cenar. Por ahora, al menos.

—Yo no… Bueno… Tienes razón. No me gusta nada estar tan agitado. Me hace sentir como si no tuviera control de mí mismo ni de cómo respondo. Sin embargo, supongo que para mí abordar este conflicto interno forma parte del juego de poder. Empiezo a darme cuenta de eso.

—El juego de BDSM más fuerte suele conllevar la aparición de estas sensaciones. No es tan infrecuente. Y tampoco es una cosa mala.

«BDSM más fuerte.» ¿Era eso lo que hacían? Se puso tenso y sintió un escalofrío de placer al pensar en lo que habían hecho juntos la noche anterior.

—Intenta relajarte mientras cenamos. —Luhan se dio la vuelta y, con un tenedor, comprobó cómo estaba la pasta—. Ah, esto ya está. Sírvete una copa de vino si quieres. —Se detuvo, levantó la vista y Minseok se quedó impresionado, una vez más, al ver el brillo de sus ojos—. Pero solo una. Juego y embriaguez no son una buena mezcla.

Él asintió con la cabeza y dijo:

—Gracias.

Cogió la botella de tinto que aguardaba abierta en la encimera para que el vino respirara un poco y miró la etiqueta. Luhan tenía un gusto excelente en cuanto a vinos, aunque no le sorprendía. Cogió una de las copas que había junto a la botella y la llenó hasta la mitad. No quería comprometer sus sentidos. Esta noche no.

—¿Te pongo un poco, Luhan?

—Sí, gracias.

Lo hizo y le pasó la copa. Él lo miró por encima del borde mientras tomaba un sorbo.

—Lo haces bien.

—¿Qué hago bien?

—Servir.

—No son más que buenas maneras.

—Tal vez.

—Lo dices para provocarme.

Él sonrió antes de darse la vuelta para atender el fuego. Vio cómo retiraba el cazo, vertía la pasta en el colador, la servía luego en una bandeja y, por último, le echaba por encima lo que parecía salsa marinera de una sartén que también estaba en la vitrocerámica.

Cayó en la cuenta entonces de lo raro de la situación: él cocinando para Minseok y sentándose a cenar y a comer como gente de lo más civilizada, a pesar de lo que tenían pensado hacer entrada la noche. Y era un poco emocionante. Quizá más que un poco, tuvo que reconocer cuando se imaginó desnudo acatando las órdenes de Luhan una vez más. Notó un escalofrío de deseo en el vientre.

—La cena está lista. Vayamos al comedor. Hay ensalada y pan en la mesa.

Minseok le siguió por otra puerta y llegaron al comedor. El suelo de madera refulgía a la luz de las docenas de velas encendidas por todo el salón, encima de la mesa de roble y en el aparador antiguo. La mesa estaba puesta con sencillez: había platos de cerámica en tonos terrosos, servilletas de lino de color beige y pan en una cestita de mimbre. En el centro de la mesa había un cuenco de bronce que, inesperadamente, estaba lleno de agua y camelias flotantes.

Luhan dejó los platos y al instante se dio cuenta de que le había retirado la silla y esperaba a que se sentara. Así lo hizo él y dejó que le acercara la silla a la mesa, maravillándose por la cortesía de su anfitrión. Con eso la velada parecía demasiado normal, incluso, cuando estaba claro que no lo era.

—¿Así es como va todo siempre?

—¿A qué te refieres?

Él se sentó presidiendo la mesa y se colocó la servilleta en el regazo.

—Pues como si fuera una cita.

—¿Acaso no lo es, acabe la noche o no en tu puerta y yo dándote un casto beso en los labios?

—No lo sé. ¿Lo es? ¿Es eso lo que estamos haciendo?

Él se quedó callado un momento mientras cogía un trozo de pan y lo partía en dos. Minseok se distrajo con el movimiento de sus manos. Parecían muy fuertes, como si pudieran partirlo a él también si quisiera.

Se estremeció.

Al final, Luhan repuso:

—Lo que hacemos es conocernos mejor. ¿Hago esto con las demás personas con las que juego? Sí. A veces. Depende de si es una noche de juego casual en el club o algo más serio. Y con «serio» me refiero a que se prolonga en el tiempo.

—Has sentido la necesidad de aclarar eso.

—¿Aclarar el qué?

—Que lo de «serio» no se refiere a una relación seria.

—No soy una persona de relaciones. No en ese sentido. ¿Era eso lo que querías saber?

—No era más que una observación.

—Ah. —Probó un poco de pasta y masticó—. ¿Qué te parece la cena?

—Pues aún no lo sé, pero el vino está muy bueno.

—Come un poco.

Minseok sabía que él estaba evitando la conversación, pero no le importaba. Él tampoco buscaba una relación. Probó la pasta, que estaba tierna y deliciosa.

—Sabes cocinar.

Él sonrió; parecía satisfecho consigo mismo y levantó la copa como si fuera a hacer un brindis.

—Sí, sé. ¿Y tú?

—En verdad soy un cocinero horrible. Pero se me da muy bien pedir comida por teléfono. No me gusta tener que parar lo que sea que estoy haciendo por asuntos insustanciales cuando escribo, así que tengo mis restaurantes preferidos grabados en la marcación rápida.

—La comida no es algo insustancial.

—Bueno, es necesaria…

—Necesaria no quiere decir que no se disfrute. El sexo también es necesario.

—Tienes razón. Tal vez es que he aceptado que no sé cocinar. Prefiero sentarme a disfrutar de la comida que ha preparado otra persona.

Él sonrió y volvió a alzar la copa.

—Algunos somos más activos en nuestras funciones que otros.

Minseok no pudo evitar sonreírle.

—Te gusta remarcar eso, ¿verdad?

—Me has pillado. —Se calló y sonrió—. Y tú estás más cómodo conmigo esta noche.

—Sí… debe de ser el vino pero sí, estoy más relajado. Quizás es porque estamos aquí sentados, hablando de lo más normal.

—Forma parte de mi maléfico plan.

Él se echó a reír.

—Bueno, pues funciona. Me gusta no tener que explicarme. Y no es lo mismo cuando estás metido en tu papel, ya sabes… cuando no es eso del dominante y el sumiso. ¿Me estoy explicando bien?

—Sí, por supuesto. El juego de poder siempre está conmigo. Forma una parte integral de quién soy si quiero que funcione. Pero eso lleva las cosas a un nivel más profundo. El juego mismo es más intenso, así como el sexo y los niveles de confianza necesarios.

—Ya.

Le gustaba que entendiera que su respuesta al juego de poder no lo había incapacitado completamente, aunque tampoco quería pensar demasiado sobre eso. Lo único que necesitaba saber era que se sentía cómodo con él, a gusto. Quería disfrutar de la cena sin tener que diseccionarlo todo, aunque fuera por una vez.

«Es peligroso.»

Sí, este nivel de comodidad con él era peligroso. Sería demasiado fácil perderse. Él era peligroso. Pero era un juego al que estaba dispuesto a jugar, de momento.

Luhan le dio otro bocado a la pasta sin dejar de mirar sus manos o la manera como tragaba. Estaba hermosísimo a la luz de las velas. Su cabello enmarcaba la delicada estructura ósea de su rostro.

Quizá parecería frágil a ojos de la mayoría de la gente en su vida diaria, si no irradiara ese aire de autoridad. Pero en sus manos era muy distinto. Esa autoridad se desmoronaba. Lo había visto aferrándose a él y le encantaba comprobar cómo, al final, no podía.

Se le ponía dura de solo pensarlo. Tuvo que moverse un poco en la silla y quitarse de la cabeza el recuerdo de su piel desnuda.

«Contrólate y concéntrate.»

Le dio un buen trago a la copa. Esto funcionaría mucho mejor si era Minseok el que no estaba centrado.

—Bueno, Minseok, ¿me contarás algo de tu madre?

Un atisbo de sorpresa se asomó fugazmente a su rostro. Entonces levantó la copa de vino y bebió. Se tomó un rato hasta que volvió a dejarla sobre la mesa.

—Probablemente no.

—Es una situación que viene de largo, ¿verdad?

Minseok le miró: sus ojos obscuros eran claros y brillantes a la luz de las velas. Estaba alerta y algo nervioso. Por la tensión en su semblante se dio cuenta de lo en guardia que estaba en este tema, aunque no se hubiera negado a hablar de él directamente.

—Sí.

—Y no quieres hablar de ella bajo ningún concepto.

Él suspiró.

—¿Vas a seguir insistiendo hasta que te lo cuente?

—Ahora no.

—Gracias.

Minseok seguía mirándole con una mirada encendida. Él disfrutaba al verlo enfadado. Reconocía que eso le daba vidilla y le excitaba sexualmente. Que él le contestara hacía que someterlo, tanto literal como figurativamente, fuera mucho más excitante.

Él se recostó en la silla y le sonrió.

—Te quiero con el estado mental adecuado para lo que tengo previsto más tarde.

—Oh.

Sus rasgos se suavizaron; estaba seguro de que él no sabía que lo estaba haciendo. Que no aceptaba del todo lo fácilmente que cedía, que se entregaba a él, incluso con estas pequeñeces.

Ah sí, era perfecto para lo que tenía preparado después. Pero primero tenían que hacer bien la digestión y ya le iba bien tomarse su tiempo.

—Cuéntame algo de tus otras relaciones, Minseok. Nunca hemos hablado de eso.

—Bueno… no hay mucho que contar.

—¿Tú tampoco eres persona de relaciones?

Minseok se quedó callado y apuró el vino. Parecía estar poniendo en orden sus ideas puesto que sus ojos estaban cada vez más centrados.

—Pues no mucho. He tenido algunas. Tuve un novio dos años mientras estudiaba en la universidad pero cuando terminé la carrera me di cuenta de que no estaba enamorado de él. No me pareció justo seguir alargando la relación.

—Pero de eso ya hace unos años, ¿verdad? Me acabo de dar cuenta de que no sé cuántos años tienes.

—Tengo veintiseis. De modo que, sí, ya hace un tiempo.

—¿Y desde entonces no ha habido nadie más?

—He salido con mucha gente, a veces con la misma persona durante algunos meses pero no ha habido nada permanente.

—¿Y por qué no? Yo tengo mis motivos. Me pregunto cuáles deben de ser los tuyos.

Él vio como se le nublaba la mirada.

—Nunca he pensado en eso.

Luhan no pudo evitar pincharlo un poco.

—Eres un escritor erótico. Escribes sobre relaciones además de sexo, ¿pero nunca has pensado en por qué las evitas?

—Yo no he dicho que las evite.

—Yo lo reconozco, Minseok. —Se encogió de hombros—. Evito las relaciones.

—Y supongo que te sientes la mar de cómodo explicando el porqué.

—Me encantan las personas y el sexo pero eso nunca se ha traducido en algo que quiera hacer permanente. Nunca he visto el motivo para hacerlo. Soy perfectamente feliz con las cosas como son.

—¿Y esto desde hace cuánto tiempo?

—Bueno, ahora tengo veintisiete. Ha sido así toda mi vida adulta.

—Pero habrá algún motivo que lo explique.

—Quizá no me he preocupado nunca de investigarlo.

—Pero parece que quieras que lo haga yo.

Ahora le fulminaba con la mirada y a él le encantaba ver ese fuego en sus ojos. Saber que podía apagarlo con unas palabras bien escogidas y con el roce de su mano en su sedosa nuca. Prefería pensar en eso que en la pregunta que acababa de hacerle. Tenía que recordar que era a Minseok a quien quería dejar fuera de juego. Y no quería hacerse las preguntas que habían empezado a rondarle por la cabeza desde que lo conoció. Preguntas sobre si la opinión de su padre acerca de llevar una existencia solitaria eran del todo correctas o adecuadas para él simplemente porque compartieran los mismos genes. Esas eran unas preguntas demasiado grandes para abordarlas en ese momento.

—De acuerdo, Minseok. Cambio de tema para los dos. Después de nuestra última comida juntos me di cuenta de que nunca has mencionado a tu padre.

¿De verdad había cambiado de tema? Bueno, mejor hablar de su padre que del suyo.

—Eso debe de ser porque no lo he visto desde los seis años.

—Ah.

—¿Qué quieres decir con ese «ah»?

Se estaba empezando a cabrear. Seguro que no le gustaría nada lo que estaba a punto de decirle. Nada de nada.

Él se encogió de hombros.

—Quizás es por eso que evitas las relaciones.

Minseok giró la cabeza un momento y apretó la mandíbula con tanta fuerza que él se arrepintió inmediatamente de haberlo presionado tanto.

Alargó el brazo y le cogió la mano.

—Lo siento, Minseok. Creo que me he excedido con la broma.

Minseok volvió a mirarle; esta vez su rostro volvía a ser sereno y suave.

—Ya… no pasa nada. Sé que puedo ser muy terco a veces.

—Sí, eso es verdad.

—Hay ciertas cosas en mi vida, en mi pasado, que son demasiado personales. Son cosas de las que no quiero hablar con nadie.

—¿Con nadie?

—Con mi amigo Zi Tao, quizá sí.

—Está muy bien tener a un buen amigo. Alguien en quien puedas confiar. Tal vez algún día te sientas cómodo conmigo y puedas contarme estas cosas.

—Tal vez.

Minseok esbozó una sonrisa y a él se le hizo un nudo en el estómago. No quería saber por qué. Tampoco quería saber por qué el hecho de que le contara cosas de su vida era tan importante para él. Pero le importaba.

Sería mejor que se anduviera con cuidado con este hombre o la cosa se le iría de las manos. Se le iría, lejos, más lejos que con cualquier otra persona. No era del tipo de hombres que hacía esto, que se quedaba pillado. En cuanto al sexo él siempre estaba al mando. Cualquier cosa fuera de esa esfera era demasiado arbitraria, demasiado vulnerable para correr el riesgo, como le había enseñado su padre. Y era la arbitrariedad la que había separado a sus padres, ¿verdad?

¿O quizá no? Empezaba a preguntárselo… pero ahora no era momento de ahondar en la relación de sus padres. ¿Por qué divagaba tanto esta noche? Lo que importaba ahora, esta noche, era Minseok. Y ahora mismo, lo más seguro para las personas involucradas era que mantuviera su distancia habitual.

Tenía que centrarse, volver a un terreno más seguro, pisar suelo firme y concentrarse en su tarea. Por suerte, la tarea misma era muy apetecible. Irresistible, de hecho.

—¿Se te ha asentado ya la cena, Minseok? Porque es hora de ponerse en marcha.

—¿Ya?

—Sí. Ya.

La expresión de su rostro era impagable. Veía como las distintas emociones se asomaban a su cara: confusión, deseo, miedo, ese pequeño atisbo inicial del subespacio. Todo sucedía a la vez. Y él lo notó como un golpe en el estómago, de lo fuerte que era.

La adrenalina brotaba en su interior, así como la lujuria. Empezaba a notar cómo el pene se le erguía entre las piernas. Era lo bastante fuerte para ahuyentar los demás pensamientos, preguntas y dudas.

Estaría bien siempre y cuando no pensara en nada, si solo se esforzaba por hacer lo suyo.

Vio cómo se mordía el labio y la carnosa piel rojiza quedaba marcada por sus blancos dientes. Hermoso.

Minseok era muy hermoso. Lo deseaba tanto que apenas podía reprimir las ganas de tocarlo.

Pero estaba a punto de hacerlo.

Se levantó, sostuvo la silla y lo ayudó a incorporarse. Al tocarlo notó que estaba temblando un poco. Fantástico.

Lo atrajo hacia sí y captó la esencia de vainilla de su piel y su pelo. Se inclinó hacia él y le susurró al oído:

—Ahora te llevaré arriba y pienso hacerte todas las cosas con las que he estado soñando desde la última vez que te tuve en mi cama. Pero primero quiero jugar contigo. ¿Estás preparado?

—Sí —contestó él en un hilo de voz que le hizo estremecer.

No quería pensar en eso que acababa de decirle; que había estado soñando con él.

Pero esto no era ningún sueño: iba a poseerlo. Lo azotaría y tendría sexo con él esta noche. Una y otra vez. Y él estaría al mando como siempre hacía.

«Al mando. Como siempre.»

Repitió esas palabras para sus adentros una vez más e intentó ignorar que no terminaba de creérselas.


Lamento la demora

Seis

 

Minseok flotaba en ese espacio cálido y etéreo al que Luhan lo había llevado. Una parte muy pequeña y distante de él no podía creer que estuviera haciendo estas cosas: permitir que lo azotara y hacer que se corriera. Y que él le pidiera que lo hiciera llegar al orgasmo otra vez. Ardía en deseos de pedírselo otra vez ahora. Pero básicamente estaba demasiado abstraído para pensar en eso.

Lo único en lo que podía pensar era en el delicioso tacto de sus manos, el calor que le producían en la piel. El placer lo embargaba en oleadas. Los azotes. El deseo que le ardía por dentro, todo era lo mismo. Dolor y placer; quería más de ambas cosas.

Sus torso estaba comprimido sobre sus muslos; el peso del cuerpo lo presionaba contra su regazo. Su pene era un bulto duro que le rozaba el costado. Quería notarlo dentro. Quería que volviera a azotarlo, más fuerte y más rápido. Quería sentarse a horcajadas encima de él y cabalgarle. Y todo eso a miles de kilómetros por hora dentro de su cabeza, que le daba vueltas del anhelo que sentía.

—Luhan, por favor.

Él se rio y entonces le pasó una mano entre los muslos, entre los que buscó y encontró su escroto.

—Oh, sí…

Él empezó a ejercer presión allí y Minseok arqueó la espalda. Al mismo tiempo, con la otra mano, empezó a azotarlo en el culo; el azote le picaba, quemaba y luego se volvía puro placer. La sensación, junto con el latido de deseo en su sexo, se multiplicaba.

Él empezó a azotarlo con fuerza, golpe tras golpe; rápido y con dureza. Los dedos que se movían en su escroto y miembro eran igual de rápidos y lo frotaban con fuerza. El placer lo invadió; el clímax se estaba acercando cada vez más.

—Luhan… Joder…

Él le introdujo un pulgar y lo empujó muy dentro.

—Ah…

Un azote más y Minseok empezó a correrse; el placer era como un relámpago que lo cegaba.

—¡Luhan!

Minseok empezó a subir y bajar las caderas, corriéndose sin parar. Él seguía dándole placer y azotándolo.

Al final, Minseok se quedó inmóvil. Sentía escalofríos en todo el cuerpo y unos pequeños temblores de placer seguían recorriéndolo. Estaba agotado; era incapaz de moverse.

Entonces Luhan lo incorporó y lo abrazó. Le besó en la cara, le levantó la mano y se la llevó a los labios. Luego lo besó en el interior de la muñeca antes de volver a dejarle la mano en su regazo y apoyar su mejilla en la suya. El aliento de él acariciaba su pelo; le decía algo pero Minseok no lograba descifrar qué. Quería dormir pero su cuerpo estaba más vivo que nunca.

—Minseok, mírame.

Era difícil hacer lo que le pedía pero quería hacerlo. Quería ver sus hermosos ojos miel. Quería obedecerle.

Abrió los ojos.

Él era aún más apuesto que antes. Tenía los ojos encendidos de la adrenalina o del deseo. Quizá las dos cosas. No podía pensar con claridad. No entendía nada, salvo que quería que lo besara.

Minseok levantó la barbilla y él agachó la cabeza y le rozó los labios con los suyos. Y el deseo se encendió en su interior una vez más; lo encendió por completo. Sin embargo, estaba demasiado fatigado para moverse.

Él se apartó.

—Has estado muy bien, Minseok. Excelente.

Tenía la voz algo ronca. Seguía tocándolo y acariciándole el pelo. Minseok le miraba mientras docenas de emociones se asomaban al rostro de él. ¿O tal vez fuera su imaginación, el producto de dos fuertes orgasmos y su propio deseo confundido?

Minseok se estremeció y luego notó un extraño temblor en su interior. El deseo pasó a ser entonces un miedo, como una especie de pánico. No lo entendía.

—¿Luhan?

—Estás temblando. —Lo acercó más hacia su gran cuerpo—. ¿Tienes frío?

—Sí, un poco.

Minseok luchó contra unas lágrimas que no entendía mientras él cogía una manta suave del respaldo de la silla que no había visto antes y se la puso sobre los hombros.

—Dentro de un rato estarás bien.

—¿Esto es…? ¿Qué significa esto? ¿Qué me pasa?

—Se llama «tocar fondo». A los sumisos con experiencia también puede pasarles. Es una sobrecarga de endorfinas y a veces de adrenalina. En ocasiones no es más que la emoción que se libera, como puede pasar en un masaje profundo de los tejidos.

—No me gusta esta parte.

—No, ya me imagino que no. Ya se te pasará. Yo me quedaré aquí a tu lado.

Pero eso no lo tranquilizaba. De repente, Minseok sintió que estar con Luhan era parte del problema. Él lo hacía sentir muy vulnerable, demasiado expuesto.

Intentó zafarse de él y levantarse de su regazo.

—Oye —le dijo en voz baja—. ¿Qué haces?

—Tengo que irme.

—Minseok, quédate quieto. Escúchame. Te está entrando el pánico. Suele pasar, pero estás bien, te lo prometo. Yo te cuidaré. Siéntate aquí conmigo. Respiraremos un poco.

—No.

—Minseok…

—¡No puedo hacerlo! Ayúdame a ponerme en pie.

Él lo rodeó con los brazos; era un armazón de puro músculo. A Minseok el corazón le latía con fuerza, desbocado. Minseok intentó quitárselo de encima, le hincó las uñas pero ni siquiera se movió. Las lágrimas empezaron a asomarse a sus ojos.

¿Qué le estaba pasando? Tenía que salir de ahí.

—Minseok, tranquilízate, no pasa nada. No pienso dejar que te levantes. De momento tienes que quedarte conmigo. Venga, va. Haz lo de la respiración.

—Luhan…

Él lo sujetó con más fuerza.

—Hazlo.

Minseok se dio cuenta de que no iba a soltarlo. Y aunque parte de él se rebelaba contra esa idea, otra parte en su interior se sentía curiosamente tranquilo por eso. Se mordió el labio y desenroscó los dedos de su muñeca.

Ojalá pudiera contener las lágrimas.

—De acuerdo, está bien.

—Muy bien. Ahora respira como has hecho antes. Inspira hondo por la nariz. Sí, así. Aguanta el aire en los pulmones. Ahora déjalo salir por la boca. Como la respiración que se hace en yoga. ¿Has hecho yoga alguna vez?

—Sí.

—Pues es exactamente igual. Deja que el aire llene tu cuerpo y relaja las extremidades. Muy bien.

Él se sentó a su lado y lo acompañó con las respiraciones. Minseok perdió la noción del tiempo que pasaron así. No le importaba. Estaba concentrado en la voz de Luhan, en su propia respiración y en el calor que emanaba de él mientras lo sujetaba. Y, por fin, su cuerpo empezó a relajarse.

—Estoy muy cansado.

—Sí. Tiene ese efecto. Es por este motivo que no quería que condujeras esta noche. Es difícil de entender hasta que lo has pasado.

—Tienes razón. No lo hubiera conseguido. No esperaba… sentirme de este modo. No termino de entenderlo.

—No trates de diseccionarlo ahora.

Minseok suspiró.

—No, no puedo. Apenas puedo pensar.

—Esta experiencia no es para pensar, Minseok. Es para desconectar esa parte analítica de tu mente y sentir sin más.

—¿Esto es lo que haces tú?

—Mi función en esto es distinta. Yo tengo que ser responsable de todo lo que ocurre aquí. Por ti.

Él se detuvo y le apartó el pelo de la frente; eso hizo que se le acelerara el pulso pero no quiso pensar en el porqué.

—¿Te encuentras algo mejor?

—Sí. Creo que sí.

—Te llevaré a casa. A mi casa.

—No. Debería ir a mi casa.

—No pienso discutir por esto.

Minseok se sentía demasiado cansado para discutir de todos modos. Y aunque no le gustaba, no le gustaba nada esa sensación de debilidad, no se veía con fuerzas para contestarle.

Dejó que lo ayudara a incorporarse y a ponerse la ropa. Luego lo llevó de la mano por el club. No era del todo consciente de las cosas que pasaban a su alrededor aunque percibía el ruido de las manos y el cuero sobre la piel, los gritos y los suspiros, el olor del deseo en el aire.

En el vestíbulo, Luhan le puso su chaqueta de piel sobre los hombros y, a pesar de la rebelión que notaba en su interior, inspiró el fragante olor a cuero y a hombre.

«No te pongas muy tontorron por él.»

Era difícil no hacerlo después de lo que acababan de hacer. Y tal vez fuera este el gran peligro; que, de alguna manera, él quedara indefenso. Pero Luhan, ya lo estaba sacando de allí y la humedad del aire fue como un golpe para su sistema. Cuando él lo atrajo hacia sí, no se quejó.

El portero les paró un taxi y Luhan lo ayudó a entrar. Luego se sentó a su lado e inmediatamente lo rodeó con el brazo.

—No hace falta que lo hagas —le dijo Minseok.

—¿Que haga qué?

El taxi cruzó la ciudad en plena noche. Había dejado de llover pero las calles estaban mojadas y oía las salpicaduras que hacían los neumáticos en el asfalto.

—No hace falta que me sujetes.

—Pues claro que sí.

Él parecía sorprendido de verdad.

—¿Porque es parte de tu trabajo?

Se quedó callado un buen rato.

—No.

—Entonces, ¿por qué?

Se hizo otro largo silencio y luego contestó:

—Porque quiero.

Minseok no supo qué decir a eso. Quería discutírselo porque de algún modo le sonaba mal, pero su cerebro medio confundido no funcionaba bien.

Recorrieron la ciudad en silencio; solamente se oía el zumbido de la calefacción y el murmullo de la emisora de radio que escuchaba el taxista, fuera cual fuera. Y la presencia de Luhan; fuerte y cálida a su lado.

El taxi se detuvo delante de una gran casa de estilo Craftsman de dos plantas. La fachada estaba pintada de un tono gris suave y había dos columnas clásicas de piedra a cada lado del porche. No había prestado atención en el trayecto pero reconoció el distrito Haidian. Le sorprendió que viviera allí y no en algún apartamento moderno del centro.

Él pagó al taxista, lo ayudó a salir del coche y luego lo asistió también para subir las escaleras. Abrió con llave la gruesa puerta con paneles de cristal, lo hizo entrar y encendió la luz del vestíbulo.

El interior era cálido. La temperatura y el mobiliario también; este último tenía unos tonos relajantes de color marrón, gris y azul marino. Había sofás mullidos y cómodos y muebles antiguos de madera. En las paredes colgaba todo tipo de arte: cuadros, tallas de madera y máscaras de todo el mundo. Y había libros por doquier: en estanterías empotradas, encima de las mesas y en montones bien alineados en el suelo. Todo era grande y masculino, como el mismo Luhan.

—Te llevaré a la cama —le dijo, mientras le quitaba el abrigo de encima de los hombros.

—¿A la cama?

Entonces Minseok cayó en que se acostarían juntos. No solía pasar la noche con ningún hombre. Con la mayoría de sus parejas sexuales, iba a casa de ellos, tenían relaciones y luego se iba a dormir a su casa. Pero estaba muy cansado. No recordaba sentirse así de agotado en la vida.

—Vamos.

Él lo guio hasta el piso de arriba y cruzaron una puerta que daba a una habitación que Minseok supuso era su dormitorio.

Los muebles de la estancia también eran a gran escala. Había una cama enorme con un cabezal tapizado en ante marrón chocolate. La cama estaba cubierta con un edredón blanco, como el que él tenía en casa. Había también una cómoda alta y en las ventanas había unas persianas de madera oscura. El suelo de madera de roble estaba cubierto con alfombras persas.

Estaba demasiado oscuro para ver las cosas con mayor detalle puesto que solo se filtraba la luz proveniente del recibidor. Sin embargo, estaba tan cansado que lo único que quería saber era que había una cama en la que dormir. Nada más parecía importarle, salvo que Luhan estaba allí a su lado.

No quería que eso fuera importante. No quería que él fuera importante.

«Maldita sea.»

Las lágrimas amenazaban con salir otra vez pero las contuvo.

Debía de estar exhausto. Por eso y por lo de tocar fondo que Luhan le había explicado en el club.

Él estaba justo detrás de él, se le acercó aún más y le puso las manos sobre los hombros.

—El baño es por esa puerta. ¿Quieres ducharte?

Lo de la ducha sonaba genial pero no lograba hacer acopio de fuerzas para dársela.

—Ahora no. Tengo que dormir.

Luhan lo desvistió con unas manos sorprendentemente suaves. Minseok permaneció ahí de pie y dejó que se lo hiciera todo. Apenas era capaz de levantar los brazos para que pudiera quitarle la camisa. No obstante, en todo momento fue paciente con él y lo desnudó como si fuera una especie de muñeca.

Al final se quedó con el bóxer. Él lo llevó hasta la cama, apartó las sábanas y lo ayudó a acostarse.

La cama era cómoda y Minseok se tumbó sobre la suave capa de cutí. Fantástico. Notó la frescura de las sábanas en la piel y se estremeció. Entonces Luhan se tumbó a su lado, desnudo, y le dio calor mientras lo atraía hacia sí y apoyaba su cabeza en el hombro. Notaba su piel lisa y sedosa en contacto con su mejilla.

Notó una sensación extraña en el pecho cuando lo estrechó entre sus brazos, mucho más que cualquier otro hombre en mucho tiempo porque él nunca hubiera permitido semejante cercanía. Hubiera empezado a llorar otra vez pero estaba muy cansado. Ya no podía pensar ni sentir nada. Cerró los ojos y dejó que el sueño lo envolviera.

Luhan estuvo despierto un buen rato en la oscuridad escuchando respirar a Minseok y preguntándose a sí mismo qué estaba haciendo.

No recordaba cuándo había sido la última vez que había traído a una persona  a su casa. En general prefería escenificarlo todo en el club o allí donde viviera la otra persona. Después de una sesión se aseguraba de que volvieran del subespacio con un buen subidón y luego regresaba a casa solo. A veces se tomaba una copa o leía antes de acostarse también. Y siempre dormía a pierna suelta después de una sesión. Aunque el juego no hubiera ido del todo bien, aunque hubiera habido algún roce. Él siempre se aseguraba de resolverlo todo antes de que terminara la noche, para que todo el mundo estuviera tranquilo y se sintiera bien. Era su responsabilidad como dominante.

No le gustaba hacer nada que no le dejara después con una sensación de bienestar, algo positivo. El control del universo o, por lo menos, de su pequeña parte.

Entonces, ¿por qué estaba aquí, en su cama, sin pegar ojo y con una persona entre sus brazos? Una persona con la que ni siquiera había mantenido relaciones sexuales.

¿Y por qué esto último no le molestaba? Una pequeña porción de su cerebro permanecía despierto y se preguntaba qué tenía esta situación de diferente. Por Minseok. Pero el resto de él sentía una especie de paz y satisfacción.

¿Qué era lo que le resultaba tan inquietante?

Lo miró y se fijó en sus largas y oscuras pestañas bañadas en la azulada luz de la luna que entraba por la ventana, a través de un claro en la niebla. Tenía los pómulos más pronunciados que hubiese visto nunca y sus pestañas descansaban en ellos. Tenía los labios entreabiertos; carnosos y muy apetecibles. Durmiendo así, parecía tranquilo, inocente, de un modo que no aparentaba cuando estaba despierto.

No sabía qué nombre darle a ese dolor sordo que sentía en el pecho.

«No le hagas caso. Ya se te pasará.»

Supo en el mismo momento que era mentira, igual que la otra que se había estado repitiendo: que Kim Minseok era una persona más. Se había estado mintiendo desde que lo conoció.

«Joder.»

No podía consentirlo; no podía sentir este apego. Él no era de esa clase de hombres que hacían eso. Nunca. Era clavadito a su padre. No necesitaba a una persona en su vida, igual que su padre. Él estaba bien solo. Esa extraña atracción que sentía por Minseok sería algo temporal. Era tan hermoso, tan increíblemente receptivo…

Minseok se movió sin despertarse y él miró el reloj en la mesita de noche. Los brillantes números rojos indicaban que eran las cuatro y media de la mañana. Minseok rodó hacia él y le pasó una pierna sobre las suyas. Él notó un temblor en el pene.

Se quedó quieto, muy quieto, e intentó respirar con normalidad.

Podría despertarlo, tocarlo, excitarlo y que bebiera los vientos por él, como antes. Y exactamente por lo de antes, se mostraría abierto.

Le dejaría que lo follara.

Pero sabía que, de hacerlo, se acabaría todo para él. Inspiró hondo, luego otra vez, y se dejó llenar por el aire fresco de la noche.

Con cuidado le apartó la pierna. Al tacto, su piel era como el satén.

«Tranquilízate, colega.»

Siguió respirando y centrándose en cómo el aire entraba y salía de los pulmones. Lo repitió hasta que empezaron a cerrársele los ojos, vencido por el sueño.

Incluso mientras se quedaba dormido era consciente del cálido cuerpo que yacía a su lado y el delicado peso del hombre entre sus brazos. El olor de su pelo, como a vainilla. Pero al final el cansancio le venció, cerró los ojos y se durmió.

~°~

 

El sol empezaba a asomarse cuando Minseok se despertó. La habitación estaba envuelta en una especie de neblina teñida de una luz dorada que se filtraba entre las tiras de las persianas. A su lado, el aliento de Luhan era como un suave susurro en la mejilla.

Allí donde su piel había estado en contacto con la suya estaba cálida y al apartarse notó de repente un espacio vacío y frío que le dio impresión. Fue entonces cuando realmente fue consciente de que había pasado la noche con él. No solo con él, sino enredado en sus brazos como si fueran una pareja.

Su mente barajaba imágenes dispersas de la noche en el Pleasure Dome: él tendido sobre su regazo, la tenue luz, el compás erótico y sensual de la música, su mano cayendo con fuerza sobre su piel suave, el escozor, el exquisito placer, su mano entre sus muslos, el enorme clímax… y luego otro.

«Mierda.»

Su cuerpo volvía a vibrar del deseo.

Se dio la vuelta para ver su perfil dormido. Su rostro se componía de líneas muy masculinas y unos labios increíblemente carnosos enmarcados. Las sábanas se arremolinaban en el torso y tenía los brazos y el pecho desnudos. Sus tatuajes le resaltaban en esa tersa piel y le entraron ganas de tocarlos, seguir con los dedos esas líneas intrincadas y sinuosas. Quería acercar los labios y saborearle pero no se atrevió.

Le deseaba. Le deseaba tanto que se había entregado a él la noche anterior y quería volver a hacerlo.

¿Pero cómo era posible? Había sido capaz de reconocer que llevaba tiempo contemplando la idea de practicar esos juegos de poder y de sensaciones pero nunca pensó que lo haría tan fácilmente.

No le gustaba cuestionarse. Era algo que no había hecho desde que perdió a Yixing. Nunca había dejado de culparse si bien, desde entonces, se pasaba la vida tratando de ser mejor persona, comportarse de una forma y llevar una vida de modo que nada parecido pudiera volver a suceder. Y ahora era como si la percepción que tenía de su propia fuerza se hubiera rebajado y eso lo asustaba sobremanera.

En parte tenía que ver con Luhan, con lo imponente de su tamaño, la manera de comportarse que tenía, la forma de hablar con él y con quién era él, claro.

Parecía tan imperioso ahora como cuando estaba despierto. Y su cuerpo respondía exactamente igual que la noche anterior: con un calor y un deseo ardiente que lo empujaban a hacer todo lo que le pidiera.

Cualquier cosa.

El miedo era una sensación punzante, como el deseo que lo embargaba.

Tenía que salir de allí. Tenía que marcharse antes de que se despertara. ¿Antes de que qué?

Antes de que se entregara más a este hombre.

Salió de la cama, encontró su ropa encima del brazo de una butaca de ante oscuro junto a la ventana y salió al pasillo de puntillas. Bajó por las escaleras y se vistió en el vestíbulo. Le resultaba extraño ponerse el atuendo  que llevaba la noche anterior en el Pleasure Dome para salir de esa casa oscura y silenciosa en una mañana fría. Su aspecto físico no encajaba con cómo se sentía.

«Vete y ya está.»

Se puso los zapatos. El corazón le latía a mil por hora al abrir la puerta y salir al exterior.

Había niebla, mucha humedad y hacía demasiado frío para salir sin abrigo, pero ya no lo llevaba la noche anterior. Tenía demasiada prisa por llegar al club. Recordó que Luhan le había dejado el suyo para el trayecto en el taxi. Se estremeció tanto por el recuerdo del olor al cuero y a Luhan rodeándolo con los brazos como por el frío de la mañana.

Empezó a caminar  y se detuvo a varias manzanas, frente a una frutería de barrio que tenía un banco de madera delante. Se sentó, sacó el móvil y llamó a un taxi.

La calle estaba en silencio; al final se le ocurrió mirar la hora en el teléfono. Eran casi las seis de la mañana.

Pensó que Luhan podría enfadarse por irse como lo había hecho. Se enfadaría, seguro. Pero tenía que salir de allí. No sabía cómo mirarle después de lo que habían hecho juntos. Después del modo en que se había entregado a él y había acatado sus órdenes. En aquel momento le había parecido bien. Era natural el modo en que su cuerpo y su mente habían respondido. Pero ahora… ahora sentía vergüenza. No por el hecho de que él le hubiera puesto las manos encima o por que hubiera conocido su cuerpo de una forma tan íntima, sino porque él mismo  se hubiera entregado a él tan fácilmente.

Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro delante del banco, demasiado nervioso para sentarse y estarse quietecito.

¡Ay, la cabeza le daba vueltas! Ya no le encontraba ni pies ni cabeza a nada.

«Piensa.»

Pero, tal vez, por primera vez, pensar no lo sacaría de esa situación.

Siempre se había fiado de su mente y de sus habilidades para solucionar problemas, para ir tirando. Tuvo que hacerlo desde que era un niño; desde que su madre empezó a perder la cabeza y a hundirse en la miseria de su enfermedad. Minseok tuvo que encargarse de todo, gestionar la vida de su pequeña familia. Pero esta vez, las destrezas lógicas y organizativas no lo iban a ayudar.

Hacía años que no se sentía indefenso por nada y no le gustaba.

Pero por lo que respectaba a Xi Luhan, tenía muy poco autocontrol. Y cuando él le hablaba como dominante, su cuerpo y su mente respondían automáticamente como sumiso. Él tenía razón en ese aspecto.

¿Cómo era posible que él mismo no se hubiera dado cuenta antes? ¿Cómo había estado tan ciego en ese aspecto de sí mismo?

«Quizá porque no querías darte cuenta.»

Ahora tampoco quería darse cuenta, de hecho.

El taxi se detuvo delante de él, entró, le dio la dirección al taxista y se recostó en los fríos asientos de vinilo.

Mientras cruzaban la ciudad, Beijing seguía durmiendo, como solía pasar las mañanas de domingo tan temprano. Las tiendas y restaurantes estaban a oscuras, con las ventanas cerradas y las persianas echadas. Las aceras estaban vacías. Hasta las cafeterías estaban cerradas. Había demasiado silencio y así era demasiado fácil sumirse en sus pensamientos.

Cuando llegó a casa encendió la calefacción del apartamento, cambió la ropa que llevaba por un pantalón y camiseta blanca de algodón. Encendió la televisión donde hacían un noticiario matinal mientras él se preparaba un té, y luego se metió en la cama.

Necesitaba dejar el mundo fuera. Las noticias lo ayudarían. Había sido la válvula de escape desde que tenía diez años. Cada vez que las cosas se ponían difíciles en casa —algo que pasaba muy a menudo— él recurría a las noticias del mundo exterior, donde las cosas eran peores y más dramáticas que las que sucedían en casa. Entonces se perdía en los bombardeos de tierras extranjeras, en debates políticos o en crímenes cometidos en lugares en los que nunca había estado. Cualquier cosa que lo ayudara a distanciarse de su vida, de sí mismo. Una vieja costumbre que, de un modo curioso, lo tranquilizaba. Y cuando no podía encender la televisión porque su madre estaba demasiado exaltada, nerviosa o desasosegada, se refugiaba en los libros. Siempre había alguna manera de escapar entre arrebato y arrebato.

Como si fuera el montaje de una película, vio mentalmente algunas escenas de su infancia: su hermano, con tal vez cinco años, encogido de miedo debajo del fuerte que se había hecho con los cojines del sofá mientras su madre, Hyori, tenía uno de sus ataques en la cocina. Ruido de vasos al romperse, sollozos y gritos. Minseok tenía tan solo ocho años pero se metía ahí debajo con Yixing, le cogía de la mano y empezaba a contarle historias: cuentos, fragmentos de libros, cualquier cosa que recordaba o que se inventaba. Después de eso, Hyori estaba agotada y arrepentida. Lloraba y se deshacía en disculpas. Entonces Minseok tenía que consolarla; sentía rabia y culpabilidad al mismo tiempo. Se sentía responsable del bienestar de todo el mundo; del de su madre y del de Yixing.

Notó un nudo en el estómago.

Inspiró y espiró varias veces, y se esforzó por borrar de su mente esas imágenes antiguas que seguían atormentándolo, sobre todo cuando estaba demasiado cansado para evitarlas.

De modo que tuvo que verlas pasar rápidamente por la pantalla mientras iba amaneciendo en el exterior. No había nada que lograra distraerlo, ya fuera del pasado o de los efectos secundarios de su noche con Luhan.

Cogió el mando a distancia y cambió de canal varias veces. Más noticias, reposiciones de comedias antiguas que nunca le habían llamado especialmente la atención. Al final se quedó con una película: Algo para recordar.

En secreto, sentía debilidad por las películas románticas; algo que nunca le había reconocido a nadie, ni siquiera a Zi Tao. Eran reconfortantes, aunque sabía que eran muy poco realistas. Tal vez era por eso que resultaban tan tranquilizadoras. Era fácil dejarse llevar por algo que era totalmente fantasioso.

Le dio un sorbo al té y vio cómo, desde la distancia, Meg Ryan veía a Tom Hanks por primera vez. Reparó en la emoción de su rostro y notó una punzada en el pecho.

Cambió de canal deprisa. Quizá no fuera tan poco realista al fin y al cabo.

Apagó la televisión.

Estaba exhausto. Si pudiera echar una cabezadita se levantaría con la cabeza más despejada. Entonces sabría qué hacer.

Se tumbó en la cama, con la cabeza en la almohada y se subió las mantas hasta la mandíbula. Se estaba caliente en la cama, con el pesado edredón encima.

Sin embargo, no era tan cálida como la piel de Luhan.

«Ahora no pienses en eso. No pienses en nada.»

En la calidez de su piel. En sus palmas, sorprendentemente suaves sobre su piel. En sus dedos avispados. En la dulzura de su boca.

Gimió; su cuerpo palpitaba aún con un deseo que seguía insaciable a pesar de todo. De repente, supo con una dolorosa claridad que así seguiría hasta que volviera a verlo. Hasta que lo tocara. Hasta que lo azotara. Hasta que lo tuviera dentro de él; lo único que de momento Luhan le había negado.

Era una tortura querer algo que sabía que no debería conseguir porque, si permitía que eso sucediera, ya no habría vuelta atrás. Se perdería de una forma irrevocable; la fuerza que había estado acumulando toda la vida se desintegraría por esa necesidad ridícula que sentía por este hombre y por lo que le ofrecía.

«Luhan.»

¿Pero qué le había hecho ya? ¿Y cuánto más le dejaría hacer?

Cinco

Minseok había hecho exactamente lo que le había pedido Luhan en el correo electrónico que le había enviado. Iba en un taxi de camino al Pleasure Dome vestido como él le había pedido: pantalón de vestir negro, zapatos negros, camisa negra. Debajo llevaba un bóxer también negro. Quería que él quedara tan afectado como él.

No iba a intentar negarlo. ¿De qué servía? No era a la lujuria a lo que se oponía. Eso no había sido nunca un problema para él. Le encantaba el sexo y siempre estaba abierto a explorar sus deseos. Era la idea de ceder todo el control a otra persona. Simplemente no estaba seguro de ser capaz de hacerlo.

Sintió una punzada de pánico en el acto, aunque no hiciera más que imaginarlo.

Estaba lloviendo, como solía pasar en esta ciudad. En la noche, los neumáticos del taxi pasaban salpicando por todos los charcos que surcaban las calles. Las luces de las farolas se reflejaban en el agua y titilaban en tonos plateados. Los escaparates estaban iluminados y teñían la oscuridad de colores.

El corazón era como un martillito que le repiqueteaba el alma.

Seguía sin creerse que fuera a hacer eso.

El viaje terminó pronto, sacó unos billetes del bolsillo y se los dio al taxista. El Pleasure Dome estaba albergado en un almacén reconvertido, como su edificio: cuatro plantas de ladrillo con fachada gris y unos ventanales oscurecidos. Al mirar por la ventana del coche, le pareció imponente. Levantó la vista hasta la azotea, por donde la luna intentaba abrirse paso entre las nubes.

Cuando salió del taxi vio que Luhan lo estaba esperando bajo un paraguas, vestido completamente de negro, y le tendía una mano.

—Estás precioso, como siempre —le dijo, sonriente.

Minseok intentó devolverle la sonrisa pero no funcionó.

Él lo atrajo hacia sí mientras lo acompañaba hacia el gran portón rojo del club. Parecía… posesivo, muy protector, y eso le gustaba.

—No pasa nada. No estés nervioso, Minseok. Yo me ocupo de todo.

—Eso es lo que me pone nervioso.

Él soltó una risita malvada que no lo ayudó a tranquilizarse, precisamente.

Un portero les abrió la puerta y entraron a un vestíbulo oscuro. Luhan se detuvo el tiempo suficiente para quitarse el abrigo y el paraguas y entregárselo a la chica del guardarropa. Minseok no había caído en llevar un abrigo, a pesar del tiempo. Solo llevaba lo que él le había pedido. Qué raro que se le ocurriera ahora. Pero trató de no pensar en eso y en todo lo que eso conllevaba.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra se dio cuenta de que él llevaba la camisa arremangada y se le veían los dragones chinos por la cara interior del antebrazo: negro y rojo en el brazo derecho y negro y dorado en el izquierdo. El dibujo era exquisito, con mucho detalle; las largas colas se le enroscaban en los brazos y las cabezas, con sus lenguas rojas y serpenteantes, le llegaban a la cara interior de las muñecas. Quería mirarlos con más detenimiento, quería tocarlos, pero estar en este sitio completamente nuevo para él era algo demasiado desconcertante.

Oía los compases de la música que provenían de algún lugar. Notaba cómo le reverberaba en el vientre.

—¿Estás preparado? —le preguntó Luhan.

Él asintió.

—Sí, estoy listo.

No estaba del todo seguro de que fuera cierto, pero él ya tenía la mano en la parte baja de su espalda y lo guiaba hacia otra puerta.

La sala era grande. Las paredes estaban pintadas de un color oscuro y alrededor había luces de color ámbar, lila y rojo. Los rincones estaban llenos de sombras y había gente pero no alcanzaba a ver bien qué estaban haciendo. Lo único que distinguía eran parejas y pequeños grupos. Al mirar con más detenimiento vio pantalones y chalecos de cuero, arneses corporales y corsés rojos, negros y blancos. Los hombres y mujeres llevaban collares: algunos eran de cuero, otros de un metal reluciente. Y piel desnuda.

Aquí y allí, había algunos instrumentos apoyados en las paredes. Reconoció los bancos de cuero para los azotes, hechos expresamente para que la persona a la que estuvieran azotando pudiera inclinarse y apoyar las rodillas en una barra inferior acolchada. Había un par de espalderas de madera que la gente usaba en bondage con cuerdas y una cruz de madera en forma de aspa de dos metros que se llamaba cruz de San Andrés. Aunque examinaba la escena con atención, tenía a Luhan muy presente, así como el calor que desprendía su enorme cuerpo, que lo empequeñecía. Ese olor; esa divina mezcla de bosque y de mar… Luhan y el olor a cuero, perfume y sensualidad de la sala.

Temblaba de pies a cabeza. Estaba nervioso por la expectación, por el deseo y por algo más…

—¿Estás bien, Minseok? —le preguntó.

—Sí. Estoy bien.

Él se detuvo, le puso una mano debajo de la barbilla e hizo que le mirara.

—¿En serio?

Él tragó saliva.

—Sí, lo estoy. Te lo prometo. Es que esto… es nuevo para mí. Trato de absorberlo todo. Es distinto a cualquier otro sitio en el que haya estado.

—Lo es. —Le sonrió y bajó la mano.

—¿Dónde vamos?

—Shhh, acompáñame.

Él obedeció; simplemente se limitó a cerrar la boca y tragarse todas las preguntas que le rondaban por la cabeza. No podía creer que estuviera haciendo eso. Que alguien se ocupara de todo, que tomara las decisiones. Salvo la de estar ahí, se recordó. Eso seguía siendo decisión suya.

Fueron al otro extremo de la habitación y se detuvieron delante de un sofá de respaldo bajo tapizado en cuero rojo.

—Siéntate, Minseok —dijo Luhan en voz baja, pero autoritaria.

Él accedió, sin cuestionarse nada. Por eso estaba ahí: para soltarse de una vez por todas. Para explorar esto.

Luhan se sentó a su lado y pasó un brazo por el respaldo del sofá. Lo notaba rozándole la nuca. Olía muy bien y tan solo ese olor lo mareaba.

—Nos dedicaremos a mirar un rato —le dijo con la cara muy cerca de la suya—. Quiero que te relajes, que lo absorbas todo como tú has dicho. Y mientras observas, controla tu respiración, mantenla lenta y regular. ¿Lo entiendes, Minseok?

Él asintió, absorto en la habitación y las figuras que se contoneaban. Ahora que sus ojos se habían ajustado a la oscuridad, veía mejor.

—Minseok.

—¿Qué?

—Mírame.

El tono autoritario lo sobresaltó y giró la cabeza. Tenía el pulso acelerado y se notaba el latido en las venas. Quería discutírselo pero lo que leyó en su expresión le dijo que no lo hiciera.

Nunca se había sentido acobardado por nada o nadie en la vida. Pero no era eso solamente. Le estaba pasando algo; era como si se le estuvieran activando unos mecanismos en la cabeza. No lo entendía.

—Sé que esto es difícil para ti —dijo—, pero tienes que esforzarte por entregarte. Entregarte a mí.

—Sí —susurró él con un nudo en la garganta. Parecía que no podía inspirar el aire suficiente para hablar con normalidad.

—Aquí habrá unas reglas. Cuando empecemos ya no podrás hablar a menos que yo te pregunte, o que haya algo apremiante que quieras decirme. Y con lo de «apremiante» me refiero a si crees que tu bienestar mental o físico se ve comprometido. Si sientes que estás en peligro de verdad. Estar un poco asustado no es motivo suficiente. Espero que tengas algo de miedo. Sinceramente, no estaría haciendo bien mi trabajo si no lo tuvieras en algún momento u otro.

Minseok le miró y se le puso en blanco la mente a una velocidad vertiginosa. No le gustaba esta sensación de tener los brazos y piernas de goma; esa sensación de debilidad.

—¿Me oyes, Minseok?

—Sí, te oigo.

—¿Pero?

—Pero… no sé si podré hacerlo.

—Puedes. Lo noto en tu interior. Lo he notado desde que nos conocimos y no me hago el fanfarrón. Me he pasado muchos años aprendiendo estas cosas.

—Lo sé. No es de tus habilidades de lo que dudo precisamente.

Él le puso una mano en el muslo y Minseok notó un hormigueo eléctrico hasta en los huesos.

—¿Por qué dudas de ti mismo? —le preguntó.

Lo miraba con dureza. El color de sus ojos se había oscurecido y sus pupilas estaban dilatadas en la penumbra.

—Siempre me he considerado bastante sofisticado sexualmente. He tenido muchas experiencias. No es por… alardear. Pero… pensaba que podía controlar esto. Que sería fácil. Pero ahora que estoy aquí… Joder, es que apenas puedo reconocértelo a ti. O a mí mismo. Me siento tonto y no me gusta.

Estaba temblando.

—No hay razón para sentir que no puedes reconocer que tienes miedo o estás inseguro.

—Pero así me siento. Aunque sea la respuesta habitual que tiene la gente cuando vienen por primera vez. Es por… mí. Y no sé… si podré quedarme. —Al decirlo se notó el corazón latiendo con fuerza y le entraron ganas de escapar. Necesitaba huir—. Luhan, tengo que irme, en serio. No puedo hacerlo.

Se incorporó pero tenía las rodillas tan débiles que apenas podía tenerse en pie.

A su lado, Luhan se levantó, lo rodeó con un brazo y apoyó su mejilla contra la suya. Minseok intentó apartarse pero él no lo dejó.

—Minseok, cálmate, puedes hacerlo. Estás bien.

—No lo estoy.

Quería echarse a llorar pero no lo haría. No lloraría.

—Sí lo estás. Estás conmigo. Yo me encargo de todo.

¿Cuándo le había dicho eso un hombre? ¿Y hubiera confiado en cualquier otra persona si se lo hubiera dicho? Pero confiaba en Luhan, a pesar de que apenas le conocía. A pesar de él mismo. A pesar de su necesidad de controlarlo todo. No sabía qué pensar.

Quizá no hacía falta que lo hiciera.

—Venga, Minseok. Estás bien —le dijo en un hilo de voz, casi un susurro.

Minseok se dejó sentar en el sofá. Esta vez él le rodeó la cintura con el brazo para tenerlo a su lado. Al cabo de un momento, su aroma, su tacto, consiguieron tranquilizarlo. Con los sentidos embargados por él, el resto de cosas —sus miedos, su necesidad de estar a cargo de todo— empezaron a desaparecer y su deseo tomó los mandos.

—Mira lo que hacen los demás —le dijo al oído; su aliento era cálido en contacto con su piel—. Mira qué bellos son todos. No importa el aspecto. Lo que importa es el don de la confianza y la energía que intercambian. Esa es la parte más hermosa. De esto se trata, Minseok.

Él miró al otro extremo de la estancia: había una mujer desnuda inclinada sobre uno de los bancos para azotes. El pelo rubio le llegaba por las mejillas y el hombre que estaba a su lado le apartó un mechón de la cara y se agachó para besarla antes de ponerse detrás y acariciar la curva de su trasero con las manos. Había ternura en la manera que tenía de tocarla, incluso cuando empezó a azotarla.

Minseok sintió el deseo entre sus muslos.

¿Era eso lo que quería?

Se dio la vuelta para mirar a Luhan. Tenía los ojos brillantes, como anhelosos. Pero también había un control absoluto.

Sí, podía confiar en él. Sin embargo, aún no estaba seguro de poder confiar en sí mismo. Pero lo haría.

Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

—De acuerdo, está bien. ¿Podemos… empezar ya?

El rostro de Luhan no perdió la seriedad.

—Siempre puedes decidir parar, Minseok. Es lo bonito de todo esto: la seguridad que hay. Depende de ti.

Minseok asintió.

Él sonrió.

—Pues empecemos, entonces.

Luhan le cogió la mano y notó que le temblaba. No quería que tuviera miedo, en realidad. No obstante, un poquito de miedo, algo de expectativa, era un reto que siempre saboreaba. Lo llevó a un rincón oscuro de la sala, a una silla grande tapizada de cuero rojo con un gran asiento pero sin brazos. Junto a ella, dejó un bolsón negro en el que llevaba los instrumentos de BDSM: palas, varas, látigos, esposas.

—¿Qué es esto? —preguntó Minseok, mirando la silla.

—¿Querías algo más extremo para tu primera experiencia? —repuso él, tomándole un poco el pelo. Ya conocía la respuesta.

—No lo sé.

Minseok tenía el semblante muy serio. Luhan veía incluso cómo tensaba el músculo de la mandíbula. Trataba de racionalizar todo el asunto. Al final tendría que aprender que eso no funcionaba en este campo. Tenía que conseguir que dejara de accionar los engranajes de su cabeza. Tenía que desarmarlo.

—No te preocupes. Yo sí lo sé. Ahora quítate la ropa.

—¿Qué?

Dio un paso atrás y eso le hizo sonreír. No pudo evitarlo.

—Vamos, Minseok. ¿No pensarías jugar vestido?

—°—

El rostro de Minseok no registró sorpresa alguna. Solo fue la impresión de darse cuenta de que le estaba pasando de verdad. Se quedó callado durante un rato y luego, sin mediar palabra, se quitó la camisa por la cabeza. Siguió mirándole pero sus ojos ya no eran de su frío color habitual. Se estaba fraguando una tormenta a pesar del silencio, de la firmeza de su boca y del aire tozudo que tenía por la postura de los hombros. Sin embargo, eso formaba parte de su proceso. Ya se lo esperaba de un hombre que tenía esa tendencia a controlar. Y eso lo hacía más atractivo a sus ojos: por la batalla que sabía que se estaba librando en su interior. Por haber accedido a hacerlo.

Luhan se cruzó de brazos y esperó mientras él se desabrochaba el pantalon y lo dejaba caer al suelo. Tampoco le dijo nada cuando le dio toda la ropa que se quitaba. Estaba demasiado ocupado mirándolo; absorto por sus piernas. Por esa elegante ramita con flores de ciruelo tatuada en la parte derecha de su cadera. El diseño era delicado y sinuoso, como él. Las flores eran blancas y tenían el borde difuminado en rosa. Una imagen muy inocente en un cuerpo en el que quería hacer cosas muy sucias.

«Está increíblemente bueno.»

Minseok levantó un poco la barbilla en señal de desafío y él apretó la ropa que tenía entre las manos. Olían como él; a puro hombre. Sin dejar de mirarlo, se acercó la camisa a la cara e inhaló con fuerza. Al ver que Minseok se ruborizaba, sonrió.

Este hombre no tenía ni idea de lo receptivo que era. Pero él se lo vio y supo que eso sería bueno.

—Minseok —le dijo en voz baja—, quédate aquí mismo. No te muevas.

Colgó su ropa en una hilera de ganchos que había en la pared y se arrodilló para abrir el bolsón con los juguetes. No obstante, no tenía pensado utilizar ninguno aún. Era su primera vez en el club y cualquier persona que quisiera introducirse en el BDSM tenía que hacerlo poco a poco. La lentitud dependía de cada uno y la verdad era que con Minseok las cosas estaban yendo bastante deprisa. Pero no le importaba verlo retorcerse con cada objeto que sacaba y colocaba encima de una mesa baja de madera junto a la silla: un azotador ancho de piel hecho de dos piezas planas de cuero, una paleta de madera, una fusta corta, un látigo enrollado de dos metros de largo de color negro y blanco, un guante con pequeños pinchos y una vara de metacrilato. Eran sus piezas de aire más malévolo.

Minseok tenía los ojos abiertos y las pupilas dilatadas pero permaneció callado. Él posó la mirada en sus pezones pequeños. Mientras observaba vio que se le estaban endureciendo.

«Unos pezones perfectos.»

Tuvo que hacer caso omiso de la erección que le crecía entre los muslos.

«Concéntrate.»

Volvió a mirarlo a los ojos.

—Ven aquí, Minseok.

Él dio un paso trastabillante al frente y se detuvo. Luhan le pasó una mano por la  cintura y lo atrajo hacia sí. Sobresaltado, Minseok soltó un grito ahogado.

—Si tenemos que trabajar juntos tienes que aprender a seguir las instrucciones. Si te resistes, no habrá manera.

Tenía la respiración acelerada.

—Lo sé, pero es que no puedo evitarlo.

—Ya se te pasará esta etapa inicial de pánico. Haz lo que te diga y listos. Confía en mí.

Él asintió.

—Dilo.

—Ha… haré lo que me digas. Confío en ti, Luhan.

Aún había un deje de renuencia en su voz, pero así estaba bien. Pronto superarían esa fase.

Mientras, el calor de su cuerpo le estaba enloqueciendo, le distraía.

«Céntrate.»

Él la atrajo aún más, se sentó en la silla y lo sentó a él en su regazo, con la mano en su cintura. Tenía la piel como el satén; pálida y suave. Notaba el calor de su sexo a través de los pantalones.

Le acarició la mejilla con las yemas de los dedos y luego le mesó el cabello; hundiendo los dedos en su cabellera. Era tan sedoso…

—Solo respira, Minseok. Intenta relajarte. Escucha mi voz…

Minseok asintió con la cabeza.

—Cierra los ojos.

Él obedeció sin rechistar.

—Quiero que te concentres. Piensa en cada respiración. Solamente en tu respiración. En mi voz. En mi mano en tu pelo. En nada más.

Su sexo estaba cada vez más caliente; entonces supo que ya lo tenía a punto, lo entendiera él o no. Y se notaba la polla cada vez más dura; le latía del deseo.

—Inspira y aguanta la respiración unos segundos —le dijo—. Bien. Ahora expulsa el aire poco a poco. Otra vez. Mientras respiras, siéntelo en todo el cuerpo. En los pulmones, el estómago, brazos y piernas. Y nota mis manos encima de ti.

Le acarició la espalda hacia arriba y luego hacia abajo otra vez, notando los delicados huesos de su columna vertebral, sus omóplatos, su fino cuello. Tenía la constitución de un bailarin; su cuerpo era esbelto, ágil y tonificado.

«Perfecto.»

—Muy bien, Minseok. Respira. Concéntrate.

Bajó la mano hasta rozar el ribete de sus boxers. Minseok siguió completamente quieto mientras él introdujo los dedos bajo la tela justo donde empezaban a curvarse sus nalgas para acariciarlas.

Permaneció allí un rato, dejándolo respirar y acariciándole la piel, que se volvía cada vez más caliente. Pero por fin se estaba tranquilizando. Lo notaba en sus músculos, que se relajaban, y en su respiración, que empezaba a ser más regular.

Sus mejillas seguían estando pálidas pero tenía los pezones duros e hinchados y  más oscuros.

«Necesitaba tocarlos. Saborearlos. Tenía que saborearlo a él también.»

Lo atrajo hacia sí y bajó la boca hacia la suya.

Tenía los labios suaves y ligeramente entreabiertos. Mientras pasaba la lengua por su carnoso labio inferior, sus labios se abrieron para él y entró.

La lengua de Minseok fue toda una impresión, de lo cálida y húmeda que era. No esperaba este impacto de deseo que le cortó como un cuchillo. Quería darle un beso sencillo y ligero, para que sintiera el roce de sus labios un momento. Pero el deseo se apoderó de él y se perdió en su boca.

Él gimió y Luhan notó su cálido aliento. Él la inspiró y la exhaló, y Minseok le rodeó el cuello con los brazos. Era muy dulce. Él lo besó con más fuerza y Minseok le devolvió el beso con la misma intensidad hasta que ambos se quedaron sin aliento.

Se notaba la polla dura entre los muslos. Era una tortura.

Introdujo las manos en su pelo y le acercó el rostro, que apresó con fuerza entre sus manos. No podía hacerlo de ninguna otra manera con él.

Minseok introdujo la lengua en su boca con frenesí; su cuerpo pegado al suyo y torso contra  torso. El deseo le quemaba, le abrasaba por dentro y hacía que su mente lo obviara todo salvo su nombre.

«Minseok.»

Minseok se movió en su regazo; la cadera le rozaba el pene. Luhan estaba a punto de explotar, de correrse como un adolescente.

«Joder.»

Se apartó.

—¿Luhan?

Minseok tenía las mejillas encendidas y los ojos muy brillantes.

Él tuvo que detenerse un momento para tomar aire y llenar los pulmones. Tenía que pensar.

Se le había puesto muy dura, con su cálido cuerpo encima y su deseo escrito en su hermoso rostro. Satisfacer sus deseos era su responsabilidad. El suyo era un calor que le martilleaba en la ingle y que a duras penas podía controlar. No estaba acostumbrado a algo así. A lo extremo que era todo: el calor, el deseo y la lujuria animal.

Pero podría controlarlo, se recordó. Siempre lo había hecho. Simplemente tenía que coger las riendas, dejarlo a un lado de momento y darle a él lo que deseaba. Era su trabajo y lo hacía muy bien.

Le puso una mano detrás del cuello y apretó un poco. La confusión le torció el gesto.

—No digas nada, Minseok.

Por un momento pareció que iba a decir algo pero luego cerró la boca.

—Buen chico.

A Minseok le recorrió un escalofrío al oír esas palabras.

Ah, este hombre sería el sumiso perfecto. Tenía una combinación irresistible de fuerza y fuego, así como una respuesta sumisa natural.

Él lo apretó un poco más fuerte, simplemente sujetándolo, en señal de control. Era algo físico que parecía tener siempre un efecto psicológico en cualquier persona con tendencias sumisas. Y con Minseok funcionaba a las mil maravillas.

Siguió mirándolo a los ojos mientras introducía su otra mano entre sus muslos y lo hacía abrirse de piernas.

Su boca formó una «O» pero no dijo ni una palabra.

Él movió las manos entre su jugosa piel y encontró el calor a través de los boxers.

—Dime que lo deseas —le ordenó.

—Sí… Lo deseo.

Encontró el ribete de la prenda y pasó los dedos por debajo. Él gimió pero mantuvo los ojos abiertos y fijos en los suyos mientras él acariciaba su miembro hinchado entre los muslos.

Estaba increíblemente mojado. Empapado. Sería su perdición tocarlo así y no hacer nada con los insistentes latidos de su verga. Pero lo haría de todos modos.

Llegó a su sexo, desliso un dedo en la punta y su dedo permanecio allí un momento. Estaba muy caliente. Entonces bajo la otra mano hacia los testiculos y lo pellizcó.

—¡Oh!

A pesar de todo, su mirada no vaciló.

Tiró suavemente de la piel y le dio un breve masaje. A Minseok se le aceleró la respiración hasta que empezó a jadear y abrió la boca. Cuando le introdujo dos dedos él dio un grito ahogado.

Notó una contracción en la polla.

Su interior era como de terciopelo y cálido ; su polla quería entrar.

«Contrólate.»

Inspiró hondo y le introdujo los dedos con fuerza. Minseok se retorció en su regazo y eso le hizo estremecer. Pero estaba concentrado en él, en la mano que tenía en su interior, cada vez más adentro, hasta que supo por sus gemidos que le había encontrado el punto G.

—Córrete para mí, Minseok.

Y lo hizo. Así de simple. Su sexo se contrajo alrededor de sus dedos, mientras arqueaba la espalda. Su polla vibraba del anhelo y tenía las pulsaciones aceleradas.

«Ah, joder… Luhan…»

Minseok se mordió el labio y eso fue demasiado bueno para resistirse. Se le acercó y cogió esa suave piel con los dientes y la mordió, luego le separó los labios con la lengua. Se estaba corriendo; le jadeaba en la boca y pudo absorberlo todo: su placer, sus suspiros, el aroma de su deseo en el aire.

Minseok seguía temblando cuando él se apartó y lo puso boca abajo en su regazo.

—¿Luhan?

Se puso tenso.

—Shhh. Es hora. Es por eso que estamos aquí. Estás listo.

—Luhan… No. No puedo…

Minseok forcejeaba para incorporarse pero él lo sostuvo con firmeza.

—¿Me estás diciendo «rojo»? ¿Quieres usar la palabra de seguridad para salir? Si es así, dejaré que te incorpores, te ayudaré a vestirte y nos iremos de aquí. ¿Es lo que quieres?

—Yo… no.

Él apenas podía soportar hacerlo, sujetarlo así. Azotarlo. Solo haría que se le pusiera más dura y le resultaría más difícil controlarse. Ninguna persona había puesto en jaque su autocontrol como Minseok. Pero él podía aguantar. Lo haría y punto. Quería tocarlo más que cualquier otra cosa en el mundo en ese momento.

—¿Nos quedamos, Minseok?

—Sí.

Notó que su cuerpo cedía y con eso bastaba. Le apartó los boxers , que recogió entre sus nalgas para dejarlas desnudas. Pasó las palmas de la mano por la piel sedosa, acariciándolo con delicadeza. Al final, él se relajó en su regazo. Perfecto. Tanto como la curva de su trasero desnudo.

Él empezó a darle ligeros golpecitos con los dedos, lo suficiente para que Minseok lo notara. Prestó atención a su respiración por si oía alguna señal de pánico, pero de momento estaba bien. Lo azotó un poquito más fuerte; esta vez, el golpe hecho con la palma de la mano hizo ruido. Su respiración no cambió pero la piel se volvió más cálida y se tiñó de rosa.

—¿Estás bien, Minseok?

—Sí.

Él seguía tranquilo y cálido; sabía que estaba a punto de entrar en el subespacio, quizá lo había alcanzado ya cuando le introdujo los dedos, antes de que se corriera.

Volvió a notarse un pinchazo en la verga, que ya estaba hinchada.

«No pienses en eso ahora. Concéntrate.»

Le dio un azote más fuerte mientras, con la otra mano, seguía sujetándole el cuello con firmeza. Sabía que ahora sentía algo de dolor. También sabía que el deseo de su cuerpo podía convertirlo en placer si él sabía llevarlo bien.

Y era lo que pretendía.

Se detuvo para acariciar su piel rosácea y sonrió para sus adentros al verle el rubor. Pasó los dedos por las nalgas y le dio unos pellizcos en la parte inferior. Él se movió pero seguía respirando con normalidad. No había ni una pizca de tensión en sus músculos. Sabía que, de poder verle la cara, tendría las pupilas dilatadas y las mejillas sonrosadas.

—Minseok, ¿estás conmigo?

—Sí.

—Ahora te azotaré de verdad.

Él gimió y luego dijo:

—Sí…

—Buen chico.

Luhan levantó la mano y la bajó de golpe sobre una de las nalgas. Minseok dio un grito ahogado pero no se movió.

—Perfecto, Minseok. Inspira y expira como te he enseñado antes.

Él esperó hasta que Minseok inspiró hondo y luego volvió a dejar caer la mano sobre su trasero.

—¡Ah!

—Bien, Minseok. Tú puedes.

Le volvió a dar un azote en el trasero, que se tornaba de un rosa muy bonito. Y él lo aguantaba bien.

«Qué hombre más hermoso.»

Le estaba volviendo completamente loco.

Entonces empezó a marcar un ritmo; la mano subía y bajaba al compás de la música que sonaba de fondo. No existía nada más. Solo la música, la línea perfecta de su trasero y el punzante deseo que apenas lograba contener pero que, de algún modo, pudo refrenar.

«Por él.»

—Luhan… —dijo él en una voz baja y entrecortada.

Él se paró.

—¿Qué pasa?

—Necesito… correrme otra vez.

Dios mío. Este chico era impecable. Increíblemente impecable. Era valiente y muy sincero en cuestiones sexuales y eso le calaba hondo.

Él le había calado hondo.

Algo así no le había pasado en la vida. Él mismo no había permitido que sucediera. Pero Minseok…

Era perfecto. Y sabía que podría suponer el fin del control que se había pasado la vida perfeccionando.


Sorry por la demora

Diganme si hay algun error de cualquier cosa que se me pudo haber pasado

Cuatro

lu1

Luhan estaba sentado a la mesa de roble de su despacho, mirando la pantalla del ordenador. Llevaba desde primera hora de la mañana queriendo escribir algo, tratando de organizar el trabajo que tenía entre manos y darle algo de coherencia, pero se le iba la cabeza. Se inclinó hacia delante y trató de leer la página que acababa de escribir, pero se le juntaban las palabras.

Apenas había dormido. Se había despertado a las cinco con los ojos somnolientos y enrojecidos. Hacía días que no dormía bien. Había intentado volver a dormir por la mañana, pero después de estar ahí tumbado en la cama, pensando en Minseok durante una hora, se había levantado, se había duchado y había vuelto a llegar al orgasmo bajo el chorro de agua caliente.

Se notaba el pene erecto, duro.

Esto era cada vez más ridículo. Desde que lo había conocido se había masturbado cada día, varias veces al día. Y había empeorado desde que mantuvo la conversación telefónica de la noche anterior. Era demasiado excitante hablar con él sobre sus deseos. Igual que lo fue oír la rabia en su voz e imaginarse cómo se las apañaría para aplacarlo. Había tenido erecciones nocturnas constantes, como si estuviera en un anuncio de Viagra maquiavélico.

Joder, ese hombre era como una especie de diablito que también invadía sus sueños y demasiados despertares también. No veía el momento de ponerle las manos encima. De acabar con esas peleas y apagarle la rabia que llevaba dentro.

Atarlo.

Azotarlo.

«Oh, sí.»

El pene se le empinó de solo pensarlo.

Tenía que controlarse.

Tenía que controlarlo a él también.

Gimió.

«Necesito verlo.»

¿Por qué luchaba contra esa sensación? Cuando quería algo, lo hacía y listos. ¿Por qué debería ser eso distinto?

Quizá porque verlo antes de la fecha convenida iba contra su protocolo habitual. Alteraba el patrón de la relación dominante/sumiso, por muy casual que fuera la conexión.

Y a él, esto no se le antojaba muy casual.

Joder. Lo llamaría. No pasaba nada por sorprenderlo, de todos modos. Y revolucionarlo un poco.

Sintiéndose que controlaba más la situación, cogió el teléfono móvil y marcó su número. Notó su respiración al otro lado del teléfono al descolgar.

—¿Luhan?

Ah, sí. Esa encantadora voz entrecortada.

—Minseok. ¿Qué tal va la mañana?

—Son las ocho.

—Exacto.

—¿Siempre llamas a la gente tan temprano?

—¿Estabas durmiendo?

—No, pero… da igual.

—Quiero verte, Minseok. —No le importaba el tono algo hosco de su voz. Cogió un bolígrafo, le dio unos golpecitos en el borde del escritorio y al darse cuenta de lo que estaba haciendo, paró en seco.

—¿Quieres verme ahora?

«Sí.»

—Esta noche.

Hizo clic en la parte superior del bolígrafo y dejó que el trocito de metal se le hincara en el pulgar, a la espera de su respuesta.

—¿Por qué esta noche?

Se le resbaló el bolígrafo de las manos pero al agacharse a recogerlo, este cayó al suelo haciendo ruido.

«Mierda.»

—¿Tienes que cuestionarlo todo, Minseok?

¿Y él? No quería pensar demasiado en lo que fuera que le estuviera pasando. Solo quería verlo, joder.

—No… supongo que no.

—Quedamos a las siete en el Black Sesame Kitchen en Dongcheng. ¿Sabes dónde te digo?

—Sí, lo conozco.

—No llegues tarde.

—Nunca llego tarde.

Captó un deje de terquedad en su voz, pero no le estaba rebatiendo nada en ese momento. Él se recostó en la butaca frente a su mesa y notó cómo se le relajaban los músculos.

—Y, Minseok, deberás ir vestido de negro. ¿Tienes un traje negro?

—¿Y qué hombre no lo tiene?

Por el tono no distinguía cómo se tomaba eso de que le dieran órdenes, pero ya se ocuparía de eso más tarde. Ahora mismo no le importaba todo lo que debería.

—Entonces nos vemos esta noche.

Él suspiró.

—Está bien. De acuerdo.

Sí; había algo de fuego en su interior, pero eso ya se lo esperaba. Disfrutaba de eso.

—Hasta esta noche, pues.

Colgó sin darle opción a responder. Sentía cómo empezaba ya la irritación, la lucha. Lo dejaría macerar durante el día y le permitiría también que se fuera tranquilizando solo. ¿O quizás estaría hecho una furia cuando lo viera? Iría bien de cualquiera de las maneras. Parte de su tarea como dominante era provocarlo y sacarle algún tipo de respuesta. Y si se iba a rebelar contra este proceso —algo que era habitual en él— sería mejor abordar el problema lo antes posible.

Seguro que disfrutaría de la pelea, de verlo forcejear. Y aún se regodearía más del momento en que finalmente cediera. Era demasiado, quizá. Pero él también tendría que abordar el asunto. Tenía que sacarse esa sensación extraña de encima. Con Minseok. O con otra persona. Eso no importaba, ¿no?

¿Sí o no?

Nunca antes había importado y ahora no iba a empezar a colgarse por un hombre. Esta atracción malsana hacia Kim Minseok era solo eso y nada más.

«Sácate esta sensación de dentro. Trabájatela y listos.»

Esta noche la dedicaría a conocerlo, porque cuanto más pudiera meterse en su cabeza, más fácil sería conseguir que cediera. Era complicado. La dinámica de juego y poder sería más efectiva cuando tuviera una idea mejor de cómo funcionaba su mente. Era tan claro y sencillo como eso.

Sacudió la cabeza y volvió a centrarse en la pantalla del ordenador. En el fondo sabía que se estaba mintiendo.

~°~

Minseok salió del taxi frente al Black Sesame Kitchen y cerró dando un portazo. Llevaba todo el día mosqueado.

Se alisó los pantalones marrones con las manos y se recolocó la chaqueta de piel color caramelo.

Lo tenía claro si pensaba que se iba a poner el traje negro.

Abrió la puerta del restaurante un poco más fuerte de lo necesario. En su interior encontró la sencilla elegancia asiática; unas paredes rojo oscuro que contrastaban enormemente con las mesas lacadas en negro y los delicados ramilletes de orquídeas blancas en los jarrones altos y finos.

Lo vio de inmediato. Estaba apoyado en la barra con una copa en la mano. Era grande y apuesto —no, la palabra «apuesto» no era lo bastante fuerte para describirle—. Llevaba pantalones negros y una camisa oscura que se le ajustaba al torso musculado como si se la hubieran hecho a medida. Quizás era así. No era posible que una camisa quedara tan bien encima de esos enormes y anchos hombros y bien lisa y ajustada alrededor de su estrecha cintura. Pero por muy guapo que estuviera, su aspecto no le quitaría el enfado con el que había llegado.

Él sonrió al verlo. Su sonrisa estaba cargada con un cierto aire de engreimiento y eso le hizo hervir la sangre, aunque su cuerpo ardía de deseo. Sofocó ese anhelo, asintió y se fue derecho a él.

—Hola, Luhan.

—Así que vienes pero antes has querido asegurarte de hacerme saber que no te voy a mangonear, ¿es eso?

Él levantó la barbilla.

—Sí. Eso es, exactamente.

Él sonrió.

—Estás muy guapo, Minseok.

No se lo esperaba, pero se negaba a ser un pelele y quería que le quedara bien clarito.

—Tal vez forme parte del ritual con las personas con las que juegas en el club, pero yo no soy ningún esclavo. Y mi incursión en esta rama de la perversión no significa que esto haya cambiado. No me interesan estas cosas.

Él siguió sonriendo, algo que a él se le antojó perturbador.

—Esto es lo que estamos haciendo ahora. Hacernos una mejor idea de lo que te interesa. ¿Nos sentamos a una mesa?

—Yo… sí.

No sabía qué más decir y se sintió tonto por lo que acababa de soltarle. ¿Por qué no podía tranquilizarse?

Luhan hizo un gesto majestuoso con la barbilla y la camarera apareció de la nada. Era una muchacha delgada y atractiva con una melena morena brillante. Sonrió a Luhan pestañeando rápidamente. A Minseok no le sorprendía y tampoco podía culparla. Luhan debía de ser el hombre más atractivo del restaurante, con esa sonrisa encantadora y libertina.

Dios mío, ¿acababa de pensar en la palabra «libertina»?

Sacudió la cabeza mientras seguía a la camarera hasta su mesa; Luhan iba unos pasos atrás. Juraría que sentía el calor de su cuerpo imponente.

Él se inclinó hacia él y le susurró:

—De hecho no esperaba que llevaras el traje negro. Tú no.

Él se dio la vuelta para fulminarle con la mirada, incrédulo, pero él se limitó a sonreírle mientras lo ayudaba a quitarse el abrigo y se lo colocaba en el respaldo de la silla, justo antes de apartarla. Luego, se sentó enfrente.

—Tomaremos té verde con jazmín —le dijo a la camarera sin dejar de mirar fijamente a Minseok. Sus ojos despedían una intensa luz miel en la penumbra del local.

—Me sorprendes —dijo él.

—¿Ah, sí? ¿De qué forma?

—Todas estas buenas maneras: me apartas la silla y te acuerdas del té que me gusta.

—Que sea dominante no quiere decir que sea un capullo, al contrario de lo que piensa la gente. Y yo nunca me ajusto a la creencia popular.

—Ya, seguro que no.

—Ni tú.

—¿Qué quieres decir? —Tocó el dobladillo del jersey de angora de color crema.

Él se encogió de hombros.

—Eres escritor de novelas eróticas. Hay personas que seguramente tendrán ideas preconcebidas sobre en qué tipo de persona te convierte eso.

—Posiblemente. ¿Y en qué tipo de persona me convierte eso?

Él se inclinó hacia delante, mirándolo a los ojos. Atravesándolo con la mirada. Él se movió, incómodo. Estaba deseoso de escuchar su respuesta.

—Creo que en una persona que es más abierto de mente en temas sexuales que una persona normal. Tal vez te convierte en un hombre más abierto en general, aunque no creo que te lo apliques tú mismo.

—No entiendo qué quieres decir.

—Quiero decir que creo que te juzgas más severamente de lo que tú juzgas a los demás.

—Eso seguro. ¿Pero no le pasa a todo el mundo?

—Sí. En eso tienes razón.

—¿Incluso tú?

Él sonrió; tenía los dientes blancos y resplandecientes parecía pícaro, incluso al sonreír. Y como siempre, él se quedó obnubilado.

«Mierda.»

—Incluso yo —dijo—. Mira, ya está el té.

Para su sorpresa, una vez más, él cogió la tetera y sirvió el té, tras lo cual le dio a él la tacita roja y blanca. Minseok la cogió y aprovechó para calentarse los dedos.

—Gracias.

—De nada.

No conseguía descifrar a este hombre. Y él tenía razón: él tenía ideas preconcebidas acerca de lo que era ser dominante sexual. Unas ideas que tendría que desechar y volver a empezar.

Ojalá no tuviera que controlarlo todo él siempre. O él…

Se rio.

—¿De qué te ríes? —preguntó él.

—Nada, es que empiezo a entender algunas cosas —reconoció—. Estoy reajustando mi manera de pensar y no es que me guste.

Él se recostó en la silla y le dio un sorbo al té.

—Vaya, exactamente lo que pretendía conseguir.

Él suspiró.

—Otra vez vuelves a hacerlo —musitó.

Él se quedó callado un momento, escudriñándolo, y Minseok notó que se le encendían las mejillas bajo su atenta mirada.

Luhan levantó su tasa humeante, la sopló un momento, le dio un sorbo y luego la volvió a dejar en la mesa. Cada pequeño movimiento parecía estudiado. O quizás era simplemente que él esperaba que le dijera algo; ese estudio pormenorizado lo estaba poniendo nervioso.

—¿Pretendes ser un gran reto para mí, verdad, Minseok?

—Yo no pretendo nada.

—¿Ah, no?

—Soy quien soy.

—¿Y quién eres?

—¿Estás siendo condescendiente?

—Rotundamente no. Solo quiero conocerte. Es parte de mi trabajo, por decirlo de algún modo. Pero quiero conocerte de verdad. ¿Te parece bien?

Se inclinó hacia delante otra vez y le cubrió la mano con la suya. Su mano era grande, cálida, y ese calor pasó a su piel del mismo modo que el de la taza de té. Minseok se deshizo por dentro.

—Sí. Claro. No sé por qué estoy tan combativo. O tal vez sí lo sepa, pero de todos modos es de mala educación y lo siento.

—No pasa nada. Volvamos a empezar. Simplemente relájate, habla conmigo. ¿Por qué no me cuentas algo de ti?

—¿Qué te gustaría saber?

—Empieza por el principio.

—Bueno…

Se dio cuenta de que su mano seguía sobre la suya y eso le hacía difícil pensar. Bajó la vista hasta sus manos, luego a su rostro. Él esbozó una sonrisa y apartó la mano como si lo hubiera entendido.

—Empieza por tus novelas, Minseok. Me gustaría saber un poco más acerca de tu trabajo.

Él bajó las manos hasta el regazo y flexionó los dedos, notando el calor que él le había dejado.

—Llevo escribiendo a tiempo completo los últimos cuatro años.

—¿Y siempre has hecho literatura erótica?

—Sí, siempre. Empecé a escribir a los veinte años pero nunca creí que me publicarían nada hasta hace cuatro años. Las cosas sucedieron muy rápidamente. Conseguí una agente, vendí mi primer libro, luego tres más y varias novelas más largas. He tenido mucha suerte. Antes de eso trabajaba en la banca. Me iba bastante bien.

—¿En la banca? No te veo en un banco. Imagino que allí, en ese estricto ambiente corporativo, desperdiciabas tu talento. Eres demasiado… exótico.

Él se movió, incómodo, y entrelazó los dedos. Nunca había pensado en él en esos términos.

Este hombre lo desequilibraba como no lo había hecho nadie nunca.

Suspiró y prosiguió.

—No me gustaba nada. Pero el dinero que ganaba me dio la oportunidad de dejar de trabajar y dedicarme a escribir, así que me alegro. Por suerte, conseguí mis primeros contratos antes de que se me acabaran los ahorros. ¿Y tú? ¿Qué hacías antes de escribir profesionalmente?

—Enseñaba inglés en una universidad de aquí.

—¿Y lo dejaste para escribir?

—No inmediatamente. Dejé de trabajar hace tres años. Tenía que cumplir con demasiados plazos de entrega. Sentía que no podía hacer ambas cosas y dedicarle la energía necesaria a todo. No quería ser un fraude para mis alumnos. De hecho, me encantaba la enseñanza. Algunas personas creen que es una existencia banal pero yo disfrutaba mucho.

—Me imagino. Y estoy seguro de que encontrabas tus emociones en otro sitio.

Él sonrió.

—Por supuesto. No me voy a molestar en decirte que soy alguien que no soy. —Le dio un sorbo al té—. A diferencia de otras personas.

—Vaya, un puñal. ¿Me lo sacas de la espalda?

Él sonrió y un destello de malicia se asomó a sus ojos.

—Aún no. Ya hablaremos de eso más tarde.

A Minseok se le encendieron las mejillas otra vez y notó calor en la entrepierna. De repente cayó en la cuenta de que este hombre iba a tocarlo muy pronto. Que lo azotaría. ¿Y qué más?

Cruzó las piernas debajo de la mesa, tratando de ignorar el anhelo que sentía.

«Céntrate. Sigue hablando.»

La charla hacía que pareciera una cita normal y corriente. Eso lo podía soportar.

—Luhan, cuéntame más de esas cosas de adicto a las emociones fuertes que mencionaste el otro día. Las actividades extremas.

Él sonrió.

—Me gusta todo lo que me dé subidón de adrenalina. Hago snowboard, paracaidismo. Creo que también te dije lo de nadar entre tiburones. Y las motos. He participado en carreras también, pero no profesionalmente.

Él se estremeció. No le gustaba nada la idea. Nunca le había gustado.

—¿Minseok? ¿Qué ocurre?

Él movió la mano para quitarle importancia pero notó que se había puesto blanco. Y Yixing uno de los grandes motivos de que él se hubiera convertido en lo que era.

«Díselo y sácatelo de encima.»

—Perdí… perdí a mi hermano pequeño, Yixing, en un accidente de moto. La idea de que alguien conduzca una moto me… me incomoda.

—Lo siento. ¿Hace poco?

—No. No. ¿Podemos cambiar de tema? Parece que has viajado mucho.

—Es verdad. Me encanta el sudeste asiático, todo el hemisferio oriental. Tailandia es muy hermosa. Bali. Y el Tíbet fue una aventura aunque no muy cómoda, la verdad. Allí me tatuó un anciano usando el método antiguo. Cogen una varilla afilada de bambú y van pinchando para introducir la tinta en la piel. Hacen falta dos personas para sujetarte y para que la piel quede tensa. Se tardan horas. Pero al cabo de un rato entras en una especie de trance. Lo llevo en la parte de atrás del hombro; una parte en la que todo es hueso y dolió una barbaridad, pero es mi tatuaje favorito. Estos tatuajes son personalizados y tienen el significado espiritual que el artista descubre en cada persona. Un mensaje único. Fue una experiencia inigualable.

—Lo he visto hacer en documentales. Tiene pinta de ser muy doloroso pero los diseños son muy bonitos.

—Ya te enseñaré el mío un día de estos. ¿Te gustan los tatuajes?

—Sí. Tienen un significado muy personal e interesante; es como una declaración personal. Yo llevo uno.

—¿En serio?

—Pareces sorprendido.

—Tal vez no. ¿Qué es?

—Una ramita con flores de ciruelo por encima de la parte derecha de la cadera.

—Ah. Las flores del ciruelo son un símbolo de perseverancia.

—Sí. Las flores pueden sobrevivir a una helada invernal.

—Quizá me digas algún día qué es lo que significa para ti.

Él sonrió.

—Quizá. ¿Tienes otros tatuajes, además del que te hicieron en el Tíbet?

Él asintió.

—Un par de dragones en los antebrazos. Me los hice en Hong Kong. Me arremangaría para enseñártelos pero una vista parcial no les haría justicia. Tendría que quitarme toda la camisa.

Dios mío, ¿qué aspecto tendría este hombre sin camisa? Se estremeció.

—¿Y qué significan para ti?

—Los dragones simbolizan poder, fuerza y protección.

—¿De qué necesitas que te protejan?

Una sombra se asomó a su rostro pero desapareció tan deprisa que dudó de haberla visto, incluso.

—Todo el mundo tiene vulnerabilidades. No seríamos humanos si no las tuviéramos, ¿no crees?

—Y me imagino que no me contarás cuáles son esas vulnerabilidades, ¿verdad?

—Ahora no. Pero yo sí debería saber las tuyas. Eso también forma parte de mi trabajo.

—¿Es necesario?

—Sí —se limitó a decir.

—¿Por qué?

—El poder conlleva una enorme responsabilidad. Necesito tener información sobre cómo reaccionarás cuando juguemos y por qué para que pueda cuidarte como es debido.

—Oh…

Ese breve recordatorio de lo que habían planificado hacer juntos lo deshacía de deseo y lo mareaba ligeramente. ¿De verdad estaban manteniendo esta conversación con semejantes referencias eróticas en medio de un restaurante abarrotado?

—¿Por qué no me cuentas algo de tu familia, Minseok?

—¿De mi familia?

—Es un buen punto de partida.

—De acuerdo. Está bien… —Se quedó callado para pensárselo un momento. ¿Qué podía contarle?—. Soy de Seúl. —Hizo una pausa otra vez. No tenía ganas de darle demasiados detalles. Le resultaba demasiado duro. Se sentía mejor cuando se quitaba a la familia de la cabeza. Sobre todo a su madre. ¿Cómo podía explicar algo así?

Descruzó las piernas, cogió la taza y la encontró vacía. Luhan alargó la mano, la cogió, se la llenó y se la devolvió.

—Continúa —le instó él—. ¿Tu familia sigue viviendo allí?

—No. La mayoría está ahora en Gyeongi-do, Guri. Mi tía Sohee y mi madre. Y mi abuela Yuri, con quien me llevo muy bien.

—¿Pero no te llevas bien ni con tu tía ni con tu madre?

—Las cosas con mi madre son… difíciles.

—Cuéntame algo de ella.

—No.

Sus miradas se cruzaron pero él no se inmutó.

—Otro día, entonces.

Él asintió y apartó la vista.

—¿Quieres contarme algo de tu hermano? —le preguntó en voz baja.

—Pues no especialmente.

—¿Pero lo harás?

Lo estaba tratando con mucha delicadeza y eso hacía que quisiera contárselo. Dejar que lo conociera, aunque fuera un poco solo.

—Yixing era tres años menor que yo. Era buen chico y buen estudiante. Tenía un sentido del humor que yo no heredé. Siempre conseguía hacerme reír. Teníamos una relación muy estrecha. No nos peleábamos como la mayoría de los hermanos. Creo que nos necesitábamos mutuamente…

Se le apagó la voz.

«No quiero seguir con esto.»

—Perderle debió de ser muy difícil.

—Lo fue.

Llegó la camarera y les interrumpió; a él le vino bien.

Luhan pidió por los dos sin consultarle a él ni al menú. Cuando la camarera se fue, Minseok le preguntó:

—¿Siempre haces eso?

—¿Llevar el mando? Sí. —Se inclinó hacia delante con una expresión divertida en la mirada—. ¿Acaso esperabas otra cosa de mí?

Eso lo hizo sonreír.

—Supongo que no. —Cogió la taza otra vez—. Tu turno. Cuéntame algo de tu familia.

—No tenemos una relación muy estrecha. Mi madre y su marido viven en Changsha. Mis hermanastros Chen y Ling también están allí. Pero todos éramos adultos cuando se casaron nuestros padres y no nos conocemos mucho.

—¿No tienes más hermanos?

—No.

—¿Y tu padre?

—Mi padre…

Luhan se quedó callado, le dio un sorbo a su té, que cada vez estaba más frío, y se movió en la silla.

Le resultaba duro hablar de su padre y solía evitar el tema. Pero estaba cómodo con Minseok, a pesar de la tensión sexual, del deseo irrefrenable que reconoció al instante. Se esforzó por centrarse.

—Mi padre era físico y profesor de universidad. Era un hombre brillante. De verdad, no era porque lo tuviera puesto en un pedestal. Me enseñó muchas cosas. A él le debo gran parte de quien soy.

—Has dicho «era». ¿Qué le pasó?

—Murió cuando yo tenía veintidós años.

—Lo siento, Luhan.

Su rostro y su tono eran de pura compasión. Incluso sus ojos. No era lástima, era compasión.

—Estaba cruzando la calle y le atropelló un coche. Fue todo muy fortuito. Pero como era físico siempre creyó en la aleatoriedad del universo. Durante mucho tiempo yo también lo creí. Y aún lo hago, solo hasta cierto punto, aunque he pasado mucho tiempo buscando una respuesta mejor. Supongo que en parte mis viajes se han debido a esto mismo.

Hizo otra pausa y se pasó la mano por el pelo. Mierda, había dicho demasiado.

—Eso debió de haber sido horrible para ti. Parece como si fuera el único familiar con el que te llevabas realmente bien.

—Sí.

Sintió como si se bloqueara, como si lo bloqueara a él también. No quería hacerlo pero no podía seguir hablando del tema.

Llegó la comida. Justo a tiempo.

Él cambió de tema y hablaron sobre cuestiones menos personales durante la comida: las películas que les gustaban, los políticos locales, el arte y la música. Luhan se sorprendió al descubrir lo mucho que tenían en común. Quizá no tendría que haberse sorprendido tanto. Una química tan fuerte como la suya tenía que darse por más cosas además de que olía mejor que cualquier otra persona.

Cuando hubieron terminado, la camarera les retiró los platos y él pidió más té. Lo había estado observando. Le fascinaba la forma en que movía su hermosa boca al hablar o cuando apresaba un trozo de comida entre los labios. Su piel de alabastro era inmaculada, con un ligero rubor rosado en las mejillas. Era hermoso.

Tenía ganas de sacarle ese rubor a la superficie, en todo su  cuerpo. El rubor del deseo. La rojez de un trasero bien azotado.

Se le puso dura de solo pensarlo.

«Control.»

—¿Has cenado bien, Minseok?

—Sí, mucho. Gracias.

—No te entretendré mucho. Te quiero descansado esta semana. Ya hablaremos de lo que sucederá en el Pleasure Dome el sábado por la noche.

—Ah.

Ese ligero rubor se enrojeció un poco más y se le dilataron las pupilas. Él miró alrededor, preguntándose tal vez si alguien alcanzaba a oírles. A él no le importaba pero bajó la voz.

—¿Entiendes qué son las palabras de seguridad, Minseok?

—Creo que sí.

—Tu palabra de seguridad es «amarillo» si quieres que baje el ritmo o si hay algo que crees que es demasiado. Si necesitas un descanso, beber agua o si te entra el pánico. Si notas en tu cuerpo una sensación de gran incomodidad. Iré comprobando la circulación si te ato; cosa que probablemente haga.

Ahora Minseok empezaba a palidecer. No pasaba nada. No le importaba que se alarmara un poco por la realidad de lo que iban a hacer. De hecho, le complacía. El pene le dio un pequeño tirón.

Él siguió hablando.

—«Rojo» significa que quieres que pare. La escena terminará. Si estás atado, te desataré inmediatamente. Cortaré las cuerdas si es necesario. Yo nunca discutiré nada de eso contigo. De esta manera, tú tienes la última palabra y estarás siempre a salvo conmigo. ¿Lo entiendes?

Vio que tragaba saliva y se le movía la nuez.

—Sí.

—También debes saber que no juego sin contacto sexual. No hace falta que te acuestes conmigo, claro. Pero si te opones a que te toque, a estar desnudo, dímelo ahora y lo dejaremos aquí. La estimulación sexual puede ayudarte a entenderlo más. Te ayuda a soltarte. Algunas personas pueden jugar sin hacerlo, pero yo no.

Lo miró cuidadosamente y reparó en cómo le brillaban los ojos y se le aceleraba la respiración. Hasta sus labios se habían vuelto de un rojo más intenso, como si alguien se los hubiera mordido. Era una señal de deseo. Pero ¿se opondría a eso?

No sabía qué diantre haría si se retractaba ahora. Lo deseaba con todas sus fuerzas.

Pero él se limitó a asentir y dijo:

—De acuerdo.

Una frase corta y se le había puesto dura como nunca en la vida.

«Contrólate.»

—¿Tienes alguna pregunta que hacerme? —le preguntó él.

—Pues… no lo sé.

—Mira, si quieres puedes enviarme un correo electrónico desde hoy hasta el sábado.

Él volvió a asentir, tratando de parecer valiente, pero no dejaba de palidecer y de ruborizarse minuto a minuto.

Él se inclinó hacia Minseok, le cogió la muñeca y le palpó con los dedos bajo la manga. Tenía el pulso acelerado. Y la piel suave como el satén.

—Minseok, escúchame bien. Si en algún momento cambias de parecer, todo depende de ti. Esto funciona así. No me enfadaré, ni te juzgaré, ni tendré resentimiento.

No quería por nada del mundo que eso pasara y esa sensación no le gustaba nada.

—Está bien. Sí, lo entiendo.

—¿Sigues interesado?

Minseok se quedó callado un momento; los latidos se le aceleraron un poco más.

—Sí, me interesa. Quiero hacerlo. Tienes razón. Esta es la única manera de conocer el tema. Necesito conocerlo. Y no solo por el libro sino por mí mismo.

Él asintió intentando aparentar tranquilidad pero por dentro estaba hecho un lío: el corazón le latía con fuerza y el pene vibraba del deseo que sentía por él.

Kim Minseok no era una persona más. Lo que acabaría significando para él no lo sabía. Y, por primera vez en su vida desde que muriera su padre, sintió miedo.

Tres.

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Minseok estaba sentado en su sofá con un montón de libros esparcidos delante de él en la mesita de centro y un bloc de notas en el regazo. Había estado investigando el tema del bondage, los juegos de dolor y el intercambio de poder y los motivos por los cuales a la gente le excitaban estas cosas. Lo que había leído lo había excitado, eso estaba claro. Y se había imaginado en las diversas situaciones: atado, azotado e incluso fustigado. Podría aducir que se debía a eso el pálpito que se notaba entre sus muslos si quería mentirse a sí mismo.

En realidad quien le hacía esas cosas no era un partenaire sin rostro. Luhan había estado en todas y cada una de las situaciones: eran sus manos las que tenía encima y era él quien le daba órdenes.

Suspiró, cogió la taza de té y le dio un sorbo. Lo había endulzado dos veces. El aromático brebaje le alivió la garganta, pero el resto del cuerpo estaba tenso como un alambre.

Habían pasado tres días desde que hablara con él y aún no había tenido noticias suyas. Se preguntaba si formaba parte de la demostración de poder o si simplemente estaba muy ocupado. Fuera como fuese, no le gustaba. No le gustaba estar alimentando ese comportamiento dominante.

Sabía que estaba pasando demasiado tiempo diseccionando las cosas, pero no podía evitarlo. No era ningún chiquillo pasivo que se derritiera a su paso e hiciera cualquier cosa que le pidiera, o que fuera a permanecer sentado junto al teléfono como un perrito faldero, esperando su llamada.

Entonces, ¿por qué estaba haciendo precisamente eso?

Había salido con muchos tíos y nunca había sido de esa clase de chicos. Nunca había tenido que esperar a nadie. El sexo era abundante para un hombre liberal como él había sido siempre. Si le interesaba un hombre, se lo dejaba claro desde un principio. Los hombres, a su vez, sentían que con él no les hacía falta jugar a jueguecitos como con los demás hombres. Minseok mantenía las distancias para que ellos nunca pensaran que lo tenían. Y, de hecho, ninguno lo había conseguido. Él tampoco jugaba a ese juego.

Pero Luhan lo tenía pillado de una forma que no entendía…

Dejó la taza en la mesa, cogió un libro y lo hojeó, tratando de centrarse otra vez en su tarea. Buscaba una explicación más profunda de la psicología y la química del subespacio: ese estado parecido al trance que muchos sumisos alcanzaban durante el juego BDSM. Entendía el proceso químico, cómo se liberaban las endorfinas en el cuerpo en respuesta al dolor o a la estimulación sexual, pero no tenía tan claro la parte mental y emocional del proceso.

¿Por qué respondía la gente a ciertas cosas y no a otras? Había leído muchas veces que algunos sumisos podían empezar su descenso al subespacio cuando les ataban y les daban órdenes. A veces, incluso, bastaba con oír una voz dominante.

El tono suave y suntuoso de la voz de Luhan vagaba por su mente y le hacía cosquillas en la piel como una leve corriente eléctrica. Como si pudiera sentir la sutil vibración del sonido. Juntó las piernas al notar un repentino dolor en su entrepierna.

De acuerdo. Entendía esa parte.

Volvió a hojear el libro y su mirada se posó en la fotografía de una mujer atada con una cuerda en una especie de arnés muy complicado. Pero no eran las cuerdas lo que le llamaba la atención ni la suave piel de la mujer, arrodillada y desnuda salvo por la cuerda. Era la mano de un hombre en algún lugar fuera del encuadre y la manera en que le acariciaba la cara. El gesto inspiraba cierta ternura. Le encantaba el contraste, la implicación de que la mano de este hombre pertenecía a quien la había atado, y ahora tenía un control total sobre ella.

Sintió una oleada de deseo.

Una pequeña parte de él quería ser como esa mujer. Si el hombre fuera Xi Luhan.

Cerró el libro bruscamente y se incorporó de un brinco.

¡Qué ridiculez! Era un hombre fuerte. Independiente. Aunque sintiera un mínimo deseo de hacer de sumiso para Luhan, solo era por recibir esa estimulación. Permanecer inmóvil y dejarse hacer todas esas cosas.

Gimió. Ese pensamiento no lo ayudaba en absoluto.

Sonó el teléfono y lo cogió al vuelo, aliviado por tener un motivo para desviarse de sus pensamientos.

—¿Diga?

—Hola, soy Tao.

—Hola, Tao.

Huang Zi Tao, tatuador que también escribía relatos eróticos de ficción, era uno de sus mejores amigos. Se habían conocido hacía unos años cuando Minseok fue a una conferencia de escritores en Qingdao. Cuando Minseok regresó a Qingdao unos meses más tarde para que él lo tatuara, pasaron algún tiempo juntos y se hicieron amigos. Ahora, a pesar de los muchos kilómetros que los separaban, hablaban cada semana y se veían siempre que podían.

—¿Qué haces, Minseok?

—Comiéndome el coco, principalmente.

Tao se echó a reír.

—¿Y eso?

Minseok se acercó a la pared donde las ventanas daban a la costa. Las nubes oscurecían parcialmente el cielo de la tarde; eran como una pesada cortina gris que amenazaba lluvia.

—Ojalá lo supiera.

—¿Necesitas hacer una lluvia de ideas para un libro?

—De hecho estoy en la etapa de investigación para mi próxima novela. Es una historia erótica con el BDSM como trasfondo. Lo que me lleva a lo que me trae de cabeza. Más o menos.

—A ver, ¿me vas a contar de qué estás hablando o no?

—Perdona, no quería ser tan impreciso.—Se quedó callado, respiró hondo y lo soltó—: He conocido a un hombre.

—Vaya, parece prometedor.

—Tal vez. No. Joder, Tao, no lo sé… este hombre, Luhan, es… no tiene nada que ver con los hombres que he conocido en mi vida.

—¿En qué sentido?

—En todos los sentidos. —Se calló otra vez, apoyó la palma de la mano en el cristal de la ventana y notó el frío en la piel—. Luhan forma parte de mi investigación. Bueno, en este momento lo es todo. Me lo recomendó Sehun, un sumiso, para que me hablara de todo esto del BDSM. Me parecía que no sabía lo suficiente para escribir acerca del juego de poder como era debido.

—Pues no veo por qué no. Has escrito sobre todo tipo de cosas. Y tampoco es que seas muy puritano. Si eres tú al que los demás recurrimos en busca de respuestas para todo lo que tenga que ver con el sexo. Eres nuestro rey, Minseok —bromeó Tao.

—Ja, ja… No soy el rey del erotismo precisamente. Tener experiencia en el sexo no es lo mismo. Esto es algo muy específico. Y esta vez reconozco que me va un poco grande. Pero cuanto más averiguaba sobre las dinámicas que había, más me daba cuenta de que necesitaba información verídica. Que tenía que basarme en algo más que no fuera leer libros.

—¿Así que pensaste en hablar con alguien involucrado en estas cosas?

—Sí…

—¿Pero…? Porque por tu voz y por el modo en que te andas por las ramas deduzco que hay un «pero».

Minseok levantó la palma del cristal, trazó una línea con los dedos y se apartó de la ventana.

—El «pero» es bastante grande, Tao.

—Oye, que hablas conmigo. No me asusto con facilidad. Ni tú tampoco. Por eso tengo tanta curiosidad por saber cómo un hombre ha conseguido desequilibrarte así.

—Luhan es dominante sexual.

—Ya me lo suponía.

—Y me ha pedido… bueno, me ha retado a que me entregue a él. Sigo sin creer que haya accedido pero lo he hecho. Estoy seguro de que no funcionará. La idea es absurda. Pero es tan… carismático. No, es más que eso. Es increíblemente guapo, pero tendría fuerza hasta sin eso. —Vio su rostro en su imaginación. Su sonrisa encandiladora. Sus ojos lo atravesaban con una mirada de fuego miel…

—¿Minseok?

—¿Qué? Ay, lo siento, estaba pensando… en él. No puedo parar. No recuerdo cuándo fue la última vez que me pasó algo parecido, cuándo perdí el control de esta manera.

—Quizá el quid de la cuestión está ahí.

—¿Entonces crees que usa alguna especie de jueguecito mental con las personas con las que interactúa?

—No. Bueno, quizá sí lo haga, pero me refería a que puede que sea eso lo que te pone. En algún nivel universal. Tal vez sea esto lo que necesites, Minseok.

—¿A qué te refieres?

—A que eres siempre tan controlador. Y no pasa nada por querer controlar tu vida, sobre todo después de lo que pasaste al crecer con tu madre. Pero podría irte bien ceder el control a otra persona por una vez, aunque sea solo durante un rato.

—Dudo mucho de que el universo pusiera a Xi Luhan en mi vida para que me atara.

—Pues creo que puede ser eso exactamente.

—¡Zi Tao!

—Oye, sabes que te quiero, y te quiero lo suficiente para decirte que te iría bien que te soltaras un poco.

—He estado con muchos hombres y he experimentado mucho en el terreno sexual.

—Sí, pero no es lo mismo, ¿no crees? Tú mismo lo has dicho. Si lo que creo saber del BDSM es correcto, va de los papeles que adopta cada persona. Es un juego de poder, ¿no?

—Sí, según tengo entendido, en eso se basa.

—Entonces me parece que tienes que soltar ese poder por esta vez.

—Esa es la parte que no me gusta.

—Pues por eso es por lo que debes probarlo.

—No sé. Quizá. —Se enrolló un tirabuzón en el dedo y lo estiró—. Tal vez tengas razón. Y supongo que en parte sé que es por eso por lo que accedí a hacerlo. Bueno, es uno de los motivos.

—Ya me informarás de lo demás cuando lo hayas hecho. Porque lo harás, ¿verdad? ¿Le verás y estarás con él?

¿Lo haría?

¿Se le había pasado por la cabeza, ni aunque fuera un segundo, dar marcha atrás?

Suspiró.

—Sí. Pero me va a resultar difícil.

—A veces lo difícil nos ayuda a conocernos mejor.

—Sé que tienes razón. Es que… me resisto.

—Hazlo, Minseok. Aprovecha la oportunidad. Siempre y cuando este hombre sea seguro, claro. Aunque me has dicho que te lo recomendó alguien, ¿verdad? Creo que deberías hacerlo.

—Ya, yo también. —Y que los ojos mieles de Luhan, su voz, su olor, lo hicieran derretir, facilitaría un poco las cosas. Eso hacía que la situación, y él mismo, fuera irresistible—. No sé qué pasará exactamente y eso me incomoda bastante. Joder, me incomoda muchísimo. Pero, para serte sincero, es muy excitante esta… esta sensación exquisita de la expectativa, quizá porque no tengo ni idea de cómo irán las cosas.

—Vaya. Nunca te he visto así de inseguro, Minseok.

—Eso es porque no soy yo. Pero es que este hombre…

Las posibilidades revoloteaban en su cabeza. ¿Qué le haría Luhan? ¿Qué le pediría que hiciera?

Se le hizo un nudo en el estómago y empezó a notar calor en el bajo vientre. Estaba a punto de averiguarlo. Lo único de lo que estaba seguro era de que Xi Luhan iba a cambiarlo de una forma irrevocable.

Horas más tarde volvió a sonar el teléfono. Minseok dejó a un lado el libro y el bloc y miró el identificador de llamada.

«Luhan.»

Se le aceleró el corazón, que latía ruidosamente como si tuviera un sonajero dentro.

—Es un hombre, nada más —dijo en la habitación vacía, y luego sacudió la cabeza. Ya sabía que sería mucho más que eso.

—¿Sí?

—Hola, Minseok.

Dios, su voz era como una corriente eléctrica que le quemaba las venas y se arremolinaba después en la entrepierna.

—Ah, Luhan, hola.

—¿Qué tal estás?

—Bien. Estoy bien.

¿Llamaba para hablar de cosas sin importancia? No podría soportarlo. Se puso un cojín bordado en el regazo y asió con fuerza el borde enrollado.

—¿No quieres saber cómo estoy yo? —preguntó, divertido.

—Sí, claro. Lo siento. Estaba… absorto investigando un poco cuando has llamado. Tenía la cabeza en las nubes.

—Tendré que esforzarme por ganarme toda tu atención.

—Oh, no creo que…

—No te preocupes. Sé cómo hacerlo.

Él se quedó callado, algo vacilante, pero él prosiguió.

—Por eso te llamo. Deberíamos empezar a prepararnos para nuestra primera vez juntos.

—Ah…

¿Cuándo había conseguido un hombre dejarlo sin palabras? Lo único en que podía pensar era en sus grandes manos tocándolo, atándolo. No podía pensar en nada más salvo eso, aunque sabía que habría más. Y se rebelaba contra esa respuesta a cada centímetro.

«Recobra la compostura.»

—Pensaba que me enviarías un correo electrónico.

—Eso dije.

Él esperó pero no parecía dispuesto a dar explicaciones, algo que lo desconcertó aún más.

—¿Qué… qué necesito saber?—le preguntó él.

—Los dos necesitamos conocer nuestros límites. Nuestros deseos. Mucha gente utiliza cuestionarios por escrito pero yo prefiero hablar. Puedo evaluarte mejor si oigo tu respuesta a mis preguntas.

—¿Así que ahora eres psicólogo?

Le oyó suspirar.

—Minseok, si vamos a hacer esto, ser sarcástico conmigo será como ponerle palos a las ruedas.

—Tienes razón, lo siento. Es que esto no es algo habitual para mí. —Se recostó entre los cojines del sofá, sin dejar de agarrar el cojín más pequeño.

—Ahora solamente hablamos, ¿vale? —El tono había cambiado; ahora era más suave que expeditivo, como si pudiera leerle la mente, el humor y sus necesidades a través del teléfono.

—Sí, de acuerdo.

Lo haría. Pero su corazón le martilleaba ligeramente en el pecho.

—Primero necesito saber si tienes algunas nociones de lo que significa BDSM. Sé que has leído muchas cosas y has recopilado información. Pero dime tu definición. Lo que quiere decir para ti.

Él pensó durante un momento en todo lo que había leído al respecto, las breves charlas con Sehun y la investigación que había hecho por Internet.

—A ver, sé que BDSM significa bondage y disciplina, dominación y sumisión, sadismo y masoquismo.

—Ahora dime qué interpretación haces de eso, no lo que hayas encontrado en los libros o en Internet.

—Creo que… la definición parece cubrir un amplio espectro de comportamientos sexuales y sensuales. Deseos. Fetiches. Todo el mundo parece tener una definición personal de lo que significa para uno mismo. Y no todos lo practican todo. A algunas personas les van los aspectos más comedidos, como los azotes en el trasero o el bondage simple. Pero sigue siendo BDSM, aunque no les guste llamarlo de esa manera. Y en la raíz de todo está el intercambio de energía entre los participantes.

—Sí, pero hay mucho más, aparte de la definición enciclopédica. ¿Cómo te sientes al respecto? ¿Qué quieres de él, además de información para tu novela?

—Quiero la experiencia, probarlo antes de rechazarlo de plano. De todos modos sigo pensando que soy dominante, no sumiso, así que parte de esto es para demostrármelo a mí mismo, a pesar de tu opinión de experto.

—¿Y demostrármelo a mí?

—Sí. Quizá también.

—¿Y qué más?

—Aún no sé qué más. Creo que tengo que comprobarlo antes de saber exactamente qué me gusta y qué no.

—Tienes razón. Algunas de esas cosas las descubriremos sobre la marcha. Pero ¿y si te hago algunas preguntas? Quiero que intentes responderlas de forma instintiva. No te las pienses demasiado —le dijo—. Y no tengas vergüenza. Si me ocultas algo, no será tan eficaz, ¿entendido?

Era una pregunta pero a la vez una orden. Su primer impulso fue discutir con él pero tenía razón; no conseguiría más que atrasar el proceso.

—Sí, claro. Cuando quieras.

—¿Alguna vez has pensado en experimentar con el bondage?

—Sí.

—¿Y lo has probado?

—Una vez… até a un novio con unos pañuelos de seda.

—¿Y eso qué te hizo sentir?

—Fue divertido. Distinto.

—¿Qué fue lo que no funcionó?

—Pues no estoy seguro. Estuvo bien. Pero la realidad no fue tan excitante como la idea.

—¿Puede ser porque los pañuelos eran un símbolo demasiado endeble para ti?

—Sí. Tal vez. Era todo demasiado suave. Una tontería, casi. Como si no me lo tomara en serio.

—¿Y podría haber sido también que quisieras ser tú al que ataban? ¿Y qué te dejaran indefenso?

Él se estremeció y se le fue el santo al cielo.

—Yo… no… no sé. No creo que pensara eso conscientemente en ese momento, y nunca lo he analizado desde entonces. Supongo que, interiormente, si iba a experimentar algo de esto, yo sería el que dominara.

—¿Y ahora?

Se le cortó la respiración y sintió un nudo en el pecho. De repente estaba enfadado y a la defensiva.

—He accedido a ser sumiso, ¿no?

Luhan se quedó callado un momento. Le oía respirar lentamente al otro lado del teléfono. No sabía por qué, pero eso le impidió respirar unos segundos.

—Minseok. Así no iremos a ningún sitio hasta que reconozcas que al menos una pequeña parte de ti quiere hacerlo.

Se le encendían las mejillas y se aferró con fuerza al cojín que tenía en el regazo.

—Vale, sí, lo reconozco. Supongo que es natural que la gente se lo plantee en algún momento u otro, como parte de ser una persona sexualmente abierta, cosa que soy. De lo contrario no sería escritor de novelas eróticas.

«Deja ya de parlotear, Minseok.»

—Bueno, es un buen inicio.

—¿Te basta como respuesta?

—De momento, sí. Quiero que pienses en estas cosas. No hace falta que termines esta conversación estando completamente convencido. Es un proceso.

—De acuerdo.

Dejó de apretar un poco el cojín.

—¿Por dónde íbamos? Ah, sí. ¿Alguna vez has querido que te azotaran en el culo?

—Yo… sí.

¿De verdad había dicho eso en voz alta?

—Ah, muy bien. —Bajó la voz de tal manera que él tuvo que aguzar el oído para oírle—. Y ahora mismo, ¿estás algo ruborizado de placer sabiendo que me complace tu respuesta?

Él respiraba entrecortadamente. Ay, madre, ¿lo estaba? Se llevó la mano a la cara y se palpó una leve sonrisa en los labios.

—¿Sigues ahí, Minseok? —preguntó en voz baja, en un tono dulce que acarició su piel como la seda.

—Sí, sigo aquí.

—¿Y me vas a contestar?

Él sacudió la cabeza y se mordió el labio.

—Yo… preferiría que no.

—¿Pero?

Tenía la sensación de que esperaría todo el día hasta obtener una respuesta, si fuera necesario.

—Pero… sí, me da placer.

Se quedó callado un buen rato.

—Eso es fantástico. En serio. Te lo oigo en la voz. También noto lo difícil que te ha resultado decírmelo.

—Sí.

—Quiero que dediques un poco de tiempo a pensar en estas cosas. Volveremos a hablar antes de vernos. Prepárate para quedar en el Pleasure Dome el sábado. A las nueve en punto. Te enviaré la dirección por correo electrónico. Cogerás un taxi. No quiero que conduzcas esa noche.

La cabeza le daba vueltas. Estaba enfadado e incomprensiblemente estimulado a la vez. Maldito fuera. ¿No debería rebatirle ningún punto? Sin embargo, lo único que salió de su boca fue:

—De acuerdo.

—Quiero que estés en casa mañana a las ocho de la tarde. Entonces hablaremos más.

—Eh… está bien. Puedo estar aquí a las ocho.

—No era una petición, Minseok.

—Ya lo he entendido.

—Pareces enfadado.

—Puede que lo esté.

Minseok  rechinó los dientes apretando la mandíbula con fuerza. ¿De qué iba eso de darle órdenes? Aún no estaban en el Pleasure Dome; aún no habían asumido los papeles de dominante y sumiso, ¿no?

—No pasa nada por estar enfadado —dijo él—. A menudo forma parte del proceso mental. Es difícil soltarse del todo, entregar tu poder a otra persona. Solo recuerda que haciéndolo también tienes poder. Al tomar esa decisión. ¿Lo entiendes?

—Bueno… tal vez. Tengo que pensarlo.

—Hazlo. Te llamaré mañana por la tarde. Que duermas bien.

Él colgó y Minseok pulso el botón de apagado del teléfono con una mano temblorosa.

Ahora mismo no estaba seguro de poder conciliar el sueño.

¿Cómo sabía esas cosas cuando él apenas las conocía? Y, teniendo en cuenta lo sexualmente sofisticado que era, ¿cómo no se había dado cuenta antes?

No lo sabía. Lo único que sabía era que la rabia y el deseo forcejeaban en su interior y llegó un punto que ya no pudo resistirlo más. Se levantó del sofá, cruzó el apartamento y se asomó a las vistas oscurecidas por la niebla.

A sus pies, la avenida estaba iluminada; las luces de bares y cafeterías y los faros de los coches al pasar. Por una vez no llovía y la noche era completamente negra bajo la capa de niebla. En el fulgor ambarino de una farola, dos personas se besaban apasionadamente, abrazándose el uno al otro. Miró cómo se besaban y se toqueteaban y sintió crecer la excitación.

Refunfuñando, se dio la vuelta, dispuesto a ir a la cocina a por una copa de vino. Pero no era vino lo que quería.

En lugar de eso, cruzó la sala de estar y entró en el dormitorio, al otro extremo del apartamento. El color de la cama, blanca como la nieve, refulgía débilmente a la luz de la lámpara del salón y proporcionaba un marcado contraste con la sombra de la pared verde de detrás. Pero tampoco era la comodidad de su cama lo que quería.

Se quitó la ropa a toda prisa; la brisa de la noche helaba su piel desnuda. Le encantaba estar desnudo. Pero hoy lo necesitaba más aún.

Subió a la cama y abrió la tapa del cesto de mimbre que había junto a ella, en el suelo. Dentro se hallaba su colección de dildos y otros juguetes. Tocó el dildo turbo que utilizaba cada noche desde que había conocido a Luhan, pero lo dejó a un lado. Quería algo más suave, quería llegar al orgasmo más despacio, con más ganas. Así pues, escogió un dildo de color carne que parecía un pene de verdad y tenía la cabeza lisa y redondeada. Lo sostuvo un momento; la textura parecida a la piel era tentadora en la mano. Entonces se mordió el labio y sacó también un pequeño huevo metálico. Se recostó entre las almohadas, separó las piernas y la brisa le acarició el sexo desnudo.

Encendió el falo, lo llevó hasta sus glúteos, rozó la entrada y gimió con suavidad. El placer la hacía estremecer de arriba abajo como si fuera una pequeña ola. Cerró los ojos, imaginó el rostro de Luhan y se lo acercó otra vez, pasándolo por alrededor de su entrada, cada vez más duro.

—Ah…

Jugueteó con él, dejando que la sensación aumentara poco a poco hasta que mojó la cama. Tenía su abdomen completamente húmedo. Se abrió más de piernas y se introdujo el falo.

—Dios mío… Luhan…

¿Qué sentiría cuando se lo follara? Que lo follara mientras le tenía las manos sujetas por encima de la cabeza, aprisionándolo. Era muy corpulento. Estaría indefenso ante él, bajo su cuerpo impresionante. Sus músculos serían duros y poderosos. E imaginaba su polla introduciéndose en él…

«Sí…»

Se colocó el dildo en otro ángulo y alcanzó su punto G.

—Ay… ah, sí…

Le temblaban las piernas; el placer era como un bramido silencioso en su interior, cada vez más fuerte. Se introdujo el juguete aún más y lo extrajo un poco; una y otra vez arqueaba las caderas al compás del dildo.

¿Se lo follaría despacito o sería sexo rápido y duro, animal?

«Luhan.»

Necesitaba más.

Con la mano extendió su flujo en el huevo, retiro el dildo y luego se introdujo el huevo en el ano. Contuvo la respiración un momento y se relajo; encendió el huevo antes de pasarlo por el anillo de músculo. Estaba tan excitado que no notó ninguna molestia, ni le resultó nada difícil que llegara hasta el fondo. Su cuerpo se abrió de buena gana; el sexo, dispuesto, y las caderas bien arqueadas.

«Ah, sí… me voy a correr…»

«Luhan.»

Sus fuertes manos lo inmovilizarían en la cama y con la verga lo embestiría con fuerza.

Él se volvió a introducir el dildo, enterrándolo en su ano y la vibración le propagó una oleada de placer por todo el cuerpo. Eso y el movimiento de su mano sobre su pene; las dos sensaciones juntas.

«Sí, Luhan, fóllame…»

Una embestida más y su cuerpo se tensó al llegar al orgasmo; el placer era ahora un trueno estruendoso en su interior, en su sexo, el culo, el vientre. Se dejó llevar por esa intensa ola, mientras seguía moviendo las caderas.

«Luhan.»

—Joder…

Siguió contoneándose, corriéndose; el clímax era una espiral de placer que no terminaba nunca.

Al final, agotado, se quedó tumbado en la cama. En su imaginación veía el rostro de Luhan y sus grandes manos. Pensó en su piel desnuda sobre la suya. Lo vio sujetándolo y se vio a sí mismo deseándolo.

Sí, el jueguecito mental había empezado ya. ¿Iba a empeorar mucho más? ¿Y cuánto más mejoraría a su vez?


Lamento la demora y por dejar tan botado esta adaptacion, pero no hay mucha actividad por aqui, así que si no les gusta diganmelo y asi no lo sigo mas

Dos

Luhan cerró con llave la puerta lateral del garaje y subió pisando fuerte las escaleras que daban acceso a su casa gris de estilo Craftsman en el distrito Haidian. Introdujo la llave en la cerradura de la gruesa puerta de madera, la empujó con la bota y dejó que se cerrara demasiado bruscamente al entrar. Se quitó la chaqueta de piel, la colgó en el perchero, que cayó por el peso y tuvo que recoger con una palabrota en voz baja.

¿Por qué diantre estaba tan inquieto?

Ni que existiera la posibilidad de perder el trato con Kim Minseok. Veía las tendencias de sumisión en una persona de lejos y él había estado sentado a su lado. Lo suficientemente cerca para captar el olor a vainilla que despedía su salvaje cabellera pelirroja, mezclado con algo más. Algo que olía a picante y a sexo puro.

Arrastró los pies por el parqué haciendo ruido hasta que llegó a la alfombra persa, donde los pasos quedaron amortiguados por un momento y luego volvieron a resonar sobre la madera al otro extremo de la habitación. Cogió una copa de una cómoda antigua y se echó dos dedos de whisky.

Minseok sería todo un reto; de eso se dio cuenta al instante. Pero le gustaban los desafíos; no era eso lo que le tenía tan nervioso. No, era el hecho de que tenía que poseerlo. Debía tenerlo de tal modo que le quemara la piel de solo tocar algo más que no fuera su mano. De eso no había duda.

Tenía que poner las manos en su piel desnuda. Tenía que atarlo, sentir cómo se relajaban sus músculos mientras se entregaba a él… Tenía que…

Eso no le gustaba nada. No le gustaba notarse tan compelido por el deseo que sentía por él.

¿Cuándo fue la última vez que le sucedió algo parecido? ¿Le había pasado alguna vez?

Él no era de la clase de hombres que necesitan a nadie. O nada. Su padre le había enseñado bien. La independencia era la clave. El conocimiento y las experiencias eran cosas importantes. Y eran también el motivo por el cual se había pasado gran parte de su vida adulta buscando las respuestas leyendo y viajando por el mundo. No obstante, aún no había encontrado nada concluyente.

Pero tampoco necesitaba pensar en su padre ahora. Ese era un dolor que no se iba nunca. Después de todos estos años, había remitido un poco, pero seguía presente como una herida que no cicatrizaba.

Dio buena cuenta del whisky y se deleitó con la quemazón del alcohol mientras le bajaba por la garganta. Pero nada parecía aliviarle. Volvió a llenarse la copa y se acercó a la ventana panorámica que daba a la ciudad, que se expandía ante sus ojos.

Beijing estaba gris, como siempre, aunque había claros en el cielo vespertino. Le dio un sorbo al whisky, pensando en las vistas.

Pensando en Minseok, joder.

Había algo en la manera en que se contenía y se controlaba con tanto afán. Sabía lo que pasaba cuando una persona como él se soltaba. O lo obligaban a soltarse.

Bueno, él nunca forzaría a nadie. Vivía por un credo sano, cuerdo y consensuado, como la mayoría de las personas que se movían por su círculo de clubes y grupos de BDSM. Sin embargo, eso no cambiaba que, de poder llevar a Minseok al subespacio, si lograba que se abriese, que se soltara, él se viniera abajo. Se deshilacharía como un jersey.

No «si» lo lograba, «cuando» lo lograra.

¿Dónde estaba su confianza hoy?

Quizá se debía a que la deseaba con muchas ganas. Demasiadas.

Estaba medio excitado solo con pensar en él y recordar esa piel digna de la porcelana más exquisita. Esos ojos, como dos trozos de cuarzo ahumado. En esos ojos brillantes e intensos se transparentaba también su inteligencia. Y esos labios carnosos y carmesí eran como el mismo sexo.

Era de constitución delgada pero atlética, como a él le gustaba. Apreciaba la delicadeza de su clavícula, las muñecas, las manos. Su trasero firme era algo digno de admirar.

«Y de tocar… azotar…»

Apuró lo que le quedaba de whisky, dejó la copa sobre la mesa junto a los ventanales y se dejó caer en el mullido sofá de cuero marrón.

Era demasiado listo por su propio bien. Y quizá también por el suyo. No habían hablado durante mucho rato pero le bastaba para saber que estaba en un buen apuro si no conseguía mantener la calma con este hombre.

Sonó el teléfono y lo cogió sin pensárselo dos veces, aún absorto en Minseok.

—¿Diga?

—Hola, soy Jongin.

—Hola.

Él y Kim Jongin se habían conocido en una clase de psicología del BDSM y las culturas fetichistas en el Pleasure Dome, el club de fetichismo local, hacía tres años. Al descubrir su amor mutuo por las motos, trabaron una estrecha amistad y a menudo solían pasear por los bosques de los alrededores de Beigon.

Habían vuelto al club varias veces, explorando en cada ocasión sus tendencias de dominación con las personas sumisas del lugar. También habían viajado juntos. La primavera pasada recorrieron Arizona y Nuevo México en moto. Aunque Jongin era abogado y Luhan era escritor, tenían muchas cosas en común. Se entendían el uno al otro.

—¿Sigue en pie lo de salir en moto el sábado? —le preguntó Jongin.

—¿Qué? Ah, sí, el sábado. —Luhan pasó los dedos por el borde de la copa vacía. Tal vez necesitara otra.

—¿Qué te pasa, Luhan?

—¿A qué te refieres?

—Pareces distraído.

—Ya te digo —murmuró, más para sus adentros que para Jongin.

—¿Y eso? —insistió su amigo.

—Pues… es que he conocido a un hombre…

Jongin se echó a reír.

—Siempre es por un hombre, una mujer. O una moto.

—Ahora mismo ando sobrado de motos.

—¿Y de hombres y mujeres no?

—Ese no es el problema, pero este hombre en particular…

—Luhan, por si no te habías dado cuenta: no terminas ninguna frase.

—Mierda.

—¿Tan malo es? ¿O tan bueno?

—Pues no sé. A ver, es bueno. —Se levantó y fue a por otra copa, a sabiendas de que Jongin esperaría pacientemente hasta que recobrara el hilo de sus pensamientos—. Este hombre, Kim Minseok. Ya te comenté que iba a verlo hoy. No era lo que me esperaba. No hay ninguna foto suya en la página web y bueno, pensé… No esperaba que fuera guapo. Es muy guapo.

—¿Y?

—He hecho un trato con él.

—¿Un trato?

—Nunca ha experimentado el BDSM; al menos no a nuestro nivel. Y nunca ha hecho de sumiso antes. Pero lo veo. Lo huelo, mejor dicho. Y nunca me equivoco con estas cosas.

—Bueno, ¿y cuál es el trato?

—Él cree que es dominante.

—Estoy seguro de que tú pronto le demostrarás que se equivoca. —Por su tono de voz notaba que le hacía gracia.

—Si me equivoco yo, he accedido a ser sumiso.

Jongin soltó una risotada.

—Eso no va a pasar.

—No. Pues claro que no.

—¿Y qué problema hay?

Luhan suspiró y se quedó inmóvil.

—Aún no estoy seguro. Quizá sabré algo más cuando lo toque y juegue con él.—Se calló y echó un trago de whisky—. No sé qué problema hay, joder. Es que… me ha calado hondo.

—Vaya, así que el gran Xi Luhan ha caído —dijo su amigo en voz baja.

—No he dicho que caiga nadie, Jongin. —Cogió la copa y la asió con fuerza; los bordes se le clavaban en la mano.

—No lo has dicho, ya.

—Estoy bien.

—Vale. —Casi lo oía encogiéndose de hombros mentalmente—. ¿Entonces sigue en pie lo del sábado?

—Sí.

—¿Lo llevarás al club el sábado por la noche?

—Joder, Jongin. —Se frotó el mentón. Suspiró—. Pensaba esperar una o dos semanas.

¿Cuándo se le había ocurrido que podría esperar tanto tiempo a verlo?

Ahora sí que estaba en un buen aprieto.

—Luhan, no tengo la intención de decirte lo que tienes que hacer, y menos aún tratándose de un hombre al que quieres introducir en este estilo de vida, pero me parece que lo mejor será que no tardes en verlo.

—¿Por qué?

—Porque creo que te va a dar un ataque si no lo ves.

—Venga ya. Tampoco estoy tan mal.

—¿Seguro?

Volvió a frotarse la barba. Quería suspirar pero no lo hizo.

—Nos vemos el sábado.

—Venga, vale. Hasta el sábado.

Joder, ¿tan evidente era? ¿Tan mal estaba por un hombre?

«Mantén la calma, colega.»

Tenía que hacerlo. Siempre lo hacía, ¿no?

¿Seguro?

 ●●

 

Minseok redujo la marcha al tomar la salida de la 5 y dirigirse al oeste, hacia el estrecho. El cielo plomizo se oscureció aún más por la niebla a medida que se acercaba al agua y a su barrio. No le importaba. Le encantaba la niebla y su etérea melancolía. La humedad se agolpaba en el cristal y accionó el limpiaparabrisas al tiempo que agradecía los asientos calefactables del Audi. Por mucho que le gustara la niebla, no le apetecía pasar frío.

Accedió a la avenida y entró en el garaje que tenía alquilado justo al lado de su casa. Shunyi era una zona vieja de Beijing. La arquitectura era hermosa pero el antiguo almacén reconvertido en el que él vivía no tenía aparcamiento.

La zona era algo peligrosa, aunque eso empezaba a cambiar ahora. A pesar de todo, como el sol se estaba poniendo ya, se anduvo con cuidado al acercarse a la entrada del edificio. Era una estructura de ladrillo visto con unas ventanas enormes que daban al rio Chaobai, que estaba solo a unas manzanas de allí.

Había tenido mucha suerte al encontrar el apartamento antes de que los precios subieran al ponerse de moda el barrio entre la gente joven. La zona se renovó y las cafeterías y restaurantes de diseño aparecieron como las setas por doquier; también se instalaron algunas boutiques y galerías e incluso bares mucho más modernos que los antros que durante años poblaron la zona. Aparecieron nuevos servicios e instalaciones, como la pequeña frutería que abrió al otro lado de la calle el mes pasado.

Cogió el ascensor hasta la cuarta planta y entró en su apartamento tipo loft. Era un espacio abierto con suelos que había blanqueado él mismo cuando compró el piso dos años antes. La mayoría de las paredes exteriores eran de ladrillo visto. Los pocos tabiques que había levantado para dividir las habitaciones estaban pintados con los colores que se le antojaban más relajantes: ámbar, terracota oscuro, dorado y un verde musgo. Estaban decoradas con su colección de fotografías en blanco y negro, la mayoría con elementos arquitectónicos.

Seguía buscando muebles para el piso. Solían atraerle las líneas más depuradas de las piezas contemporáneas, como su sofá con rinconera en ante de color verde peridoto. Al piso le daban calidez los varios apliques que iluminaban cada ambiente, los montones de cojines en los mismos tonos de las paredes y las plantas que había en cada rincón.

Al acercarse a la cocina, que estaba en un extremo del piso, las suelas de sus  botas negras resonaron en la madera. Se quitó el abrigo de lana y lo colocó en el respaldo de un taburete alto junto a la barra americana de granito.

Necesitaba una taza de té que lo ayudara a combatir la humedad que le calaba los huesos. Y que quizá también le aclarara las ideas.

Había conseguido ignorar su respuesta a Xi Luhan de camino a casa poniendo su ópera favorita a todo volumen. Pero ahora que estaba en ella, en silencio, no había nada que lo distrajera.

Llenó de agua la tetera metálica y la dejó encima de la cocina para que empezara a calentarse, sacó una bolsita de té —su mezcla favorita de jazmín importado— de la caja que siempre dejaba en la encimera, y la puso en una taza de cerámica.

La inquietud se apoderó de él mientras esperaba a que hirviera el agua. Al mirar por la ventana vio como perlas de agua que se agolpaban en el cristal y transformaban las vistas en manchas de acuarela cada vez más oscuras; se frotó los brazos para entrar en calor. Intentaba no pensar en Luhan.

Pero no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera él, claro está.

Era un hombre increíble. Algo en su imponente tamaño lo hacía fuera de lo común, y algo más… había algo en él que le provocaba una respuesta de una forma a la que no estaba acostumbrado. Algo que le hacía pensar incluso que podría ser sumiso para él, por muy extraño que le hubiera resultado esa idea al principio.

No estaba seguro de poder hacerlo, aunque se le habían pasado varias imágenes por la cabeza desde que él se lo sugiriera: sus manos encima, sujetándolo. Nada más que eso; nada más explícito pero nada más claro al mismo tiempo. Salvo ese casi roce de sus labios sobre los suyos.

Se estremeció; el deseo era como una chispa ínfima y ardiente que mentalmente trataba de apagar.

Pero ese deseo no significaba que llevar una fantasía sexual al terreno real fuera a funcionar. Lo más probable era que no funcionara. Al fin y al cabo, algunas cosas era mejor dejarlas como fantasía.

«Pero Luhan no.»

Había accedido a llevar a cabo este experimento. Y la atracción que sentía por él probablemente haría que se dejara llevar, aunque no pudiera entregarse por completo a la sumisión.

El silbido de la tetera interrumpió sus pensamientos. Se sirvió un poco; el vapor quedó suspendido alrededor de su rostro, junto con la suave fragancia del té. Volvió al salón y repasó sin mucho afán el montón de cartas que había en una mesa junto a la puerta de entrada mientras esperaba a que se enfriara un poco el té. No fue hasta un poco más tarde que se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué estaba mirando. El rostro de Luhan ocupaba su mente; sus brillantes ojos miel, la forma en que ese mechón castaño le caía sobre el cuello de la camisa y le rozaba la piel. Tenía unos labios demasiado carnosos para un semblante masculino.

Era puro contraste tanto en aspecto como en comportamiento; por la manera que hablaba del BDSM —el bondage y el juego del dolor— en ese tono tan suave, como si fuera una conversación la mar de natural.

No quería reconocer lo excitante que era todo. Su propia naturaleza quería rebatir esa idea. Era demasiado controlador, algo que sí admitía sin problemas. Pero su cuerpo lo sabía y ardía de solo pensar en eso. Sobre todo, por la idea de que Luhan estuviera al mando.

Cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez de la taza entre las manos, y se lo imaginó frente a él. Una sola imagen y su sexo se despertaba del deseo.

«Luhan…»

—Maldita sea.

Entró en el dormitorio, se sentó en la elegante cama con dosel de madera oscura y edredón blanco con montones de cojines, también blancos, y se quitó las botas. Se incorporó, se desabrochó el pantalon y se quitó el jersey por la cabeza. El té aguardaba, olvidado, en la mesita de noche.

Se vio en el gran espejo con marco de madera que había al otro extremo de la habitación. Con el boxer negro se veía pálido. Demasiado delgado, también, pero le encantaba hacer ejercicio. Le gustaba la sensación de libertad que le daba. Pero ahora necesitaba otro tipo de liberación.

«No es más que una fantasía. Es algo inofensivo.»

Pero sin dejar de mirarse al espejo se quitó el boxer y lo sostuvo con una mano y con la otra se tomo un pezon. Tenía los pezones erectos; eran dos puntos  oscuros, duros. Se dio un suave pellizco y gimió.

¿Cómo sería el tacto de sus manos en su cuerpo?

Empezo un suave bombeo de su pene arriba y abajo pensando que eran sus manos, las manos de Luhan.

«Luhan.»

Sí, sus manos en su cuerpo, tocándolo. Separando sus muslos para adentrarse en su  calor. Y él estaba ya liberando su pre semen por él, anhelante…

Abrió un poco las piernas y vio cómo su dedo se perdía entre los muslos. Pero pronto le superó. Frustrado.

«Luhan…»

Separó más las piernas y sumergió dos dedos en su interior para luego empezar un vaiven lento tratando de buscar su placer. Dio un grito ahogado y se mordió el labio. Toda él era calor; las paredes internas se contrajeron alrededor de sus dedos inmediatamente. Añadió un  tercero; necesitaba sentirse colmado.

¿Tendría la polla tan grande como el resto del cuerpo?

—Ah…

Gimió y empezó  movimientos circulares mientras introducía y sacaba los dedos.

Imaginó la mirada penetrante de Luhan a través del espejo, observándolo.

Con la otra mano seguia complaciendo su miembro. El placer, agudo y caliente, lo recorrió como un escalofrío.

«Luhan.»

Ah sí, notaba sus grandes manos encima y dentro de él. Lo frotaban y lo pellizcaban. El placer era como la lava en sus venas, que se abría paso en él suave como la seda.

Extraía e introducía los dedos; movía la palma con fuerza contra su miembro. Y su cuerpo entero se contrajo y se estremeció al llegar al orgasmo, mientras gritaba su nombre en la habitación vacía.

«¡Luhan!»

Con las piernas débiles estuvo a punto de caerse, pero con una mano se aferró al borde del vestidor. Jadeaba y boqueaba en busca de aire. En la imagen que le devolvió el espejo tenía ruborizadas  las mejillas. Tenía unos ojos enormes; las brillantes pupilas habían oscurecido casi por completo sus iris.

Su cuerpo seguía estremeciéndose de la necesidad, a pesar del orgasmo.

«Luhan…»

Miró la cesta de mimbre que había junto a la cama y pensó en la colección de dildos que guardaba ahí.

«Sí, tengo que correrme otra vez. Y otra…»

¿Cómo había conseguido este hombre meterse tan dentro de él? ¿Y cómo podía sacárselo de encima?

Cruzó la habitación, se sentó en la cama y sacó uno de sus juguetes favoritos de la cesta; un dildo turbo pesado que la hacía gritar cada vez que se corría. Quizá con eso bastaría.

Pero cuando se tumbó encima de la almohada y lo encendió, bajando el instrumento entre los gluteos, sabía que ningún juguete sería suficiente.

¿Qué le había hecho Xi Luhan?

 ●●

 

Sonó la alarma, Luhan le dio un manotazo a tientas y se tumbó de espaldas. Había dormido boca abajo y se despertó con una dolorosa erección que oprimía el colchón. Y con el rostro de Minseok en la cabeza.

Y en el cuerpo.

A duras penas había conseguido dormir y ahora se levantaba más duro aún.

Se esforzó por tranquilizarse pero el pene le latía, desbocado.

Imaginaba el flequillo pelirrojo que se le pegaba en la frente. Vio un par de ojos oscuros, fríos, que parecían encerrar un misterio; algo que le ocultaba, algo que él quería —necesitaba— saber. Tenía la piel pálida y blanca como el marfil. La delicada línea de la clavícula en el borde del jersey. Cómo sería notar sus  piernas alrededor de su cintura mientras se introdujera en él, en su interior caliente y acogedor…

Gimió.

«Mierda.»

Apartó el edredón, bajó la sábana y se acarició, rodeando su miembro erecto con las manos.

¿Qué sentiría al notar sus deliciosos labios  alrededor de él, lamiéndole el glande?

Gimió y se apretó el miembro con más fuerza mientras levantaba las caderas al ritmo de sus manos.

Seguro que tendría la boca húmeda, cálida. Le separaría los gluteos y lo embestiría con fuerza, una y otra vez.

«Minseok…»

Sus ojos se volverían vidriosos, separaría los labios y se estremecería al llegar al orgasmo, apretando los músculos con fuerza alrededor de su pene.

Él arqueó la espalda sin dejar de masturbarse, rozando la punta de la verga hinchada con las yemas de los dedos. Sabía que estaba a punto de correrse por el ímpetu de los latidos que notaba en la verga.

«Minseok…»

Necesitaba azotar su hermoso culo y luego penetrarlo. Hacer que se corriera. Follarlo.

«¡Minseok!»

Entonces se corrió y el placer fluyó caliente en sus venas. Se estremeció. Siguió masturbándose para expulsar hasta la última gota de semen. Hasta el último momento de placer. Así intentaba sacarse a Minseok de sus pensamientos.

Pero no funcionó. Ya sabía que no funcionaría.

Nada funcionaría salvo que pudiera verlo y tocarlo. Imponerse a él. Dominar a este hombre no sería fácil pero entonces quizás él pudiera dominarse un poco a sí mismo y recuperar un poco el control.

Se percató del estropicio pegajoso que había dejado en la barriga y sacudió la cabeza. Tenía que volver a hacerlo. Seguía tratando de recobrar el aliento y sabía que tardaría un poco en poder empalmarse otra vez. Pero si lo tuviera allí ahora, estaría encima de él, arrancándole la piel, haciendo que se corriera con las manos, la boca…

El pene le tembló fugazmente y se sorprendió al notar una repentina corriente sanguínea ahí mientras se le volvía a hinchar el miembro.

Se incorporó y anduvo por el frío suelo de parqué del dormitorio. Fuera empezaba a amanecer; la luz del cielo violáceo se filtraba por las ventanas. Notaba el aire fresco en la piel aunque hervía por dentro. Anhelante otra vez.

Entró en el lavabo y se metió en la gran ducha de azulejos de color cobre, marrón y bronce. Abrió el agua caliente, se colocó debajo del chorro y se limpió el semen de la barriga. Sin embargo, el calor punzante del agua en la piel no hizo más que empeorar la erección.

Descolgó la alcachofa de hidromasaje de la ducha y la dirigió a su pene erecto apoyando la espalda en las baldosas frías y cerrando los ojos.

Ahí estaba él otra vez, con el pelo mojado  y los labios formando una «O» mientras él se arrodillaba frente a él y con su lengua le trazaba el miembro; él le asía por el pelo, lo atraía hacia sí y gemía.

Respiraba entrecortadamente. Estaba a punto de correrse. Solo por el agua que le rozaba la polla e imaginando a Kim Minseok con las piernas abiertas delante.

«Joder.»

Orientó las caderas hacia el agua y se cogió los testículos, que notaba tensos. Y solo bastó eso. Se estremeció, se tensaron sus caderas y se corrió.

«Minseok… ¡Joder!»

Se apoyó en la pared que había tras él; sentía debilidad en las piernas. El placer le recorría como una corriente eléctrica bajo la piel, en el vientre y en su verga, que aún palpitaba.

Respiró hondo una vez, luego otra y dejó que el agua se llevara el semen.

Si ya era mala señal tener que masturbarse dos veces seguidas, como un adolescente —tener que hacerlo—, había que añadirle que era una de las pocas veces en varios años que se había corrido con sexo… normal. Sin un juego de poder. Sin bondage. Sin paletas, ni cuero ni cuerdas ni cadenas. Solo Minseok en su imaginación.

¿Qué coño quería decir eso? ¿De verdad quería saberlo?

El sexo era algo con lo que siempre se sentía al mando. Pero había algo en este hombre que le había calado hondo. Pues nada, que fuera lo que Dios quisiera.

No es que fuera a entregarse a él. Pero incluso cuando lo tuviera a su merced —porque lo tendría, de eso no había dudas— tenía la sensación de que le provocaría el mismo batiburrillo mental que a él. Esa parte de él accedería a dejarse dominar por… Minseok.

Se le hizo un nudo en el estómago; en parte por fastidio, otra parte por un pánico que no quería reconocer y en parte también por el deseo que le bullía en las venas.

Las cosas eran distintas con Kim Minseok. Por mucho que no quisiera reconocer lo mucho que le afectaba, tendría que averiguar de qué iba todo eso. De qué iba él.

Y mientras tanto mantendría las cosas bajo control, joder, como hacía siempre.

«Joder.»


Hola

disculpen la demora pero es que estos capos son mas largos y no podia encontrar algunas referencias de china

espero les guste y si hay algun error avisenme ok?

 

Uno

 

En cuanto vio la silueta corpulenta que entraba en el aparcamiento delante del Museo de Arte Asiático a lomos de una Ducati clásica —una moto de un impecable color negro y cromo—, Kim Minseok supo que era él. Xi Luhan, el hombre al que había ido a entrevistar. Un hombre famoso por su talento y sus conocimientos como dominante sexual en la escena del BDSM de Beijing.

No era la chaqueta negra de piel lo que le delató ni tampoco su cuerpo imponente. Era esa actitud de intrepidez y de confianza en sí mismo que tenía al detener la moto, dándole un último acelerón antes de apagar el motor. Era la manera en que pasó la pierna por encima del brillante depósito y se quitaba el casco como un cowboy que estuviera desmontando de un semental. Era el aura de poder que él alcanzaba a sentir incluso a tantos metros de distancia, como si acabara de recibir un delicado golpe.

Xi Luhan sin casco era aún mejor. Tenía el cabello oscuro, casi negro, que se le rizaba un poco y le rozaba el cuello de la chaqueta. Tenía un marcado perfil que podrían haberlo tallado en mármol.

Minseok estaba junto al coche, con la puerta aún abierta y las llaves olvidadas en la mano. ¿Por qué le latía el corazón con tanta fuerza? Sin embargo, no podía apartar la vista de los elegantes movimientos que hacía con sus grandes manos mientras se quitaba los guantes de piel y abrochaba el casco al asiento de la moto.

No dejó de mirarle mientras él levantaba la mirada y encontraba la suya. Eran unos ojos miel, brillantes y penetrantes, cómplices. Sabía que le había estado mirando. Por primera vez en su vida adulta, Minseok se sentía completamente aturullado.

Ojalá se le calmara ya el pulso, ¡joder!

«Es una reunión profesional.»

Sí, pero al parecer eso no inhibía ni un ápice su respuesta a este hombre. Tendría que recobrar la compostura antes de hablar con él. Había acudido para aprender de él, para investigar. Sehun, él sumiso con el que se había puesto en contacto por Internet y al que había conocido una semana antes, le había dicho que con quien tenía que hablar era con Xi Luhan; pero no le había advertido de lo increíblemente apuesto que era.

Xi Luhan debería llevar un cartelito de advertencia.

Sonrió mostrando una hilera de dientes blancos que centelleaban; sus labios eran exuberantes —una excepción en su rostro de rasgos tan masculinos—. Notó cómo le subía una oleada de calor por el vientre, como si fuera fuego líquido.

Se le estaba acercando y a él le temblaban las rodillas.

Se acercó más y más hasta que llegó al otro lado del Audi sedán blanco.

—Me da la impresión de que eres el hombre al que vengo a ver.

Era una voz profunda pero sorprendentemente melosa. Muy sexual. No pudo hacer otra cosa que asentir.

Él esbozó una sonrisa al percatarse de su prolongado silencio.

—¿Kim Minseok? ¿Escritor de novelas eróticas?

—Sí…

¿Pero qué le pasaba? ¿No podía formar una frase coherente?

—Soy Luhan. ¿Entramos?

—¿Qué? Ah, sí, claro.

Cerró la puerta del coche y pulsó el botón de bloqueo. Trató de pasar por alto ese calor que lo invadía por dentro. De repente, el abrigo de lana se le antojó demasiado pesado, a pesar de la humedad habitual de Beijing en otoño. Era demasiado consciente del hombre que andaba a su lado mientras se aproximaban a la entrada del museo, de estilo art decó, flanqueada por sendos camellos de piedra. Siempre le había gustado este edificio, así como las exposiciones que albergaba. Cuando Luhan le sugirió que se encontraran en la cafetería del museo, se quedó gratamente sorprendido. Sentía debilidad por el arte, sobre todo por el occidental-asiatica, y había visitado aquella colección en incontables ocasiones.

Subieron por las escalinatas de piedra y Luhan apoyó la mano en la parte baja de su espalda. Le recorrió un escalofrío. Le miró y lo sorprendió con una sonrisa en los labios. Pero ambos permanecieron callados mientras cruzaban la entrada y sus pasos resonaban en el suelo de mármol. Luego subieron los escasos escalones que les separaban del Taste Café, que estaba en el patio central del museo.

Se abrieron paso por la cafetería y Luhan le señaló una de las mesitas que había bajo el techo abovedado del atrio. Las estatuas de Buda, Vishnu y Kali rodeaban el patio. Minseok habría jurado que alcanzaba a oler el antiguo aliento de piedra bajo el aroma del café y el té que perfumaba el aire. Una luz difusa se filtraba por el cristal esmerilado de las ventanas del atrio, acentuada por los apliques ambarinos de las paredes que despedían un sutil fulgor dorado. Era un lugar relajante donde Minseok solía ir para tomar un té tranquilo, aunque hoy estaba hecho un manojo de nervios.

¿Por qué estaba tan alterado? No era más que un hombre. Era una entrevista más.

Luhan le ayudó a quitarse el abrigo y le apartó la silla. Unos modales clásicos. Algo muy poco común en esta ciudad tan cosmopolita.

Se quitó la chaqueta de piel y la colgó en el respaldo de la silla con un gesto relajado y seguro. Llevaba un jersey gris que le resaltaba la espalda. Tenía unos rasgos muy masculinos; desde su mandíbula hasta su cincelada barbilla, pasando por sus pómulos marcados. La boca era lo único suave que había en él y suponía un gran contraste con el resto de su rostro. No se podía ser más guapo.

Minseok se movió en la silla, cogió la carta de la mesa y examinó concienzudamente la selección de tés.

—¿Qué vas a tomar? —preguntó Luhan.

—Suelo tomar la mezcla de té verde con jazmín.

Luhan le hizo un gesto al camarero y antes de que él tuviera tiempo de decir nada, él pidió por los dos.

—Espero que te gusten los biscotti —le dijo, sonriente—. Son casi tan buenos como los que hacen en Roma. Hay una pequeña cafetería junto a las escalinatas de la plaza de Tiananmen. En una zona tan turística no esperarías nada espectacular pero en este sitio hacen los mejores biscotti de Italia.

—Hace años que no voy a Roma, pero sí recuerdo los biscotti que hacían.

—Yo estuve el año pasado, de vuelta a casa después de un viaje por España en plan mochilero.

—¿Viajas mucho?

—Pues tan a menudo como puedo. No me gusta quedarme demasiado tiempo en un sitio aunque los plazos de entrega de los libros me tienen encerrado en casa últimamente. Y eso me pone nervioso. Hay tanto que hacer por el mundo.

Minseok se inclinó hacia delante y acarició la cuchara que descansaba sobre una servilleta de papel sobre la mesa.

—¿Como qué?

Madre mía, ¿estaba flirteando con él?

—Todo. —Sonrió—. Cualquier cosa. He escalado en Brasil, he nadado entre tiburones por las costas de Fiji y he ido de mochilero por Nepal.

—Así que eres adicto a las emociones fuertes.

—Sí, supongo que sí. Pero tampoco quiero fanfarronear. Son cosas que me gustan y ya está. Marcarme retos. —Se encogió de hombros y esbozó una sonrisa—. Ir deprisa. Me encantan mis motos. Me gusta conducir deprisa y ver hasta dónde puedo coger las curvas.

Él se estremeció.

—No me subiría nunca a una moto ni muerto.

—Puede que te guste.

—No. No lo creo. Así que… ¿viajas para sentir emociones fuertes?

—En parte. Pero muchos de esos viajes también han sido espirituales.

—Me dijo Sehun que escribes novelas de terror. Me comentó que eres escritor además de… dominante… y eso me puede ser de utilidad para la investigación que estoy haciendo para mi libro.

Él asintió.

—Yo también lo creo. Parece que el término «dominante» te incomoda.

—¿En serio? Bueno, quizá sí. Puede que sea escritor de novelas eróticas, pero no suelo mantener esta clase de conversaciones.

—Ya me imagino.

El camarero les trajo el té y Minseok se anduvo con mucho cuidado al servir el té de la tetera japonesa de cerámica en la taza, tratando de evitar su mirada miel. El vapor con notas de jazmín lo envolvió enseguida, acentuado por el toque a tierra del té verde. Esa fragancia se le antojaba familiar y tranquilizadora.

Luhan le puso un biscotti en la mano.

—Toma. Tienes que probar uno.

Era una orden, no una sugerencia. Y él se sorprendió a sí mismo aceptándolo.

—En realidad escribo novelas de suspenso psicológico —prosiguió Luhan—. ¿Has leído algo de mi trabajo?

—No, lo siento.

—Pues quizá deberías.

Minseok se estaba mosqueando. La línea entre la confianza y el engreimiento se estaba difuminando cada vez más.

—Y quizá tú deberías leer algo de lo que escribo yo.

—Ya lo he hecho. En cuanto Sehun me habló de ti, compré un libro tuyo.

—¿Y? —preguntó él, desafiante.

—Y creo que eres muy bueno. Inteligente. Reflexivo. Desarrollas los personajes de una manera excelente. El aspecto romántico no eclipsa la historia, como suele pasar en otros escritores. Y sabes cómo escribir sobre sexo de un modo muy auténtico. Admiro la crudeza.

—Vaya. —No era lo que esperaba que le dijera. Durante un momento se puso nervioso. Otra vez—. Gracias.

—Cuéntame algo de este último proyecto, ¿por qué necesitabas hablar conmigo?

Esos ojos, increíblemente mieles, no dejaban de mirarlo, De repente le impresionó lo mucho que se parecían a los de Yixing; aunque los de este último eran inocentes de un modo que sabía que nunca podrían ser los de Luhan. Seguro que los de este nunca lo habían sido, ni de pequeño.

Había sinceridad en su mirada, a pesar de su bravuconería. Tuvo que apartar la vista hasta donde sus dedos acariciaban la taza. Parecía tan pequeña en su mano, tan frágil. Era como si pudiera romperla con el más mínimo roce. Y esos dedos se deslizaban suavemente sobre la delicada superficie…

Se obligó a apartar la vista de sus manos también y volver a mirarle a la cara.

«Eso tampoco ayuda.»

—Escribo sobre una pareja que explora el BDSM. Intercambio de poder, bondage, que es algo sobre lo que ya había escrito. Pero esta vez me gustaría ahondar un poco más en el tema. No sé, explorar quizás el juego del dolor. Y quiero darle autenticidad. No quiero hacerlo de otro modo. Desde un principio supe que tenía que investigar en profundidad y hablar con gente que hubiera experimentado estas cosas. Conocí a Sehun en una página web de una comunidad de BDSM local y le escribí un correo electrónico para preguntarle si podríamos hablar. Lo entrevisté; fue muy amable, muy abierto conmigo. Pero como sumiso no se sentía lo suficientemente cualificado para darme una visión del tema en su conjunto. Por eso me dijo que recurriera a ti.

Él asintió.

—Es difícil hacerse una buena idea de cómo va esto del BDSM, las dinámicas y la psicología, si solamente se habla con una persona. Las experiencias de cada uno son variadas y muy personales. Y si él es únicamente sumiso, no tendrá mucho conocimiento de cómo funciona la mente de un dominante, de nuestro proceso.

—Sí, esa es la idea que me dio. Y la verdad es que encaja.

—¿No has escrito nunca acerca del BDSM?

—No. He escrito sobre algunos fetichismos, algo de bondage en el dormitorio pero nada serio.

—¿Te parece que el BDSM es serio?

—¿No lo es?

Él no dijo nada.

—¿Nunca has experimentado estas cosas por ti mismo?

—Yo… no.

—Ya. Y te gustaría mantener esta conversación de forma profesional. Solo para investigar, ¿no?

—Sí, claro.

Él se inclinó hacia delante, apoyó los codos sobre la mesa, se acercó un poco más, hasta que él olió su colonia; algo limpio y oscuro a la vez. Era como el océano y el bosque.

Luhan bajó la voz y de repente hizo que la conversación pareciera más íntima. Demasiado íntima; eso lo incomodaba.

—Te diré algo, Minseok, y esto es verdad. No se puede describir la vida con exactitud si solo te mojas los pies. Tienes que experimentarla, tirarte de cabeza y sumergirte en ella. Hay demasiados componentes: físicos, psicológicos y emocionales, que se superponen. Es algo complejo y es por eso que nos encanta a los que lo practicamos: la complejidad, la intensidad… —Alargó la mano y le acarició la suya con los dedos. Tenía la piel caliente y la suya también subió de temperatura—. Todo se basa en sensaciones y en lo que te pasa por la cabeza. Puede ser algo sensual o sexual o ambas cosas. No puedes empezar a describir las dinámicas que intervienen sin haberlo comprobado.

A él se le secó la boca. La idea no le resultaba chocante; no tanto como sus caricias, por lo menos. Cogió la taza, tomó un sorbo de té y carraspeó.

—Supongo que tienes razón. Es un tema interesante pero no sé si…

—No finjas que no es más que un tema interesante para ti, Minseok. —Sus dedos bajaron hasta el interior de la muñeca, por debajo de la manga de su jersey de cachemir—. Te noto el pulso acelerado.

—Luhan…

—Venga. No hace falta que hagas esto conmigo. Es parte de lo que supone el BDSM: que seamos sinceros sobre quiénes somos.

—Iba a decir que… tienes razón.

¿Acababa de reconocérselo de verdad? Tal vez sí tuviera razón, sobre todo con que tenía que ser sincero con él si quería aprender cosas. Tendría que tirarse de cabeza, como había dicho él.

No tenía nada que ver con esa ridícula atracción que sentía por él, ¿verdad?

Apartó la mano y la escondió en su regazo.

—Sehun y tú seguramente conoceréis más hombres sumisos. ¿Hay alguno en quien confíes y que me puedas recomendar? ¿Crees que querrían jugar con un hombre que no tiene experiencia como dominante?

Él se echó a reír y se recostó en el respaldo de la silla.

—¿Dices que quieres ser top? ¿Quieres dominar a estos hombres?

—Sí.

—Ay, Minseok. ¿No ves que eres un bottom?

—¿Qué?

—Lo vi en cuanto te miré. Lo he notado en el mismo aparcamiento, incluso antes de que habláramos.

—No sé a qué te refieres.

¿Por qué se le encendían las mejillas? ¿Por qué la había descolocado tanto? No le gustaba nada que tuviera tal efecto sobre él.

—Creo que entiendes lo suficiente del tema para saber qué es lo que quiero decir exactamente.

Él resopló.

—Pues claro que sé lo que significa eso de bottom: sumiso. Pero eso no soy yo. Me va más ser un top, ser dominante. No me da miedo reconocer que tengo problemas de control.

—Es exactamente por eso que tienes que ser bottom. Necesitas soltarte. Necesitas seguridad a la hora de ceder el control a otra persona para hacer eso.

Se estaba empezando a enfadar, aunque intentaba no perder los papeles.

—Eres muy arrogante.

—Sí, lo soy. Pero también tengo razón. Siempre tengo razón en estas cosas. Tienes problemas con el control; lo veo en tu actitud. Lo veo en la rabia que irradian tus ojos. En cómo aprietas la mandíbula. Tal vez podrías conseguir «cambiar» de vez en cuando y dominar a un hombre. O a una mujer. Pero no te llegaría tan profundamente como la sumisión. No te proporcionaría lo que necesitas de verdad.

Él sacudió la cabeza mientras apretaba los dientes con fuerza.

Él volvió a inclinarse hacia delante y volvió a cogerle la mano. Envolvía la suya con fuerza y calor.

—Minseok, déjame que te proponga una cosa. Haz de bottom para mí.

Él trató de apartar la mano pero él la tenía bien sujeta.

Lo miraba con dureza; sus ojos eran de un miel brillante, increíblemente convincentes.

—Pruébalo —prosiguió él—. A ver cómo respondes. Si resulta que yo tenía razón, habrás aprendido algo de ti mismo y habrás hecho una investigación única y muy personal. Y si me equivoco, habrás investigado de todos modos.

—Pero también puedo investigar como dominante.

—No, no puedes. Es extremadamente difícil que un bottom le enseñe a un top sin experiencia. Cuando las endorfinas empiezan a bombear por el cuerpo de un sumiso, cuando ya están en el subespacio, ese espacio en la mente donde todo se silencia y lo único que se puede notar y ver es la interacción entre dominante y sumiso, las sensaciones y los olores, ya no están lo bastante presentes para enseñarte. No puedes aprender tanto de esa manera. Pero sí puedes aprender de mí. Se me da muy bien lo que hago. —Movió la mano que tenía libre—. Lo sé, vuelvo a parecer arrogante. Pero me da igual. Lo que importa aquí es la verdad.

—Quizá.

Quizá fuera verdad que esa era la mejor manera de aprender. Quizá no tenía nada que ver con el calor que sentía al tener a Luhan sentado tan cerca de él cogiéndole la mano. Si hasta se notaba húmedo, por el amor de Dios. Pero esto no era más que una química muy intensa. No significaba nada y tampoco daba crédito a su argumento. Estaba seguro de que podría demostrarle lo mucho que se equivocaba.

Se mordió el labio.

Se equivocaba con él.

—¿Cuánto tiempo duraría? —preguntó.

Él se encogió de hombros.

—Lo que dure. El tiempo que necesites para descubrir lo que quieres saber. Para tu libro. Para ti.

—¿Entonces iríamos sobre la marcha? ¿Para ver cómo van las cosas?

—No, yo ya sé cómo irán las cosas.

—¿En serio? ¿Y cómo es eso?

Volvía a estar enfadado. Y él seguía sin soltarle la mano. Con el pulgar le acariciaba los nudillos y eso prendió una chispa de lujuria en su interior. Pero no le daría la satisfacción de intentar apartar la mano otra vez.

—Al principio te resistirás. Tendré que trabajar bastante contigo. Ganarme tu confianza —añadió él en un tono más bajo y grave. Tuvo que inclinarse para oírle mejor—. Pero poco a poco te irás entregando más a mí. A mis manos. Seré duro contigo. Y también suave.

Le levantó la mano y le acarició los dedos; el calor lo abrasaba y eso lo sorprendió sobremanera. No podía articular palabra. Tenía la cabeza hecha un lío.

Luhan dejó su mano sobre la superficie fría de la mesa y lo miró fijamente a los ojos.

—Así es como irá, Minseok.

No le gustaba nada sentirse así de mareado y confuso. No lo entendía y se negaba a dejarse llevar por esa sensación. O por Xi Luhan.

Cogió la taza, le dio un sorbo y tragó. Inspiró hondo, se esforzó por tranquilizarse y dejó la taza en la mesa con una mano firme.

—Piensa lo que te venga en gana, Luhan. Pero está claro que no me conoces.

Él cogió su taza y le dio un buen trago. Se tomó su tiempo. Su mirada penetrante no dejó sus ojos en ningún momento.

—Ahora no, pero lo conseguiré. Si aceptas mi proposición, claro está.

—La acepto.

—Te gustan los retos.

—Sí.

—A mí también.

Esa firme mirada lo atravesaba pero él no quería apartar la vista; no quería echar marcha atrás. Tenía razón en una cosa: se resistiría. No era propio de él ceder y entregarse. Ni siquiera a Luhan y esos ojos tan increíbles. Sus manos cálidas, sus labios suaves y seductores…

Tenía que controlar las cosas, como hacía siempre, e ignorar su aspecto. Y la forma que tenía de hablar y de tocarlo.
Iba a tocarlo muy pronto.

Se dijo para sus adentros que debía tranquilizarse e inspiró profundamente. El control era esencial aquí y él era el mismísimo rey del control. Su vida había dictado que fuera precisamente así ya desde pequeño. Tenía que serlo, con el lío que tenía por madre. Alguien tenía que serlo y él era el mayor. Tuvo que cuidar a Yixing.

«E hiciste una chapuza.»

¿Por qué pensaba en eso ahora? Volvió a empujar el pasado al fondo de su mente, donde debía estar, y se centró en el hombre que estaba sentado frente a él y que lo contemplaba con atención.

Sí, podría tratar con Luhan, lo creyera él o no.

—Luhan.

—¿Sí?

—Yo tengo otra proposición.

—¿Ah, sí? —dijo, arqueando una ceja.

—Si resulta que no puedes someterme, como te crees…

—Lo haré. Aunque prefiero hablar de domar.

—Ya, no dejas de decirlo. Pero si no funciona, dejarás que juegue yo y que te domine.

Él lo sorprendió con una sonrisa.

—Me parece bien.

Se le pasó una imagen por la cabeza: Luhan arrodillado y desnudo. Pero incluso en esa breve fantasía, no parecía estar sometido. No, era fuerte y desafiante; tan seguro de sí mismo como siempre. No creía que pudiera aparentar otra cosa. No había nada suave o fácil en este hombre.

«Salvo esa boca…»

—Entonces, ¿trato hecho?

Él asintió una vez.

—Absolutamente. Trato hecho.

Luhan le cogió la mano una vez más y la envolvió con la suya. Y antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, lo atrajo hacia él por encima de la mesa y le susurró a los labios:

—Los mejores tratos se cierran con un beso.

Tenía la boca muy cerca de la suya; esos labios apetitosos y deliciosos. Se notó débil; cada vez estaba más cerca de él y olía su dulce aliento con aroma a té. Aguardaba su beso.

Él se echó hacia atrás y se recostó en la silla.

—Pero tendremos que esperar hasta que estés listo para mí, Minseok. Hasta que me lo pidas de rodillas.

Mierda. ¡Estaba a punto de hacerlo ahora!

Minseok sacudió la cabeza. Quería apagar el calor de su piel con las manos frías; quería apartarse el mechón pelirrojo que le había caído a la cara. No lo hizo porque no quería que viera lo afectado que estaba. Lo necesitado que se sentía. Una necesidad que le dolía, incluso.

Tenía que salir de allí, al exterior, y tomar un poco de aire fresco. Necesitaba respirar.

—Tengo que irme —mintió—. Tengo otra cita.

—De acuerdo. Te acompaño a la salida. —Se incorporó.

—No hace falta.

Él agachó la cabeza; otra señal más de sus modales clásicos.

—Si insistes.

Él se levantó, cogió el abrigo y el bolso.

—Yo… pues, al final, no hemos empezado siquiera la entrevista.

—Yo creo que sí.

—Bueno, sí. Supongo que ya hablaremos más cuando… después de…

—Sí, ya hablaremos. Aunque creo que si experimentas esas cosas, verás que una entrevista formal no te será necesaria. Te enviaré un correo electrónico para citarte la próxima vez.

No era una pregunta y, sin embargo, a él no se le ocurrió ningún tipo de protesta.

«Joder.»

—Sí, ya hablaremos. —Se dispuso a ponerse el abrigo y allí estaba él, colocándoselo bien por encima de los hombros. Volvió a oler ese aroma a océano y a bosque—. Gracias por reunirte conmigo hoy.

—El placer es mío.

Lo miraba y sonreía. Él inspiró una vez más, disimuladamente, para olerle.

Ay, madre. Tenía que sobreponerse, recobrar la compostura y volver a ser él mismo. Pero con él todo parecía distinto. Era un hombre peligroso. Pero él nunca había abandonado un reto antes y ahora tampoco estaba dispuesto a hacerlo. Ni siquiera aunque este reto en particular ya lo hiciera dudar y preguntarse quién de los dos acabaría dominando al final.

Tenía que ser él.

Tenía que ser así.


Tengo dos aclaraciones que hacer

yo si me subiria a una moto con Luhan

2 solo me dejaria dominar por Luhan o Kai

Creo que ya me sali de contexto, pero aqui el primer capo 

disfruten

 

 

Sinopsis

¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para conocer los límites de tu placer?

Para el autor de novelas eróticas Kim Minseok, el control lo es todo; él lleva una vida organizada y segura, estable, sin riesgos. Hasta que se topa con Luhan, un hombre que es todo lo contrario a él… pero que es todo lo que realmente querría ser.
Xi Luhan es un escritor de thrillers psicológicos y un hombre que vive al límite. Las motos, el snowboard, nadar entre tiburones, nada es demasiado arriesgado ni demasiado peligroso para él. Y ese riesgo también se extiende a sus gustos en el dormitorio. Luhan encuentra el placer en la dominación y es en su club de BDSM donde da rienda suelta a sus deseos. Como labor de investigación y documentación para su próxima novela, Minseok mantiene un encuentro con Luhan y este lo invita a probar los placeres que se ocultan tras ese delicioso fruto prohibido que es el mundo del BDSM. Luhan quiere demostrarle que no hay placer más sublime que la sumisión y, con esa idea en mente, lo tienta a probar el placer infinito. Pero ¿sabrá él mantenerse firme ante el primer hombre que es capaz de doblegarlo? ¿Será Minseok capaz de conquistar su corazón?

[Adaptación del libro El Limite del placer de Eve Berlin]

Indice

Trilogia Perfect Chemistry

  1. Perfect Chemistry(Kailu)

  2. Rules Of Attraction(En Progreso)(Taesoo)

Trilogia El Limite

  1. Limite del Placer(En Progreso)(Xiuhan/Lumin)

Saga Lux

  1. Shadow (Precuela de Obsidian)(En Progreso)(Kaisoo)

Trilogia Existence

  1. Existence(Proximamente)(Hansoo)

1. Something Called «Magic»[Traducción](Kailu)

2. Night Pleasures (En Progreso)(Kailu)

3. Tentación(Kaisoo/Hansoo)(En Progreso)

Celebracion del dia del Kailu

Todas las traducciones han sido cambiadas aquí