Dos

Luhan cerró con llave la puerta lateral del garaje y subió pisando fuerte las escaleras que daban acceso a su casa gris de estilo Craftsman en el distrito Haidian. Introdujo la llave en la cerradura de la gruesa puerta de madera, la empujó con la bota y dejó que se cerrara demasiado bruscamente al entrar. Se quitó la chaqueta de piel, la colgó en el perchero, que cayó por el peso y tuvo que recoger con una palabrota en voz baja.

¿Por qué diantre estaba tan inquieto?

Ni que existiera la posibilidad de perder el trato con Kim Minseok. Veía las tendencias de sumisión en una persona de lejos y él había estado sentado a su lado. Lo suficientemente cerca para captar el olor a vainilla que despedía su salvaje cabellera pelirroja, mezclado con algo más. Algo que olía a picante y a sexo puro.

Arrastró los pies por el parqué haciendo ruido hasta que llegó a la alfombra persa, donde los pasos quedaron amortiguados por un momento y luego volvieron a resonar sobre la madera al otro extremo de la habitación. Cogió una copa de una cómoda antigua y se echó dos dedos de whisky.

Minseok sería todo un reto; de eso se dio cuenta al instante. Pero le gustaban los desafíos; no era eso lo que le tenía tan nervioso. No, era el hecho de que tenía que poseerlo. Debía tenerlo de tal modo que le quemara la piel de solo tocar algo más que no fuera su mano. De eso no había duda.

Tenía que poner las manos en su piel desnuda. Tenía que atarlo, sentir cómo se relajaban sus músculos mientras se entregaba a él… Tenía que…

Eso no le gustaba nada. No le gustaba notarse tan compelido por el deseo que sentía por él.

¿Cuándo fue la última vez que le sucedió algo parecido? ¿Le había pasado alguna vez?

Él no era de la clase de hombres que necesitan a nadie. O nada. Su padre le había enseñado bien. La independencia era la clave. El conocimiento y las experiencias eran cosas importantes. Y eran también el motivo por el cual se había pasado gran parte de su vida adulta buscando las respuestas leyendo y viajando por el mundo. No obstante, aún no había encontrado nada concluyente.

Pero tampoco necesitaba pensar en su padre ahora. Ese era un dolor que no se iba nunca. Después de todos estos años, había remitido un poco, pero seguía presente como una herida que no cicatrizaba.

Dio buena cuenta del whisky y se deleitó con la quemazón del alcohol mientras le bajaba por la garganta. Pero nada parecía aliviarle. Volvió a llenarse la copa y se acercó a la ventana panorámica que daba a la ciudad, que se expandía ante sus ojos.

Beijing estaba gris, como siempre, aunque había claros en el cielo vespertino. Le dio un sorbo al whisky, pensando en las vistas.

Pensando en Minseok, joder.

Había algo en la manera en que se contenía y se controlaba con tanto afán. Sabía lo que pasaba cuando una persona como él se soltaba. O lo obligaban a soltarse.

Bueno, él nunca forzaría a nadie. Vivía por un credo sano, cuerdo y consensuado, como la mayoría de las personas que se movían por su círculo de clubes y grupos de BDSM. Sin embargo, eso no cambiaba que, de poder llevar a Minseok al subespacio, si lograba que se abriese, que se soltara, él se viniera abajo. Se deshilacharía como un jersey.

No «si» lo lograba, «cuando» lo lograra.

¿Dónde estaba su confianza hoy?

Quizá se debía a que la deseaba con muchas ganas. Demasiadas.

Estaba medio excitado solo con pensar en él y recordar esa piel digna de la porcelana más exquisita. Esos ojos, como dos trozos de cuarzo ahumado. En esos ojos brillantes e intensos se transparentaba también su inteligencia. Y esos labios carnosos y carmesí eran como el mismo sexo.

Era de constitución delgada pero atlética, como a él le gustaba. Apreciaba la delicadeza de su clavícula, las muñecas, las manos. Su trasero firme era algo digno de admirar.

«Y de tocar… azotar…»

Apuró lo que le quedaba de whisky, dejó la copa sobre la mesa junto a los ventanales y se dejó caer en el mullido sofá de cuero marrón.

Era demasiado listo por su propio bien. Y quizá también por el suyo. No habían hablado durante mucho rato pero le bastaba para saber que estaba en un buen apuro si no conseguía mantener la calma con este hombre.

Sonó el teléfono y lo cogió sin pensárselo dos veces, aún absorto en Minseok.

—¿Diga?

—Hola, soy Jongin.

—Hola.

Él y Kim Jongin se habían conocido en una clase de psicología del BDSM y las culturas fetichistas en el Pleasure Dome, el club de fetichismo local, hacía tres años. Al descubrir su amor mutuo por las motos, trabaron una estrecha amistad y a menudo solían pasear por los bosques de los alrededores de Beigon.

Habían vuelto al club varias veces, explorando en cada ocasión sus tendencias de dominación con las personas sumisas del lugar. También habían viajado juntos. La primavera pasada recorrieron Arizona y Nuevo México en moto. Aunque Jongin era abogado y Luhan era escritor, tenían muchas cosas en común. Se entendían el uno al otro.

—¿Sigue en pie lo de salir en moto el sábado? —le preguntó Jongin.

—¿Qué? Ah, sí, el sábado. —Luhan pasó los dedos por el borde de la copa vacía. Tal vez necesitara otra.

—¿Qué te pasa, Luhan?

—¿A qué te refieres?

—Pareces distraído.

—Ya te digo —murmuró, más para sus adentros que para Jongin.

—¿Y eso? —insistió su amigo.

—Pues… es que he conocido a un hombre…

Jongin se echó a reír.

—Siempre es por un hombre, una mujer. O una moto.

—Ahora mismo ando sobrado de motos.

—¿Y de hombres y mujeres no?

—Ese no es el problema, pero este hombre en particular…

—Luhan, por si no te habías dado cuenta: no terminas ninguna frase.

—Mierda.

—¿Tan malo es? ¿O tan bueno?

—Pues no sé. A ver, es bueno. —Se levantó y fue a por otra copa, a sabiendas de que Jongin esperaría pacientemente hasta que recobrara el hilo de sus pensamientos—. Este hombre, Kim Minseok. Ya te comenté que iba a verlo hoy. No era lo que me esperaba. No hay ninguna foto suya en la página web y bueno, pensé… No esperaba que fuera guapo. Es muy guapo.

—¿Y?

—He hecho un trato con él.

—¿Un trato?

—Nunca ha experimentado el BDSM; al menos no a nuestro nivel. Y nunca ha hecho de sumiso antes. Pero lo veo. Lo huelo, mejor dicho. Y nunca me equivoco con estas cosas.

—Bueno, ¿y cuál es el trato?

—Él cree que es dominante.

—Estoy seguro de que tú pronto le demostrarás que se equivoca. —Por su tono de voz notaba que le hacía gracia.

—Si me equivoco yo, he accedido a ser sumiso.

Jongin soltó una risotada.

—Eso no va a pasar.

—No. Pues claro que no.

—¿Y qué problema hay?

Luhan suspiró y se quedó inmóvil.

—Aún no estoy seguro. Quizá sabré algo más cuando lo toque y juegue con él.—Se calló y echó un trago de whisky—. No sé qué problema hay, joder. Es que… me ha calado hondo.

—Vaya, así que el gran Xi Luhan ha caído —dijo su amigo en voz baja.

—No he dicho que caiga nadie, Jongin. —Cogió la copa y la asió con fuerza; los bordes se le clavaban en la mano.

—No lo has dicho, ya.

—Estoy bien.

—Vale. —Casi lo oía encogiéndose de hombros mentalmente—. ¿Entonces sigue en pie lo del sábado?

—Sí.

—¿Lo llevarás al club el sábado por la noche?

—Joder, Jongin. —Se frotó el mentón. Suspiró—. Pensaba esperar una o dos semanas.

¿Cuándo se le había ocurrido que podría esperar tanto tiempo a verlo?

Ahora sí que estaba en un buen aprieto.

—Luhan, no tengo la intención de decirte lo que tienes que hacer, y menos aún tratándose de un hombre al que quieres introducir en este estilo de vida, pero me parece que lo mejor será que no tardes en verlo.

—¿Por qué?

—Porque creo que te va a dar un ataque si no lo ves.

—Venga ya. Tampoco estoy tan mal.

—¿Seguro?

Volvió a frotarse la barba. Quería suspirar pero no lo hizo.

—Nos vemos el sábado.

—Venga, vale. Hasta el sábado.

Joder, ¿tan evidente era? ¿Tan mal estaba por un hombre?

«Mantén la calma, colega.»

Tenía que hacerlo. Siempre lo hacía, ¿no?

¿Seguro?

 ●●

 

Minseok redujo la marcha al tomar la salida de la 5 y dirigirse al oeste, hacia el estrecho. El cielo plomizo se oscureció aún más por la niebla a medida que se acercaba al agua y a su barrio. No le importaba. Le encantaba la niebla y su etérea melancolía. La humedad se agolpaba en el cristal y accionó el limpiaparabrisas al tiempo que agradecía los asientos calefactables del Audi. Por mucho que le gustara la niebla, no le apetecía pasar frío.

Accedió a la avenida y entró en el garaje que tenía alquilado justo al lado de su casa. Shunyi era una zona vieja de Beijing. La arquitectura era hermosa pero el antiguo almacén reconvertido en el que él vivía no tenía aparcamiento.

La zona era algo peligrosa, aunque eso empezaba a cambiar ahora. A pesar de todo, como el sol se estaba poniendo ya, se anduvo con cuidado al acercarse a la entrada del edificio. Era una estructura de ladrillo visto con unas ventanas enormes que daban al rio Chaobai, que estaba solo a unas manzanas de allí.

Había tenido mucha suerte al encontrar el apartamento antes de que los precios subieran al ponerse de moda el barrio entre la gente joven. La zona se renovó y las cafeterías y restaurantes de diseño aparecieron como las setas por doquier; también se instalaron algunas boutiques y galerías e incluso bares mucho más modernos que los antros que durante años poblaron la zona. Aparecieron nuevos servicios e instalaciones, como la pequeña frutería que abrió al otro lado de la calle el mes pasado.

Cogió el ascensor hasta la cuarta planta y entró en su apartamento tipo loft. Era un espacio abierto con suelos que había blanqueado él mismo cuando compró el piso dos años antes. La mayoría de las paredes exteriores eran de ladrillo visto. Los pocos tabiques que había levantado para dividir las habitaciones estaban pintados con los colores que se le antojaban más relajantes: ámbar, terracota oscuro, dorado y un verde musgo. Estaban decoradas con su colección de fotografías en blanco y negro, la mayoría con elementos arquitectónicos.

Seguía buscando muebles para el piso. Solían atraerle las líneas más depuradas de las piezas contemporáneas, como su sofá con rinconera en ante de color verde peridoto. Al piso le daban calidez los varios apliques que iluminaban cada ambiente, los montones de cojines en los mismos tonos de las paredes y las plantas que había en cada rincón.

Al acercarse a la cocina, que estaba en un extremo del piso, las suelas de sus  botas negras resonaron en la madera. Se quitó el abrigo de lana y lo colocó en el respaldo de un taburete alto junto a la barra americana de granito.

Necesitaba una taza de té que lo ayudara a combatir la humedad que le calaba los huesos. Y que quizá también le aclarara las ideas.

Había conseguido ignorar su respuesta a Xi Luhan de camino a casa poniendo su ópera favorita a todo volumen. Pero ahora que estaba en ella, en silencio, no había nada que lo distrajera.

Llenó de agua la tetera metálica y la dejó encima de la cocina para que empezara a calentarse, sacó una bolsita de té —su mezcla favorita de jazmín importado— de la caja que siempre dejaba en la encimera, y la puso en una taza de cerámica.

La inquietud se apoderó de él mientras esperaba a que hirviera el agua. Al mirar por la ventana vio como perlas de agua que se agolpaban en el cristal y transformaban las vistas en manchas de acuarela cada vez más oscuras; se frotó los brazos para entrar en calor. Intentaba no pensar en Luhan.

Pero no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera él, claro está.

Era un hombre increíble. Algo en su imponente tamaño lo hacía fuera de lo común, y algo más… había algo en él que le provocaba una respuesta de una forma a la que no estaba acostumbrado. Algo que le hacía pensar incluso que podría ser sumiso para él, por muy extraño que le hubiera resultado esa idea al principio.

No estaba seguro de poder hacerlo, aunque se le habían pasado varias imágenes por la cabeza desde que él se lo sugiriera: sus manos encima, sujetándolo. Nada más que eso; nada más explícito pero nada más claro al mismo tiempo. Salvo ese casi roce de sus labios sobre los suyos.

Se estremeció; el deseo era como una chispa ínfima y ardiente que mentalmente trataba de apagar.

Pero ese deseo no significaba que llevar una fantasía sexual al terreno real fuera a funcionar. Lo más probable era que no funcionara. Al fin y al cabo, algunas cosas era mejor dejarlas como fantasía.

«Pero Luhan no.»

Había accedido a llevar a cabo este experimento. Y la atracción que sentía por él probablemente haría que se dejara llevar, aunque no pudiera entregarse por completo a la sumisión.

El silbido de la tetera interrumpió sus pensamientos. Se sirvió un poco; el vapor quedó suspendido alrededor de su rostro, junto con la suave fragancia del té. Volvió al salón y repasó sin mucho afán el montón de cartas que había en una mesa junto a la puerta de entrada mientras esperaba a que se enfriara un poco el té. No fue hasta un poco más tarde que se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué estaba mirando. El rostro de Luhan ocupaba su mente; sus brillantes ojos miel, la forma en que ese mechón castaño le caía sobre el cuello de la camisa y le rozaba la piel. Tenía unos labios demasiado carnosos para un semblante masculino.

Era puro contraste tanto en aspecto como en comportamiento; por la manera que hablaba del BDSM —el bondage y el juego del dolor— en ese tono tan suave, como si fuera una conversación la mar de natural.

No quería reconocer lo excitante que era todo. Su propia naturaleza quería rebatir esa idea. Era demasiado controlador, algo que sí admitía sin problemas. Pero su cuerpo lo sabía y ardía de solo pensar en eso. Sobre todo, por la idea de que Luhan estuviera al mando.

Cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez de la taza entre las manos, y se lo imaginó frente a él. Una sola imagen y su sexo se despertaba del deseo.

«Luhan…»

—Maldita sea.

Entró en el dormitorio, se sentó en la elegante cama con dosel de madera oscura y edredón blanco con montones de cojines, también blancos, y se quitó las botas. Se incorporó, se desabrochó el pantalon y se quitó el jersey por la cabeza. El té aguardaba, olvidado, en la mesita de noche.

Se vio en el gran espejo con marco de madera que había al otro extremo de la habitación. Con el boxer negro se veía pálido. Demasiado delgado, también, pero le encantaba hacer ejercicio. Le gustaba la sensación de libertad que le daba. Pero ahora necesitaba otro tipo de liberación.

«No es más que una fantasía. Es algo inofensivo.»

Pero sin dejar de mirarse al espejo se quitó el boxer y lo sostuvo con una mano y con la otra se tomo un pezon. Tenía los pezones erectos; eran dos puntos  oscuros, duros. Se dio un suave pellizco y gimió.

¿Cómo sería el tacto de sus manos en su cuerpo?

Empezo un suave bombeo de su pene arriba y abajo pensando que eran sus manos, las manos de Luhan.

«Luhan.»

Sí, sus manos en su cuerpo, tocándolo. Separando sus muslos para adentrarse en su  calor. Y él estaba ya liberando su pre semen por él, anhelante…

Abrió un poco las piernas y vio cómo su dedo se perdía entre los muslos. Pero pronto le superó. Frustrado.

«Luhan…»

Separó más las piernas y sumergió dos dedos en su interior para luego empezar un vaiven lento tratando de buscar su placer. Dio un grito ahogado y se mordió el labio. Toda él era calor; las paredes internas se contrajeron alrededor de sus dedos inmediatamente. Añadió un  tercero; necesitaba sentirse colmado.

¿Tendría la polla tan grande como el resto del cuerpo?

—Ah…

Gimió y empezó  movimientos circulares mientras introducía y sacaba los dedos.

Imaginó la mirada penetrante de Luhan a través del espejo, observándolo.

Con la otra mano seguia complaciendo su miembro. El placer, agudo y caliente, lo recorrió como un escalofrío.

«Luhan.»

Ah sí, notaba sus grandes manos encima y dentro de él. Lo frotaban y lo pellizcaban. El placer era como la lava en sus venas, que se abría paso en él suave como la seda.

Extraía e introducía los dedos; movía la palma con fuerza contra su miembro. Y su cuerpo entero se contrajo y se estremeció al llegar al orgasmo, mientras gritaba su nombre en la habitación vacía.

«¡Luhan!»

Con las piernas débiles estuvo a punto de caerse, pero con una mano se aferró al borde del vestidor. Jadeaba y boqueaba en busca de aire. En la imagen que le devolvió el espejo tenía ruborizadas  las mejillas. Tenía unos ojos enormes; las brillantes pupilas habían oscurecido casi por completo sus iris.

Su cuerpo seguía estremeciéndose de la necesidad, a pesar del orgasmo.

«Luhan…»

Miró la cesta de mimbre que había junto a la cama y pensó en la colección de dildos que guardaba ahí.

«Sí, tengo que correrme otra vez. Y otra…»

¿Cómo había conseguido este hombre meterse tan dentro de él? ¿Y cómo podía sacárselo de encima?

Cruzó la habitación, se sentó en la cama y sacó uno de sus juguetes favoritos de la cesta; un dildo turbo pesado que la hacía gritar cada vez que se corría. Quizá con eso bastaría.

Pero cuando se tumbó encima de la almohada y lo encendió, bajando el instrumento entre los gluteos, sabía que ningún juguete sería suficiente.

¿Qué le había hecho Xi Luhan?

 ●●

 

Sonó la alarma, Luhan le dio un manotazo a tientas y se tumbó de espaldas. Había dormido boca abajo y se despertó con una dolorosa erección que oprimía el colchón. Y con el rostro de Minseok en la cabeza.

Y en el cuerpo.

A duras penas había conseguido dormir y ahora se levantaba más duro aún.

Se esforzó por tranquilizarse pero el pene le latía, desbocado.

Imaginaba el flequillo pelirrojo que se le pegaba en la frente. Vio un par de ojos oscuros, fríos, que parecían encerrar un misterio; algo que le ocultaba, algo que él quería —necesitaba— saber. Tenía la piel pálida y blanca como el marfil. La delicada línea de la clavícula en el borde del jersey. Cómo sería notar sus  piernas alrededor de su cintura mientras se introdujera en él, en su interior caliente y acogedor…

Gimió.

«Mierda.»

Apartó el edredón, bajó la sábana y se acarició, rodeando su miembro erecto con las manos.

¿Qué sentiría al notar sus deliciosos labios  alrededor de él, lamiéndole el glande?

Gimió y se apretó el miembro con más fuerza mientras levantaba las caderas al ritmo de sus manos.

Seguro que tendría la boca húmeda, cálida. Le separaría los gluteos y lo embestiría con fuerza, una y otra vez.

«Minseok…»

Sus ojos se volverían vidriosos, separaría los labios y se estremecería al llegar al orgasmo, apretando los músculos con fuerza alrededor de su pene.

Él arqueó la espalda sin dejar de masturbarse, rozando la punta de la verga hinchada con las yemas de los dedos. Sabía que estaba a punto de correrse por el ímpetu de los latidos que notaba en la verga.

«Minseok…»

Necesitaba azotar su hermoso culo y luego penetrarlo. Hacer que se corriera. Follarlo.

«¡Minseok!»

Entonces se corrió y el placer fluyó caliente en sus venas. Se estremeció. Siguió masturbándose para expulsar hasta la última gota de semen. Hasta el último momento de placer. Así intentaba sacarse a Minseok de sus pensamientos.

Pero no funcionó. Ya sabía que no funcionaría.

Nada funcionaría salvo que pudiera verlo y tocarlo. Imponerse a él. Dominar a este hombre no sería fácil pero entonces quizás él pudiera dominarse un poco a sí mismo y recuperar un poco el control.

Se percató del estropicio pegajoso que había dejado en la barriga y sacudió la cabeza. Tenía que volver a hacerlo. Seguía tratando de recobrar el aliento y sabía que tardaría un poco en poder empalmarse otra vez. Pero si lo tuviera allí ahora, estaría encima de él, arrancándole la piel, haciendo que se corriera con las manos, la boca…

El pene le tembló fugazmente y se sorprendió al notar una repentina corriente sanguínea ahí mientras se le volvía a hinchar el miembro.

Se incorporó y anduvo por el frío suelo de parqué del dormitorio. Fuera empezaba a amanecer; la luz del cielo violáceo se filtraba por las ventanas. Notaba el aire fresco en la piel aunque hervía por dentro. Anhelante otra vez.

Entró en el lavabo y se metió en la gran ducha de azulejos de color cobre, marrón y bronce. Abrió el agua caliente, se colocó debajo del chorro y se limpió el semen de la barriga. Sin embargo, el calor punzante del agua en la piel no hizo más que empeorar la erección.

Descolgó la alcachofa de hidromasaje de la ducha y la dirigió a su pene erecto apoyando la espalda en las baldosas frías y cerrando los ojos.

Ahí estaba él otra vez, con el pelo mojado  y los labios formando una «O» mientras él se arrodillaba frente a él y con su lengua le trazaba el miembro; él le asía por el pelo, lo atraía hacia sí y gemía.

Respiraba entrecortadamente. Estaba a punto de correrse. Solo por el agua que le rozaba la polla e imaginando a Kim Minseok con las piernas abiertas delante.

«Joder.»

Orientó las caderas hacia el agua y se cogió los testículos, que notaba tensos. Y solo bastó eso. Se estremeció, se tensaron sus caderas y se corrió.

«Minseok… ¡Joder!»

Se apoyó en la pared que había tras él; sentía debilidad en las piernas. El placer le recorría como una corriente eléctrica bajo la piel, en el vientre y en su verga, que aún palpitaba.

Respiró hondo una vez, luego otra y dejó que el agua se llevara el semen.

Si ya era mala señal tener que masturbarse dos veces seguidas, como un adolescente —tener que hacerlo—, había que añadirle que era una de las pocas veces en varios años que se había corrido con sexo… normal. Sin un juego de poder. Sin bondage. Sin paletas, ni cuero ni cuerdas ni cadenas. Solo Minseok en su imaginación.

¿Qué coño quería decir eso? ¿De verdad quería saberlo?

El sexo era algo con lo que siempre se sentía al mando. Pero había algo en este hombre que le había calado hondo. Pues nada, que fuera lo que Dios quisiera.

No es que fuera a entregarse a él. Pero incluso cuando lo tuviera a su merced —porque lo tendría, de eso no había dudas— tenía la sensación de que le provocaría el mismo batiburrillo mental que a él. Esa parte de él accedería a dejarse dominar por… Minseok.

Se le hizo un nudo en el estómago; en parte por fastidio, otra parte por un pánico que no quería reconocer y en parte también por el deseo que le bullía en las venas.

Las cosas eran distintas con Kim Minseok. Por mucho que no quisiera reconocer lo mucho que le afectaba, tendría que averiguar de qué iba todo eso. De qué iba él.

Y mientras tanto mantendría las cosas bajo control, joder, como hacía siempre.

«Joder.»


Hola

disculpen la demora pero es que estos capos son mas largos y no podia encontrar algunas referencias de china

espero les guste y si hay algun error avisenme ok?

 

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