Seis

 

Minseok flotaba en ese espacio cálido y etéreo al que Luhan lo había llevado. Una parte muy pequeña y distante de él no podía creer que estuviera haciendo estas cosas: permitir que lo azotara y hacer que se corriera. Y que él le pidiera que lo hiciera llegar al orgasmo otra vez. Ardía en deseos de pedírselo otra vez ahora. Pero básicamente estaba demasiado abstraído para pensar en eso.

Lo único en lo que podía pensar era en el delicioso tacto de sus manos, el calor que le producían en la piel. El placer lo embargaba en oleadas. Los azotes. El deseo que le ardía por dentro, todo era lo mismo. Dolor y placer; quería más de ambas cosas.

Sus torso estaba comprimido sobre sus muslos; el peso del cuerpo lo presionaba contra su regazo. Su pene era un bulto duro que le rozaba el costado. Quería notarlo dentro. Quería que volviera a azotarlo, más fuerte y más rápido. Quería sentarse a horcajadas encima de él y cabalgarle. Y todo eso a miles de kilómetros por hora dentro de su cabeza, que le daba vueltas del anhelo que sentía.

—Luhan, por favor.

Él se rio y entonces le pasó una mano entre los muslos, entre los que buscó y encontró su escroto.

—Oh, sí…

Él empezó a ejercer presión allí y Minseok arqueó la espalda. Al mismo tiempo, con la otra mano, empezó a azotarlo en el culo; el azote le picaba, quemaba y luego se volvía puro placer. La sensación, junto con el latido de deseo en su sexo, se multiplicaba.

Él empezó a azotarlo con fuerza, golpe tras golpe; rápido y con dureza. Los dedos que se movían en su escroto y miembro eran igual de rápidos y lo frotaban con fuerza. El placer lo invadió; el clímax se estaba acercando cada vez más.

—Luhan… Joder…

Él le introdujo un pulgar y lo empujó muy dentro.

—Ah…

Un azote más y Minseok empezó a correrse; el placer era como un relámpago que lo cegaba.

—¡Luhan!

Minseok empezó a subir y bajar las caderas, corriéndose sin parar. Él seguía dándole placer y azotándolo.

Al final, Minseok se quedó inmóvil. Sentía escalofríos en todo el cuerpo y unos pequeños temblores de placer seguían recorriéndolo. Estaba agotado; era incapaz de moverse.

Entonces Luhan lo incorporó y lo abrazó. Le besó en la cara, le levantó la mano y se la llevó a los labios. Luego lo besó en el interior de la muñeca antes de volver a dejarle la mano en su regazo y apoyar su mejilla en la suya. El aliento de él acariciaba su pelo; le decía algo pero Minseok no lograba descifrar qué. Quería dormir pero su cuerpo estaba más vivo que nunca.

—Minseok, mírame.

Era difícil hacer lo que le pedía pero quería hacerlo. Quería ver sus hermosos ojos miel. Quería obedecerle.

Abrió los ojos.

Él era aún más apuesto que antes. Tenía los ojos encendidos de la adrenalina o del deseo. Quizá las dos cosas. No podía pensar con claridad. No entendía nada, salvo que quería que lo besara.

Minseok levantó la barbilla y él agachó la cabeza y le rozó los labios con los suyos. Y el deseo se encendió en su interior una vez más; lo encendió por completo. Sin embargo, estaba demasiado fatigado para moverse.

Él se apartó.

—Has estado muy bien, Minseok. Excelente.

Tenía la voz algo ronca. Seguía tocándolo y acariciándole el pelo. Minseok le miraba mientras docenas de emociones se asomaban al rostro de él. ¿O tal vez fuera su imaginación, el producto de dos fuertes orgasmos y su propio deseo confundido?

Minseok se estremeció y luego notó un extraño temblor en su interior. El deseo pasó a ser entonces un miedo, como una especie de pánico. No lo entendía.

—¿Luhan?

—Estás temblando. —Lo acercó más hacia su gran cuerpo—. ¿Tienes frío?

—Sí, un poco.

Minseok luchó contra unas lágrimas que no entendía mientras él cogía una manta suave del respaldo de la silla que no había visto antes y se la puso sobre los hombros.

—Dentro de un rato estarás bien.

—¿Esto es…? ¿Qué significa esto? ¿Qué me pasa?

—Se llama «tocar fondo». A los sumisos con experiencia también puede pasarles. Es una sobrecarga de endorfinas y a veces de adrenalina. En ocasiones no es más que la emoción que se libera, como puede pasar en un masaje profundo de los tejidos.

—No me gusta esta parte.

—No, ya me imagino que no. Ya se te pasará. Yo me quedaré aquí a tu lado.

Pero eso no lo tranquilizaba. De repente, Minseok sintió que estar con Luhan era parte del problema. Él lo hacía sentir muy vulnerable, demasiado expuesto.

Intentó zafarse de él y levantarse de su regazo.

—Oye —le dijo en voz baja—. ¿Qué haces?

—Tengo que irme.

—Minseok, quédate quieto. Escúchame. Te está entrando el pánico. Suele pasar, pero estás bien, te lo prometo. Yo te cuidaré. Siéntate aquí conmigo. Respiraremos un poco.

—No.

—Minseok…

—¡No puedo hacerlo! Ayúdame a ponerme en pie.

Él lo rodeó con los brazos; era un armazón de puro músculo. A Minseok el corazón le latía con fuerza, desbocado. Minseok intentó quitárselo de encima, le hincó las uñas pero ni siquiera se movió. Las lágrimas empezaron a asomarse a sus ojos.

¿Qué le estaba pasando? Tenía que salir de ahí.

—Minseok, tranquilízate, no pasa nada. No pienso dejar que te levantes. De momento tienes que quedarte conmigo. Venga, va. Haz lo de la respiración.

—Luhan…

Él lo sujetó con más fuerza.

—Hazlo.

Minseok se dio cuenta de que no iba a soltarlo. Y aunque parte de él se rebelaba contra esa idea, otra parte en su interior se sentía curiosamente tranquilo por eso. Se mordió el labio y desenroscó los dedos de su muñeca.

Ojalá pudiera contener las lágrimas.

—De acuerdo, está bien.

—Muy bien. Ahora respira como has hecho antes. Inspira hondo por la nariz. Sí, así. Aguanta el aire en los pulmones. Ahora déjalo salir por la boca. Como la respiración que se hace en yoga. ¿Has hecho yoga alguna vez?

—Sí.

—Pues es exactamente igual. Deja que el aire llene tu cuerpo y relaja las extremidades. Muy bien.

Él se sentó a su lado y lo acompañó con las respiraciones. Minseok perdió la noción del tiempo que pasaron así. No le importaba. Estaba concentrado en la voz de Luhan, en su propia respiración y en el calor que emanaba de él mientras lo sujetaba. Y, por fin, su cuerpo empezó a relajarse.

—Estoy muy cansado.

—Sí. Tiene ese efecto. Es por este motivo que no quería que condujeras esta noche. Es difícil de entender hasta que lo has pasado.

—Tienes razón. No lo hubiera conseguido. No esperaba… sentirme de este modo. No termino de entenderlo.

—No trates de diseccionarlo ahora.

Minseok suspiró.

—No, no puedo. Apenas puedo pensar.

—Esta experiencia no es para pensar, Minseok. Es para desconectar esa parte analítica de tu mente y sentir sin más.

—¿Esto es lo que haces tú?

—Mi función en esto es distinta. Yo tengo que ser responsable de todo lo que ocurre aquí. Por ti.

Él se detuvo y le apartó el pelo de la frente; eso hizo que se le acelerara el pulso pero no quiso pensar en el porqué.

—¿Te encuentras algo mejor?

—Sí. Creo que sí.

—Te llevaré a casa. A mi casa.

—No. Debería ir a mi casa.

—No pienso discutir por esto.

Minseok se sentía demasiado cansado para discutir de todos modos. Y aunque no le gustaba, no le gustaba nada esa sensación de debilidad, no se veía con fuerzas para contestarle.

Dejó que lo ayudara a incorporarse y a ponerse la ropa. Luego lo llevó de la mano por el club. No era del todo consciente de las cosas que pasaban a su alrededor aunque percibía el ruido de las manos y el cuero sobre la piel, los gritos y los suspiros, el olor del deseo en el aire.

En el vestíbulo, Luhan le puso su chaqueta de piel sobre los hombros y, a pesar de la rebelión que notaba en su interior, inspiró el fragante olor a cuero y a hombre.

«No te pongas muy tontorron por él.»

Era difícil no hacerlo después de lo que acababan de hacer. Y tal vez fuera este el gran peligro; que, de alguna manera, él quedara indefenso. Pero Luhan, ya lo estaba sacando de allí y la humedad del aire fue como un golpe para su sistema. Cuando él lo atrajo hacia sí, no se quejó.

El portero les paró un taxi y Luhan lo ayudó a entrar. Luego se sentó a su lado e inmediatamente lo rodeó con el brazo.

—No hace falta que lo hagas —le dijo Minseok.

—¿Que haga qué?

El taxi cruzó la ciudad en plena noche. Había dejado de llover pero las calles estaban mojadas y oía las salpicaduras que hacían los neumáticos en el asfalto.

—No hace falta que me sujetes.

—Pues claro que sí.

Él parecía sorprendido de verdad.

—¿Porque es parte de tu trabajo?

Se quedó callado un buen rato.

—No.

—Entonces, ¿por qué?

Se hizo otro largo silencio y luego contestó:

—Porque quiero.

Minseok no supo qué decir a eso. Quería discutírselo porque de algún modo le sonaba mal, pero su cerebro medio confundido no funcionaba bien.

Recorrieron la ciudad en silencio; solamente se oía el zumbido de la calefacción y el murmullo de la emisora de radio que escuchaba el taxista, fuera cual fuera. Y la presencia de Luhan; fuerte y cálida a su lado.

El taxi se detuvo delante de una gran casa de estilo Craftsman de dos plantas. La fachada estaba pintada de un tono gris suave y había dos columnas clásicas de piedra a cada lado del porche. No había prestado atención en el trayecto pero reconoció el distrito Haidian. Le sorprendió que viviera allí y no en algún apartamento moderno del centro.

Él pagó al taxista, lo ayudó a salir del coche y luego lo asistió también para subir las escaleras. Abrió con llave la gruesa puerta con paneles de cristal, lo hizo entrar y encendió la luz del vestíbulo.

El interior era cálido. La temperatura y el mobiliario también; este último tenía unos tonos relajantes de color marrón, gris y azul marino. Había sofás mullidos y cómodos y muebles antiguos de madera. En las paredes colgaba todo tipo de arte: cuadros, tallas de madera y máscaras de todo el mundo. Y había libros por doquier: en estanterías empotradas, encima de las mesas y en montones bien alineados en el suelo. Todo era grande y masculino, como el mismo Luhan.

—Te llevaré a la cama —le dijo, mientras le quitaba el abrigo de encima de los hombros.

—¿A la cama?

Entonces Minseok cayó en que se acostarían juntos. No solía pasar la noche con ningún hombre. Con la mayoría de sus parejas sexuales, iba a casa de ellos, tenían relaciones y luego se iba a dormir a su casa. Pero estaba muy cansado. No recordaba sentirse así de agotado en la vida.

—Vamos.

Él lo guio hasta el piso de arriba y cruzaron una puerta que daba a una habitación que Minseok supuso era su dormitorio.

Los muebles de la estancia también eran a gran escala. Había una cama enorme con un cabezal tapizado en ante marrón chocolate. La cama estaba cubierta con un edredón blanco, como el que él tenía en casa. Había también una cómoda alta y en las ventanas había unas persianas de madera oscura. El suelo de madera de roble estaba cubierto con alfombras persas.

Estaba demasiado oscuro para ver las cosas con mayor detalle puesto que solo se filtraba la luz proveniente del recibidor. Sin embargo, estaba tan cansado que lo único que quería saber era que había una cama en la que dormir. Nada más parecía importarle, salvo que Luhan estaba allí a su lado.

No quería que eso fuera importante. No quería que él fuera importante.

«Maldita sea.»

Las lágrimas amenazaban con salir otra vez pero las contuvo.

Debía de estar exhausto. Por eso y por lo de tocar fondo que Luhan le había explicado en el club.

Él estaba justo detrás de él, se le acercó aún más y le puso las manos sobre los hombros.

—El baño es por esa puerta. ¿Quieres ducharte?

Lo de la ducha sonaba genial pero no lograba hacer acopio de fuerzas para dársela.

—Ahora no. Tengo que dormir.

Luhan lo desvistió con unas manos sorprendentemente suaves. Minseok permaneció ahí de pie y dejó que se lo hiciera todo. Apenas era capaz de levantar los brazos para que pudiera quitarle la camisa. No obstante, en todo momento fue paciente con él y lo desnudó como si fuera una especie de muñeca.

Al final se quedó con el bóxer. Él lo llevó hasta la cama, apartó las sábanas y lo ayudó a acostarse.

La cama era cómoda y Minseok se tumbó sobre la suave capa de cutí. Fantástico. Notó la frescura de las sábanas en la piel y se estremeció. Entonces Luhan se tumbó a su lado, desnudo, y le dio calor mientras lo atraía hacia sí y apoyaba su cabeza en el hombro. Notaba su piel lisa y sedosa en contacto con su mejilla.

Notó una sensación extraña en el pecho cuando lo estrechó entre sus brazos, mucho más que cualquier otro hombre en mucho tiempo porque él nunca hubiera permitido semejante cercanía. Hubiera empezado a llorar otra vez pero estaba muy cansado. Ya no podía pensar ni sentir nada. Cerró los ojos y dejó que el sueño lo envolviera.

Luhan estuvo despierto un buen rato en la oscuridad escuchando respirar a Minseok y preguntándose a sí mismo qué estaba haciendo.

No recordaba cuándo había sido la última vez que había traído a una persona  a su casa. En general prefería escenificarlo todo en el club o allí donde viviera la otra persona. Después de una sesión se aseguraba de que volvieran del subespacio con un buen subidón y luego regresaba a casa solo. A veces se tomaba una copa o leía antes de acostarse también. Y siempre dormía a pierna suelta después de una sesión. Aunque el juego no hubiera ido del todo bien, aunque hubiera habido algún roce. Él siempre se aseguraba de resolverlo todo antes de que terminara la noche, para que todo el mundo estuviera tranquilo y se sintiera bien. Era su responsabilidad como dominante.

No le gustaba hacer nada que no le dejara después con una sensación de bienestar, algo positivo. El control del universo o, por lo menos, de su pequeña parte.

Entonces, ¿por qué estaba aquí, en su cama, sin pegar ojo y con una persona entre sus brazos? Una persona con la que ni siquiera había mantenido relaciones sexuales.

¿Y por qué esto último no le molestaba? Una pequeña porción de su cerebro permanecía despierto y se preguntaba qué tenía esta situación de diferente. Por Minseok. Pero el resto de él sentía una especie de paz y satisfacción.

¿Qué era lo que le resultaba tan inquietante?

Lo miró y se fijó en sus largas y oscuras pestañas bañadas en la azulada luz de la luna que entraba por la ventana, a través de un claro en la niebla. Tenía los pómulos más pronunciados que hubiese visto nunca y sus pestañas descansaban en ellos. Tenía los labios entreabiertos; carnosos y muy apetecibles. Durmiendo así, parecía tranquilo, inocente, de un modo que no aparentaba cuando estaba despierto.

No sabía qué nombre darle a ese dolor sordo que sentía en el pecho.

«No le hagas caso. Ya se te pasará.»

Supo en el mismo momento que era mentira, igual que la otra que se había estado repitiendo: que Kim Minseok era una persona más. Se había estado mintiendo desde que lo conoció.

«Joder.»

No podía consentirlo; no podía sentir este apego. Él no era de esa clase de hombres que hacían eso. Nunca. Era clavadito a su padre. No necesitaba a una persona en su vida, igual que su padre. Él estaba bien solo. Esa extraña atracción que sentía por Minseok sería algo temporal. Era tan hermoso, tan increíblemente receptivo…

Minseok se movió sin despertarse y él miró el reloj en la mesita de noche. Los brillantes números rojos indicaban que eran las cuatro y media de la mañana. Minseok rodó hacia él y le pasó una pierna sobre las suyas. Él notó un temblor en el pene.

Se quedó quieto, muy quieto, e intentó respirar con normalidad.

Podría despertarlo, tocarlo, excitarlo y que bebiera los vientos por él, como antes. Y exactamente por lo de antes, se mostraría abierto.

Le dejaría que lo follara.

Pero sabía que, de hacerlo, se acabaría todo para él. Inspiró hondo, luego otra vez, y se dejó llenar por el aire fresco de la noche.

Con cuidado le apartó la pierna. Al tacto, su piel era como el satén.

«Tranquilízate, colega.»

Siguió respirando y centrándose en cómo el aire entraba y salía de los pulmones. Lo repitió hasta que empezaron a cerrársele los ojos, vencido por el sueño.

Incluso mientras se quedaba dormido era consciente del cálido cuerpo que yacía a su lado y el delicado peso del hombre entre sus brazos. El olor de su pelo, como a vainilla. Pero al final el cansancio le venció, cerró los ojos y se durmió.

~°~

 

El sol empezaba a asomarse cuando Minseok se despertó. La habitación estaba envuelta en una especie de neblina teñida de una luz dorada que se filtraba entre las tiras de las persianas. A su lado, el aliento de Luhan era como un suave susurro en la mejilla.

Allí donde su piel había estado en contacto con la suya estaba cálida y al apartarse notó de repente un espacio vacío y frío que le dio impresión. Fue entonces cuando realmente fue consciente de que había pasado la noche con él. No solo con él, sino enredado en sus brazos como si fueran una pareja.

Su mente barajaba imágenes dispersas de la noche en el Pleasure Dome: él tendido sobre su regazo, la tenue luz, el compás erótico y sensual de la música, su mano cayendo con fuerza sobre su piel suave, el escozor, el exquisito placer, su mano entre sus muslos, el enorme clímax… y luego otro.

«Mierda.»

Su cuerpo volvía a vibrar del deseo.

Se dio la vuelta para ver su perfil dormido. Su rostro se componía de líneas muy masculinas y unos labios increíblemente carnosos enmarcados. Las sábanas se arremolinaban en el torso y tenía los brazos y el pecho desnudos. Sus tatuajes le resaltaban en esa tersa piel y le entraron ganas de tocarlos, seguir con los dedos esas líneas intrincadas y sinuosas. Quería acercar los labios y saborearle pero no se atrevió.

Le deseaba. Le deseaba tanto que se había entregado a él la noche anterior y quería volver a hacerlo.

¿Pero cómo era posible? Había sido capaz de reconocer que llevaba tiempo contemplando la idea de practicar esos juegos de poder y de sensaciones pero nunca pensó que lo haría tan fácilmente.

No le gustaba cuestionarse. Era algo que no había hecho desde que perdió a Yixing. Nunca había dejado de culparse si bien, desde entonces, se pasaba la vida tratando de ser mejor persona, comportarse de una forma y llevar una vida de modo que nada parecido pudiera volver a suceder. Y ahora era como si la percepción que tenía de su propia fuerza se hubiera rebajado y eso lo asustaba sobremanera.

En parte tenía que ver con Luhan, con lo imponente de su tamaño, la manera de comportarse que tenía, la forma de hablar con él y con quién era él, claro.

Parecía tan imperioso ahora como cuando estaba despierto. Y su cuerpo respondía exactamente igual que la noche anterior: con un calor y un deseo ardiente que lo empujaban a hacer todo lo que le pidiera.

Cualquier cosa.

El miedo era una sensación punzante, como el deseo que lo embargaba.

Tenía que salir de allí. Tenía que marcharse antes de que se despertara. ¿Antes de que qué?

Antes de que se entregara más a este hombre.

Salió de la cama, encontró su ropa encima del brazo de una butaca de ante oscuro junto a la ventana y salió al pasillo de puntillas. Bajó por las escaleras y se vistió en el vestíbulo. Le resultaba extraño ponerse el atuendo  que llevaba la noche anterior en el Pleasure Dome para salir de esa casa oscura y silenciosa en una mañana fría. Su aspecto físico no encajaba con cómo se sentía.

«Vete y ya está.»

Se puso los zapatos. El corazón le latía a mil por hora al abrir la puerta y salir al exterior.

Había niebla, mucha humedad y hacía demasiado frío para salir sin abrigo, pero ya no lo llevaba la noche anterior. Tenía demasiada prisa por llegar al club. Recordó que Luhan le había dejado el suyo para el trayecto en el taxi. Se estremeció tanto por el recuerdo del olor al cuero y a Luhan rodeándolo con los brazos como por el frío de la mañana.

Empezó a caminar  y se detuvo a varias manzanas, frente a una frutería de barrio que tenía un banco de madera delante. Se sentó, sacó el móvil y llamó a un taxi.

La calle estaba en silencio; al final se le ocurrió mirar la hora en el teléfono. Eran casi las seis de la mañana.

Pensó que Luhan podría enfadarse por irse como lo había hecho. Se enfadaría, seguro. Pero tenía que salir de allí. No sabía cómo mirarle después de lo que habían hecho juntos. Después del modo en que se había entregado a él y había acatado sus órdenes. En aquel momento le había parecido bien. Era natural el modo en que su cuerpo y su mente habían respondido. Pero ahora… ahora sentía vergüenza. No por el hecho de que él le hubiera puesto las manos encima o por que hubiera conocido su cuerpo de una forma tan íntima, sino porque él mismo  se hubiera entregado a él tan fácilmente.

Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro delante del banco, demasiado nervioso para sentarse y estarse quietecito.

¡Ay, la cabeza le daba vueltas! Ya no le encontraba ni pies ni cabeza a nada.

«Piensa.»

Pero, tal vez, por primera vez, pensar no lo sacaría de esa situación.

Siempre se había fiado de su mente y de sus habilidades para solucionar problemas, para ir tirando. Tuvo que hacerlo desde que era un niño; desde que su madre empezó a perder la cabeza y a hundirse en la miseria de su enfermedad. Minseok tuvo que encargarse de todo, gestionar la vida de su pequeña familia. Pero esta vez, las destrezas lógicas y organizativas no lo iban a ayudar.

Hacía años que no se sentía indefenso por nada y no le gustaba.

Pero por lo que respectaba a Xi Luhan, tenía muy poco autocontrol. Y cuando él le hablaba como dominante, su cuerpo y su mente respondían automáticamente como sumiso. Él tenía razón en ese aspecto.

¿Cómo era posible que él mismo no se hubiera dado cuenta antes? ¿Cómo había estado tan ciego en ese aspecto de sí mismo?

«Quizá porque no querías darte cuenta.»

Ahora tampoco quería darse cuenta, de hecho.

El taxi se detuvo delante de él, entró, le dio la dirección al taxista y se recostó en los fríos asientos de vinilo.

Mientras cruzaban la ciudad, Beijing seguía durmiendo, como solía pasar las mañanas de domingo tan temprano. Las tiendas y restaurantes estaban a oscuras, con las ventanas cerradas y las persianas echadas. Las aceras estaban vacías. Hasta las cafeterías estaban cerradas. Había demasiado silencio y así era demasiado fácil sumirse en sus pensamientos.

Cuando llegó a casa encendió la calefacción del apartamento, cambió la ropa que llevaba por un pantalón y camiseta blanca de algodón. Encendió la televisión donde hacían un noticiario matinal mientras él se preparaba un té, y luego se metió en la cama.

Necesitaba dejar el mundo fuera. Las noticias lo ayudarían. Había sido la válvula de escape desde que tenía diez años. Cada vez que las cosas se ponían difíciles en casa —algo que pasaba muy a menudo— él recurría a las noticias del mundo exterior, donde las cosas eran peores y más dramáticas que las que sucedían en casa. Entonces se perdía en los bombardeos de tierras extranjeras, en debates políticos o en crímenes cometidos en lugares en los que nunca había estado. Cualquier cosa que lo ayudara a distanciarse de su vida, de sí mismo. Una vieja costumbre que, de un modo curioso, lo tranquilizaba. Y cuando no podía encender la televisión porque su madre estaba demasiado exaltada, nerviosa o desasosegada, se refugiaba en los libros. Siempre había alguna manera de escapar entre arrebato y arrebato.

Como si fuera el montaje de una película, vio mentalmente algunas escenas de su infancia: su hermano, con tal vez cinco años, encogido de miedo debajo del fuerte que se había hecho con los cojines del sofá mientras su madre, Hyori, tenía uno de sus ataques en la cocina. Ruido de vasos al romperse, sollozos y gritos. Minseok tenía tan solo ocho años pero se metía ahí debajo con Yixing, le cogía de la mano y empezaba a contarle historias: cuentos, fragmentos de libros, cualquier cosa que recordaba o que se inventaba. Después de eso, Hyori estaba agotada y arrepentida. Lloraba y se deshacía en disculpas. Entonces Minseok tenía que consolarla; sentía rabia y culpabilidad al mismo tiempo. Se sentía responsable del bienestar de todo el mundo; del de su madre y del de Yixing.

Notó un nudo en el estómago.

Inspiró y espiró varias veces, y se esforzó por borrar de su mente esas imágenes antiguas que seguían atormentándolo, sobre todo cuando estaba demasiado cansado para evitarlas.

De modo que tuvo que verlas pasar rápidamente por la pantalla mientras iba amaneciendo en el exterior. No había nada que lograra distraerlo, ya fuera del pasado o de los efectos secundarios de su noche con Luhan.

Cogió el mando a distancia y cambió de canal varias veces. Más noticias, reposiciones de comedias antiguas que nunca le habían llamado especialmente la atención. Al final se quedó con una película: Algo para recordar.

En secreto, sentía debilidad por las películas románticas; algo que nunca le había reconocido a nadie, ni siquiera a Zi Tao. Eran reconfortantes, aunque sabía que eran muy poco realistas. Tal vez era por eso que resultaban tan tranquilizadoras. Era fácil dejarse llevar por algo que era totalmente fantasioso.

Le dio un sorbo al té y vio cómo, desde la distancia, Meg Ryan veía a Tom Hanks por primera vez. Reparó en la emoción de su rostro y notó una punzada en el pecho.

Cambió de canal deprisa. Quizá no fuera tan poco realista al fin y al cabo.

Apagó la televisión.

Estaba exhausto. Si pudiera echar una cabezadita se levantaría con la cabeza más despejada. Entonces sabría qué hacer.

Se tumbó en la cama, con la cabeza en la almohada y se subió las mantas hasta la mandíbula. Se estaba caliente en la cama, con el pesado edredón encima.

Sin embargo, no era tan cálida como la piel de Luhan.

«Ahora no pienses en eso. No pienses en nada.»

En la calidez de su piel. En sus palmas, sorprendentemente suaves sobre su piel. En sus dedos avispados. En la dulzura de su boca.

Gimió; su cuerpo palpitaba aún con un deseo que seguía insaciable a pesar de todo. De repente, supo con una dolorosa claridad que así seguiría hasta que volviera a verlo. Hasta que lo tocara. Hasta que lo azotara. Hasta que lo tuviera dentro de él; lo único que de momento Luhan le había negado.

Era una tortura querer algo que sabía que no debería conseguir porque, si permitía que eso sucediera, ya no habría vuelta atrás. Se perdería de una forma irrevocable; la fuerza que había estado acumulando toda la vida se desintegraría por esa necesidad ridícula que sentía por este hombre y por lo que le ofrecía.

«Luhan.»

¿Pero qué le había hecho ya? ¿Y cuánto más le dejaría hacer?

3 Comentarios

  1. Espero el siguiente cap… recién comencé a interesarme en EXO.. así que por eso estoy aquí… y me gusta la trama que le pones, aunque por momentos me parece demasiado romántico… pero bueno, igual me gusta…

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