A Minseok le dio la impresión de que solo había dormido unos minutos cuando sonó su teléfono móvil. Alargó el brazo a tientas, lo cogió de la mesita de noche y lo abrió.
—¿Diga?
—Te has ido.
—¿Qué? Ah… Luhan.
—¿Por qué?
Se apartó el pelo de la frente, tratando de reactivar su cerebro. ¿Por qué se había ido? Recordaba la calidez de su gran cama, de su cuerpo a su lado, de la comodidad de su presencia. Recordó asustarse al sentir lo mucho que le gustaba estar ahí. Lo mucho que necesitaba estar ahí con él.
Se le aceleró el pulso y se le desbocó el corazón.
—Es que… tenía que irme.
Al otro extremo de la línea, él suspiró. O quizá fuera un resoplido de irritación.
—Minseok, deberíamos hablar de esto.
—¿Porque es parte de tu trabajo como dominante?
—Es parte de mi trabajo. Eres mi responsabilidad después de una sesión de juego. Necesito saber que estás bien antes de irme.
—Pero si el que se ha ido he sido yo.
—Sin consultármelo.
La rabia lo consumía por dentro.
—Ya te lo dije: no soy un esclavo.
—No, pero si existen reglas es por algo, independientemente del nivel que tengan los juegos. Es para mantenerte a salvo.
—Estoy a salvo, gracias.
Él se quedó callado un momento. Luego añadió en un tono que dejaba claro su enfado:
—Joder, Minseok. Reconozco que eres muy fuerte y muy capaz en tu vida diaria. Pero estas gilipolleces no se aplican aquí. No cuando te entregues a mí. No cuando yo te llevo a ese sitio donde no eres capaz de tomar decisiones o de velar por tu bienestar. Y eres demasiado nuevo en esto para evaluar cuándo salir y marcharte.
¿Tenía razón? En ese momento no sabía decirlo. Seguía muy cansado.
—¿Has oído lo que te acabo de decir?
—Sí, te he oído. Estoy… pensando.
—Bueno, pues piénsalo bien. No pienso jugar con una persona que no respete las reglas que yo pongo. Y una de esas reglas es que yo decido cuándo estás bien para quedarte solo.
—¿Por qué estás tan enfadado? Estoy en casa, en la cama. Estaba durmiendo o, al menos, intentándolo, hasta que has llamado. Está claro que estoy bien.
—¿Lo estás de verdad?
—Sí. —La mentira le salió demasiado deprisa.
—¿Es tu primera experiencia con juegos de dolor en un club fetichista y estás bien? ¿No estás confundido por lo que te ha pasado, no te resulta difícil aceptar tu respuesta, tus deseos, aunque sean la antítesis de lo que eres normalmente?
—Yo no he dicho eso.
—No. No hace falta. Mira, Minseok, hace mucho tiempo que hago esto. He desarrollado cierta intuición, entiendo las transiciones por las que pasa la gente al entrar en este mundo; eso es parte de lo que hace un buen dominante. Y yo soy muy bueno en lo mío, así que eso que me dices de que estás bien y que no estás afectado por lo de anoche es una gran gilipollez.
—Yo no he dicho que no me afecte.
—Estás racionalizando las cosas.
Minseok se mordió el labio y jugueteó con el ribete del edredón que tenía entre los dedos.
—Pues quizá sí. Es mi respuesta habitual a… bueno, a prácticamente todo.
—Pues tendrás que llegar más al fondo de todo esto si de verdad quieres experimentarlo.
Minseok se enfadó. Sabía que acababa de activar su mecanismo de defensa y no le importaba.
—Yo no he dicho que… Solo quiero investigar un poco para mi libro, Luhan. ¿Hasta dónde tengo que llegar para hacerlo?
—Pues hasta donde te lleven tus deseos. Hasta donde tú quieras llegar.
—No sé dónde es eso, ¿sabes?
—Está bien.
—Bueno… ¿Qué?
—He dicho que está bien.
Pensaba que él discutiría. Que no lo hiciera lo hizo sentir algo ridículo. Inspiró hondo, soltó el aire y dejó que, con él, se fuera gran parte de la rabia. —Siento haberme ido —dijo, aunque a regañadientes.
—De acuerdo.
—¿Por qué estás tan comprensivo de repente?
—Soy comprensivo porque siempre lo soy y ya no quiero estar enfadado. ¿Te desconcierta?
—Sí. —Le molestaba mucho reconocerlo. Le fastidiaba que eso lo hiciera sentir débil.
—Entonces es que sigo haciendo mi trabajo.
—¿Reconoces que hacer jueguecitos mentales es parte de lo que haces?
—Jugar con la mente es una parte inevitable del proceso. Es uno de los motivos por los cuales no deberías quedarte solo después de una escena así hasta que yo confirme que estás bien. Porque, en parte, lo que te pasa ahora por la cabeza es resultado de hacer estas cosas por primera vez. De haber cambiado la percepción que tienes de ti mismo, de tus deseos y de tu sexualidad. No todo lo he infligido yo. Y cada persona que entra en la escena BDSM experimenta algo así en cierta medida. Hasta que sepa cómo de extrema es tu reacción ante estos juegos, es mi responsabilidad cuidar de ti y asegurarme de que estás bien. Y eso no lo puedo hacer bien desde la otra punta de la ciudad.
Minseok soltó el edredón.
—Está bien. De acuerdo. Lo entiendo.
—Me alegro, porque tenemos que estar de acuerdo con estas cosas o no volverá a pasar más. Si es que todavía quieres… ¿Quieres hacerlo o ya has terminado con esto y conmigo?
Parte de Minseok le gritaba que le colgara y no volviera a verle nunca más pero no podía hacerlo. Era imposible.
—No, no he terminado.
—De acuerdo, pues entonces vuelve aquí esta noche.
—¿A tu casa?
Los nervios y la excitación lo embargaron a partes iguales.
—Sí. Hoy a las ocho —dijo él en voz baja y con suavidad aunque el deje autoritario quedó bastante claro—. Coge un taxi. Yo lo pago.
—No será necesario.
—Sí, lo es —insistió y Minseok supo por el tono que era mejor no seguir discutiendo.
Le temblaba todo el cuerpo del deseo y solo por el tono de su voz. Un control absoluto. Órdenes. No lo soportaba pero tampoco podía negarse.
—Bien. Allí estaré.
—Muy bien. Escucha, Minseok.
—¿Sí?
—Prepárate porque no volverás a irte hasta que yo te lleve a casa. ¿Me has entendido?
Él se quedó callado un momento y se pasó la mano por el pelo. Tenía ganas de rebelarse pero le parecía una estupidez hacerlo en ese momento así que se contuvo.
—Sí. Entendido.
—Y ven con hambre. Voy a darte de comer. Para hablar.
—¿Qué?
—Hablar es parte del proceso. Pensaba que eso ya había quedado claro.
—Sí, claro. Pero pensaba que como ya… habíamos empezado… —Dejó la frase a medias porque no sabía cómo continuar.
—¿Pensabas que como ya habíamos empezado con los juegos no quedaba nada más por descubrir el uno del otro? Acabamos de empezar el viaje, Minseok. Nos vemos esta noche. No llegues tarde.
Luhan colgó y Minseok cerró el móvil; temblaba todo entero de los nervios y del deseo. Tenía un hambre irresistible y, a la vez, seguía un poquitín enfadado.
Se había metido en un buen lío con este hombre. Un lío del que ahora no podía salir. Era como si se hubiera metido en una camisa de once varas, pero la camisa lo hubiera escogido él mismo. Ahora lo único que podía hacer era llevarla puesta con la mayor dignidad posible.
~°~
La casa de Luhan estaba exactamente como la recordaba: sorprendentemente acogedora, con un porche amplio en la entrada y una luz dorada que se filtraba por entre los postigos de las ventanas.
Le había llamado cuando estaba a unos minutos de distancia, tal como le había pedido él por correo electrónico al poco de hablar por teléfono, y lo estaba esperando en la acera. Lo único que distinguía de él era su silueta alta que recortaba la luz proveniente del interior de la casa.
Tenía la espalda ancha. Lo imponente de su figura lo impresionaba. No podía explicárselo pero lo hacía sentir más deseado. Y aún más cuando le tendió la mano para ayudarlo a salir del taxi.
—Buenas tardes, Minseok. Me alegro de que hayas venido.
—Ya… yo también.
Era verdad. No valía la pena seguir cuestionando eso.
Él siguió cogiéndole de la mano mientras subían los escalones que llevaban a la entrada de su casa y solamente se la soltó para ayudarlo a quitarse el abrigo.
—Estás precioso —le dijo con una mirada intensa y escrutadora, y a Minseok se le encendieron las mejillas.
—Gracias.
Nunca se olvidaba de decirle lo guapo que era cada vez que lo veía. No necesitaba oírlo cada vez pero era agradable de todos modos.
Él estaba más apuesto que nunca; llevaba el pelo algo despeinado y le entraron ganas de peinárselo con las manos. Esta noche vestía más informal; llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta negra que se ajustaba perfectamente a sus hombros y a los músculos del pecho. Hoy más que nunca parecía un chico malo, junto con los tatuajes. Salvo que no tenía nada de chico.
—No soy el mejor cocinero del mundo pero preparo una pasta bastante aceptable. ¿Tienes hambre?
—Un poco.
Entonces reparó en la calidez de la casa y en el aire que traía el rico aroma de la comida al fuego.
—Acompáñame a la cocina. Está casi lista.
Minseok le siguió por un pasillo corto hasta la parte trasera de la casa y cruzaron una puerta. La cocina era un espacio grande en el que habían conservado la arquitectura original si bien las encimeras de granito, los armarios de arce y los electrodomésticos de acero eran completamente nuevos. Era moderna pero, al igual que el resto de la casa, infundía una sensación de comodidad. La pasta que hervía en la vitrocerámica despedía un agradable vapor y hacía que la cocina fuera aún más acogedora.
Entonces sonó un timbre y se sobresaltó.
—No te pongas nervioso, solo vamos a cenar. Por ahora, al menos.
—Yo no… Bueno… Tienes razón. No me gusta nada estar tan agitado. Me hace sentir como si no tuviera control de mí mismo ni de cómo respondo. Sin embargo, supongo que para mí abordar este conflicto interno forma parte del juego de poder. Empiezo a darme cuenta de eso.
—El juego de BDSM más fuerte suele conllevar la aparición de estas sensaciones. No es tan infrecuente. Y tampoco es una cosa mala.
«BDSM más fuerte.» ¿Era eso lo que hacían? Se puso tenso y sintió un escalofrío de placer al pensar en lo que habían hecho juntos la noche anterior.
—Intenta relajarte mientras cenamos. —Luhan se dio la vuelta y, con un tenedor, comprobó cómo estaba la pasta—. Ah, esto ya está. Sírvete una copa de vino si quieres. —Se detuvo, levantó la vista y Minseok se quedó impresionado, una vez más, al ver el brillo de sus ojos—. Pero solo una. Juego y embriaguez no son una buena mezcla.
Él asintió con la cabeza y dijo:
—Gracias.
Cogió la botella de tinto que aguardaba abierta en la encimera para que el vino respirara un poco y miró la etiqueta. Luhan tenía un gusto excelente en cuanto a vinos, aunque no le sorprendía. Cogió una de las copas que había junto a la botella y la llenó hasta la mitad. No quería comprometer sus sentidos. Esta noche no.
—¿Te pongo un poco, Luhan?
—Sí, gracias.
Lo hizo y le pasó la copa. Él lo miró por encima del borde mientras tomaba un sorbo.
—Lo haces bien.
—¿Qué hago bien?
—Servir.
—No son más que buenas maneras.
—Tal vez.
—Lo dices para provocarme.
Él sonrió antes de darse la vuelta para atender el fuego. Vio cómo retiraba el cazo, vertía la pasta en el colador, la servía luego en una bandeja y, por último, le echaba por encima lo que parecía salsa marinera de una sartén que también estaba en la vitrocerámica.
Cayó en la cuenta entonces de lo raro de la situación: él cocinando para Minseok y sentándose a cenar y a comer como gente de lo más civilizada, a pesar de lo que tenían pensado hacer entrada la noche. Y era un poco emocionante. Quizá más que un poco, tuvo que reconocer cuando se imaginó desnudo acatando las órdenes de Luhan una vez más. Notó un escalofrío de deseo en el vientre.
—La cena está lista. Vayamos al comedor. Hay ensalada y pan en la mesa.
Minseok le siguió por otra puerta y llegaron al comedor. El suelo de madera refulgía a la luz de las docenas de velas encendidas por todo el salón, encima de la mesa de roble y en el aparador antiguo. La mesa estaba puesta con sencillez: había platos de cerámica en tonos terrosos, servilletas de lino de color beige y pan en una cestita de mimbre. En el centro de la mesa había un cuenco de bronce que, inesperadamente, estaba lleno de agua y camelias flotantes.
Luhan dejó los platos y al instante se dio cuenta de que le había retirado la silla y esperaba a que se sentara. Así lo hizo él y dejó que le acercara la silla a la mesa, maravillándose por la cortesía de su anfitrión. Con eso la velada parecía demasiado normal, incluso, cuando estaba claro que no lo era.
—¿Así es como va todo siempre?
—¿A qué te refieres?
Él se sentó presidiendo la mesa y se colocó la servilleta en el regazo.
—Pues como si fuera una cita.
—¿Acaso no lo es, acabe la noche o no en tu puerta y yo dándote un casto beso en los labios?
—No lo sé. ¿Lo es? ¿Es eso lo que estamos haciendo?
Él se quedó callado un momento mientras cogía un trozo de pan y lo partía en dos. Minseok se distrajo con el movimiento de sus manos. Parecían muy fuertes, como si pudieran partirlo a él también si quisiera.
Se estremeció.
Al final, Luhan repuso:
—Lo que hacemos es conocernos mejor. ¿Hago esto con las demás personas con las que juego? Sí. A veces. Depende de si es una noche de juego casual en el club o algo más serio. Y con «serio» me refiero a que se prolonga en el tiempo.
—Has sentido la necesidad de aclarar eso.
—¿Aclarar el qué?
—Que lo de «serio» no se refiere a una relación seria.
—No soy una persona de relaciones. No en ese sentido. ¿Era eso lo que querías saber?
—No era más que una observación.
—Ah. —Probó un poco de pasta y masticó—. ¿Qué te parece la cena?
—Pues aún no lo sé, pero el vino está muy bueno.
—Come un poco.
Minseok sabía que él estaba evitando la conversación, pero no le importaba. Él tampoco buscaba una relación. Probó la pasta, que estaba tierna y deliciosa.
—Sabes cocinar.
Él sonrió; parecía satisfecho consigo mismo y levantó la copa como si fuera a hacer un brindis.
—Sí, sé. ¿Y tú?
—En verdad soy un cocinero horrible. Pero se me da muy bien pedir comida por teléfono. No me gusta tener que parar lo que sea que estoy haciendo por asuntos insustanciales cuando escribo, así que tengo mis restaurantes preferidos grabados en la marcación rápida.
—La comida no es algo insustancial.
—Bueno, es necesaria…
—Necesaria no quiere decir que no se disfrute. El sexo también es necesario.
—Tienes razón. Tal vez es que he aceptado que no sé cocinar. Prefiero sentarme a disfrutar de la comida que ha preparado otra persona.
Él sonrió y volvió a alzar la copa.
—Algunos somos más activos en nuestras funciones que otros.
Minseok no pudo evitar sonreírle.
—Te gusta remarcar eso, ¿verdad?
—Me has pillado. —Se calló y sonrió—. Y tú estás más cómodo conmigo esta noche.
—Sí… debe de ser el vino pero sí, estoy más relajado. Quizás es porque estamos aquí sentados, hablando de lo más normal.
—Forma parte de mi maléfico plan.
Él se echó a reír.
—Bueno, pues funciona. Me gusta no tener que explicarme. Y no es lo mismo cuando estás metido en tu papel, ya sabes… cuando no es eso del dominante y el sumiso. ¿Me estoy explicando bien?
—Sí, por supuesto. El juego de poder siempre está conmigo. Forma una parte integral de quién soy si quiero que funcione. Pero eso lleva las cosas a un nivel más profundo. El juego mismo es más intenso, así como el sexo y los niveles de confianza necesarios.
—Ya.
Le gustaba que entendiera que su respuesta al juego de poder no lo había incapacitado completamente, aunque tampoco quería pensar demasiado sobre eso. Lo único que necesitaba saber era que se sentía cómodo con él, a gusto. Quería disfrutar de la cena sin tener que diseccionarlo todo, aunque fuera por una vez.
«Es peligroso.»
Sí, este nivel de comodidad con él era peligroso. Sería demasiado fácil perderse. Él era peligroso. Pero era un juego al que estaba dispuesto a jugar, de momento.
Luhan le dio otro bocado a la pasta sin dejar de mirar sus manos o la manera como tragaba. Estaba hermosísimo a la luz de las velas. Su cabello enmarcaba la delicada estructura ósea de su rostro.
Quizá parecería frágil a ojos de la mayoría de la gente en su vida diaria, si no irradiara ese aire de autoridad. Pero en sus manos era muy distinto. Esa autoridad se desmoronaba. Lo había visto aferrándose a él y le encantaba comprobar cómo, al final, no podía.
Se le ponía dura de solo pensarlo. Tuvo que moverse un poco en la silla y quitarse de la cabeza el recuerdo de su piel desnuda.
«Contrólate y concéntrate.»
Le dio un buen trago a la copa. Esto funcionaría mucho mejor si era Minseok el que no estaba centrado.
—Bueno, Minseok, ¿me contarás algo de tu madre?
Un atisbo de sorpresa se asomó fugazmente a su rostro. Entonces levantó la copa de vino y bebió. Se tomó un rato hasta que volvió a dejarla sobre la mesa.
—Probablemente no.
—Es una situación que viene de largo, ¿verdad?
Minseok le miró: sus ojos obscuros eran claros y brillantes a la luz de las velas. Estaba alerta y algo nervioso. Por la tensión en su semblante se dio cuenta de lo en guardia que estaba en este tema, aunque no se hubiera negado a hablar de él directamente.
—Sí.
—Y no quieres hablar de ella bajo ningún concepto.
Él suspiró.
—¿Vas a seguir insistiendo hasta que te lo cuente?
—Ahora no.
—Gracias.
Minseok seguía mirándole con una mirada encendida. Él disfrutaba al verlo enfadado. Reconocía que eso le daba vidilla y le excitaba sexualmente. Que él le contestara hacía que someterlo, tanto literal como figurativamente, fuera mucho más excitante.
Él se recostó en la silla y le sonrió.
—Te quiero con el estado mental adecuado para lo que tengo previsto más tarde.
—Oh.
Sus rasgos se suavizaron; estaba seguro de que él no sabía que lo estaba haciendo. Que no aceptaba del todo lo fácilmente que cedía, que se entregaba a él, incluso con estas pequeñeces.
Ah sí, era perfecto para lo que tenía preparado después. Pero primero tenían que hacer bien la digestión y ya le iba bien tomarse su tiempo.
—Cuéntame algo de tus otras relaciones, Minseok. Nunca hemos hablado de eso.
—Bueno… no hay mucho que contar.
—¿Tú tampoco eres persona de relaciones?
Minseok se quedó callado y apuró el vino. Parecía estar poniendo en orden sus ideas puesto que sus ojos estaban cada vez más centrados.
—Pues no mucho. He tenido algunas. Tuve un novio dos años mientras estudiaba en la universidad pero cuando terminé la carrera me di cuenta de que no estaba enamorado de él. No me pareció justo seguir alargando la relación.
—Pero de eso ya hace unos años, ¿verdad? Me acabo de dar cuenta de que no sé cuántos años tienes.
—Tengo veintiseis. De modo que, sí, ya hace un tiempo.
—¿Y desde entonces no ha habido nadie más?
—He salido con mucha gente, a veces con la misma persona durante algunos meses pero no ha habido nada permanente.
—¿Y por qué no? Yo tengo mis motivos. Me pregunto cuáles deben de ser los tuyos.
Él vio como se le nublaba la mirada.
—Nunca he pensado en eso.
Luhan no pudo evitar pincharlo un poco.
—Eres un escritor erótico. Escribes sobre relaciones además de sexo, ¿pero nunca has pensado en por qué las evitas?
—Yo no he dicho que las evite.
—Yo lo reconozco, Minseok. —Se encogió de hombros—. Evito las relaciones.
—Y supongo que te sientes la mar de cómodo explicando el porqué.
—Me encantan las personas y el sexo pero eso nunca se ha traducido en algo que quiera hacer permanente. Nunca he visto el motivo para hacerlo. Soy perfectamente feliz con las cosas como son.
—¿Y esto desde hace cuánto tiempo?
—Bueno, ahora tengo veintisiete. Ha sido así toda mi vida adulta.
—Pero habrá algún motivo que lo explique.
—Quizá no me he preocupado nunca de investigarlo.
—Pero parece que quieras que lo haga yo.
Ahora le fulminaba con la mirada y a él le encantaba ver ese fuego en sus ojos. Saber que podía apagarlo con unas palabras bien escogidas y con el roce de su mano en su sedosa nuca. Prefería pensar en eso que en la pregunta que acababa de hacerle. Tenía que recordar que era a Minseok a quien quería dejar fuera de juego. Y no quería hacerse las preguntas que habían empezado a rondarle por la cabeza desde que lo conoció. Preguntas sobre si la opinión de su padre acerca de llevar una existencia solitaria eran del todo correctas o adecuadas para él simplemente porque compartieran los mismos genes. Esas eran unas preguntas demasiado grandes para abordarlas en ese momento.
—De acuerdo, Minseok. Cambio de tema para los dos. Después de nuestra última comida juntos me di cuenta de que nunca has mencionado a tu padre.
¿De verdad había cambiado de tema? Bueno, mejor hablar de su padre que del suyo.
—Eso debe de ser porque no lo he visto desde los seis años.
—Ah.
—¿Qué quieres decir con ese «ah»?
Se estaba empezando a cabrear. Seguro que no le gustaría nada lo que estaba a punto de decirle. Nada de nada.
Él se encogió de hombros.
—Quizás es por eso que evitas las relaciones.
Minseok giró la cabeza un momento y apretó la mandíbula con tanta fuerza que él se arrepintió inmediatamente de haberlo presionado tanto.
Alargó el brazo y le cogió la mano.
—Lo siento, Minseok. Creo que me he excedido con la broma.
Minseok volvió a mirarle; esta vez su rostro volvía a ser sereno y suave.
—Ya… no pasa nada. Sé que puedo ser muy terco a veces.
—Sí, eso es verdad.
—Hay ciertas cosas en mi vida, en mi pasado, que son demasiado personales. Son cosas de las que no quiero hablar con nadie.
—¿Con nadie?
—Con mi amigo Zi Tao, quizá sí.
—Está muy bien tener a un buen amigo. Alguien en quien puedas confiar. Tal vez algún día te sientas cómodo conmigo y puedas contarme estas cosas.
—Tal vez.
Minseok esbozó una sonrisa y a él se le hizo un nudo en el estómago. No quería saber por qué. Tampoco quería saber por qué el hecho de que le contara cosas de su vida era tan importante para él. Pero le importaba.
Sería mejor que se anduviera con cuidado con este hombre o la cosa se le iría de las manos. Se le iría, lejos, más lejos que con cualquier otra persona. No era del tipo de hombres que hacía esto, que se quedaba pillado. En cuanto al sexo él siempre estaba al mando. Cualquier cosa fuera de esa esfera era demasiado arbitraria, demasiado vulnerable para correr el riesgo, como le había enseñado su padre. Y era la arbitrariedad la que había separado a sus padres, ¿verdad?
¿O quizá no? Empezaba a preguntárselo… pero ahora no era momento de ahondar en la relación de sus padres. ¿Por qué divagaba tanto esta noche? Lo que importaba ahora, esta noche, era Minseok. Y ahora mismo, lo más seguro para las personas involucradas era que mantuviera su distancia habitual.
Tenía que centrarse, volver a un terreno más seguro, pisar suelo firme y concentrarse en su tarea. Por suerte, la tarea misma era muy apetecible. Irresistible, de hecho.
—¿Se te ha asentado ya la cena, Minseok? Porque es hora de ponerse en marcha.
—¿Ya?
—Sí. Ya.
La expresión de su rostro era impagable. Veía como las distintas emociones se asomaban a su cara: confusión, deseo, miedo, ese pequeño atisbo inicial del subespacio. Todo sucedía a la vez. Y él lo notó como un golpe en el estómago, de lo fuerte que era.
La adrenalina brotaba en su interior, así como la lujuria. Empezaba a notar cómo el pene se le erguía entre las piernas. Era lo bastante fuerte para ahuyentar los demás pensamientos, preguntas y dudas.
Estaría bien siempre y cuando no pensara en nada, si solo se esforzaba por hacer lo suyo.
Vio cómo se mordía el labio y la carnosa piel rojiza quedaba marcada por sus blancos dientes. Hermoso.
Minseok era muy hermoso. Lo deseaba tanto que apenas podía reprimir las ganas de tocarlo.
Pero estaba a punto de hacerlo.
Se levantó, sostuvo la silla y lo ayudó a incorporarse. Al tocarlo notó que estaba temblando un poco. Fantástico.
Lo atrajo hacia sí y captó la esencia de vainilla de su piel y su pelo. Se inclinó hacia él y le susurró al oído:
—Ahora te llevaré arriba y pienso hacerte todas las cosas con las que he estado soñando desde la última vez que te tuve en mi cama. Pero primero quiero jugar contigo. ¿Estás preparado?
—Sí —contestó él en un hilo de voz que le hizo estremecer.
No quería pensar en eso que acababa de decirle; que había estado soñando con él.
Pero esto no era ningún sueño: iba a poseerlo. Lo azotaría y tendría sexo con él esta noche. Una y otra vez. Y él estaría al mando como siempre hacía.
«Al mando. Como siempre.»
Repitió esas palabras para sus adentros una vez más e intentó ignorar que no terminaba de creérselas.
Lamento la demora