Cinco

Minseok había hecho exactamente lo que le había pedido Luhan en el correo electrónico que le había enviado. Iba en un taxi de camino al Pleasure Dome vestido como él le había pedido: pantalón de vestir negro, zapatos negros, camisa negra. Debajo llevaba un bóxer también negro. Quería que él quedara tan afectado como él.

No iba a intentar negarlo. ¿De qué servía? No era a la lujuria a lo que se oponía. Eso no había sido nunca un problema para él. Le encantaba el sexo y siempre estaba abierto a explorar sus deseos. Era la idea de ceder todo el control a otra persona. Simplemente no estaba seguro de ser capaz de hacerlo.

Sintió una punzada de pánico en el acto, aunque no hiciera más que imaginarlo.

Estaba lloviendo, como solía pasar en esta ciudad. En la noche, los neumáticos del taxi pasaban salpicando por todos los charcos que surcaban las calles. Las luces de las farolas se reflejaban en el agua y titilaban en tonos plateados. Los escaparates estaban iluminados y teñían la oscuridad de colores.

El corazón era como un martillito que le repiqueteaba el alma.

Seguía sin creerse que fuera a hacer eso.

El viaje terminó pronto, sacó unos billetes del bolsillo y se los dio al taxista. El Pleasure Dome estaba albergado en un almacén reconvertido, como su edificio: cuatro plantas de ladrillo con fachada gris y unos ventanales oscurecidos. Al mirar por la ventana del coche, le pareció imponente. Levantó la vista hasta la azotea, por donde la luna intentaba abrirse paso entre las nubes.

Cuando salió del taxi vio que Luhan lo estaba esperando bajo un paraguas, vestido completamente de negro, y le tendía una mano.

—Estás precioso, como siempre —le dijo, sonriente.

Minseok intentó devolverle la sonrisa pero no funcionó.

Él lo atrajo hacia sí mientras lo acompañaba hacia el gran portón rojo del club. Parecía… posesivo, muy protector, y eso le gustaba.

—No pasa nada. No estés nervioso, Minseok. Yo me ocupo de todo.

—Eso es lo que me pone nervioso.

Él soltó una risita malvada que no lo ayudó a tranquilizarse, precisamente.

Un portero les abrió la puerta y entraron a un vestíbulo oscuro. Luhan se detuvo el tiempo suficiente para quitarse el abrigo y el paraguas y entregárselo a la chica del guardarropa. Minseok no había caído en llevar un abrigo, a pesar del tiempo. Solo llevaba lo que él le había pedido. Qué raro que se le ocurriera ahora. Pero trató de no pensar en eso y en todo lo que eso conllevaba.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra se dio cuenta de que él llevaba la camisa arremangada y se le veían los dragones chinos por la cara interior del antebrazo: negro y rojo en el brazo derecho y negro y dorado en el izquierdo. El dibujo era exquisito, con mucho detalle; las largas colas se le enroscaban en los brazos y las cabezas, con sus lenguas rojas y serpenteantes, le llegaban a la cara interior de las muñecas. Quería mirarlos con más detenimiento, quería tocarlos, pero estar en este sitio completamente nuevo para él era algo demasiado desconcertante.

Oía los compases de la música que provenían de algún lugar. Notaba cómo le reverberaba en el vientre.

—¿Estás preparado? —le preguntó Luhan.

Él asintió.

—Sí, estoy listo.

No estaba del todo seguro de que fuera cierto, pero él ya tenía la mano en la parte baja de su espalda y lo guiaba hacia otra puerta.

La sala era grande. Las paredes estaban pintadas de un color oscuro y alrededor había luces de color ámbar, lila y rojo. Los rincones estaban llenos de sombras y había gente pero no alcanzaba a ver bien qué estaban haciendo. Lo único que distinguía eran parejas y pequeños grupos. Al mirar con más detenimiento vio pantalones y chalecos de cuero, arneses corporales y corsés rojos, negros y blancos. Los hombres y mujeres llevaban collares: algunos eran de cuero, otros de un metal reluciente. Y piel desnuda.

Aquí y allí, había algunos instrumentos apoyados en las paredes. Reconoció los bancos de cuero para los azotes, hechos expresamente para que la persona a la que estuvieran azotando pudiera inclinarse y apoyar las rodillas en una barra inferior acolchada. Había un par de espalderas de madera que la gente usaba en bondage con cuerdas y una cruz de madera en forma de aspa de dos metros que se llamaba cruz de San Andrés. Aunque examinaba la escena con atención, tenía a Luhan muy presente, así como el calor que desprendía su enorme cuerpo, que lo empequeñecía. Ese olor; esa divina mezcla de bosque y de mar… Luhan y el olor a cuero, perfume y sensualidad de la sala.

Temblaba de pies a cabeza. Estaba nervioso por la expectación, por el deseo y por algo más…

—¿Estás bien, Minseok? —le preguntó.

—Sí. Estoy bien.

Él se detuvo, le puso una mano debajo de la barbilla e hizo que le mirara.

—¿En serio?

Él tragó saliva.

—Sí, lo estoy. Te lo prometo. Es que esto… es nuevo para mí. Trato de absorberlo todo. Es distinto a cualquier otro sitio en el que haya estado.

—Lo es. —Le sonrió y bajó la mano.

—¿Dónde vamos?

—Shhh, acompáñame.

Él obedeció; simplemente se limitó a cerrar la boca y tragarse todas las preguntas que le rondaban por la cabeza. No podía creer que estuviera haciendo eso. Que alguien se ocupara de todo, que tomara las decisiones. Salvo la de estar ahí, se recordó. Eso seguía siendo decisión suya.

Fueron al otro extremo de la habitación y se detuvieron delante de un sofá de respaldo bajo tapizado en cuero rojo.

—Siéntate, Minseok —dijo Luhan en voz baja, pero autoritaria.

Él accedió, sin cuestionarse nada. Por eso estaba ahí: para soltarse de una vez por todas. Para explorar esto.

Luhan se sentó a su lado y pasó un brazo por el respaldo del sofá. Lo notaba rozándole la nuca. Olía muy bien y tan solo ese olor lo mareaba.

—Nos dedicaremos a mirar un rato —le dijo con la cara muy cerca de la suya—. Quiero que te relajes, que lo absorbas todo como tú has dicho. Y mientras observas, controla tu respiración, mantenla lenta y regular. ¿Lo entiendes, Minseok?

Él asintió, absorto en la habitación y las figuras que se contoneaban. Ahora que sus ojos se habían ajustado a la oscuridad, veía mejor.

—Minseok.

—¿Qué?

—Mírame.

El tono autoritario lo sobresaltó y giró la cabeza. Tenía el pulso acelerado y se notaba el latido en las venas. Quería discutírselo pero lo que leyó en su expresión le dijo que no lo hiciera.

Nunca se había sentido acobardado por nada o nadie en la vida. Pero no era eso solamente. Le estaba pasando algo; era como si se le estuvieran activando unos mecanismos en la cabeza. No lo entendía.

—Sé que esto es difícil para ti —dijo—, pero tienes que esforzarte por entregarte. Entregarte a mí.

—Sí —susurró él con un nudo en la garganta. Parecía que no podía inspirar el aire suficiente para hablar con normalidad.

—Aquí habrá unas reglas. Cuando empecemos ya no podrás hablar a menos que yo te pregunte, o que haya algo apremiante que quieras decirme. Y con lo de «apremiante» me refiero a si crees que tu bienestar mental o físico se ve comprometido. Si sientes que estás en peligro de verdad. Estar un poco asustado no es motivo suficiente. Espero que tengas algo de miedo. Sinceramente, no estaría haciendo bien mi trabajo si no lo tuvieras en algún momento u otro.

Minseok le miró y se le puso en blanco la mente a una velocidad vertiginosa. No le gustaba esta sensación de tener los brazos y piernas de goma; esa sensación de debilidad.

—¿Me oyes, Minseok?

—Sí, te oigo.

—¿Pero?

—Pero… no sé si podré hacerlo.

—Puedes. Lo noto en tu interior. Lo he notado desde que nos conocimos y no me hago el fanfarrón. Me he pasado muchos años aprendiendo estas cosas.

—Lo sé. No es de tus habilidades de lo que dudo precisamente.

Él le puso una mano en el muslo y Minseok notó un hormigueo eléctrico hasta en los huesos.

—¿Por qué dudas de ti mismo? —le preguntó.

Lo miraba con dureza. El color de sus ojos se había oscurecido y sus pupilas estaban dilatadas en la penumbra.

—Siempre me he considerado bastante sofisticado sexualmente. He tenido muchas experiencias. No es por… alardear. Pero… pensaba que podía controlar esto. Que sería fácil. Pero ahora que estoy aquí… Joder, es que apenas puedo reconocértelo a ti. O a mí mismo. Me siento tonto y no me gusta.

Estaba temblando.

—No hay razón para sentir que no puedes reconocer que tienes miedo o estás inseguro.

—Pero así me siento. Aunque sea la respuesta habitual que tiene la gente cuando vienen por primera vez. Es por… mí. Y no sé… si podré quedarme. —Al decirlo se notó el corazón latiendo con fuerza y le entraron ganas de escapar. Necesitaba huir—. Luhan, tengo que irme, en serio. No puedo hacerlo.

Se incorporó pero tenía las rodillas tan débiles que apenas podía tenerse en pie.

A su lado, Luhan se levantó, lo rodeó con un brazo y apoyó su mejilla contra la suya. Minseok intentó apartarse pero él no lo dejó.

—Minseok, cálmate, puedes hacerlo. Estás bien.

—No lo estoy.

Quería echarse a llorar pero no lo haría. No lloraría.

—Sí lo estás. Estás conmigo. Yo me encargo de todo.

¿Cuándo le había dicho eso un hombre? ¿Y hubiera confiado en cualquier otra persona si se lo hubiera dicho? Pero confiaba en Luhan, a pesar de que apenas le conocía. A pesar de él mismo. A pesar de su necesidad de controlarlo todo. No sabía qué pensar.

Quizá no hacía falta que lo hiciera.

—Venga, Minseok. Estás bien —le dijo en un hilo de voz, casi un susurro.

Minseok se dejó sentar en el sofá. Esta vez él le rodeó la cintura con el brazo para tenerlo a su lado. Al cabo de un momento, su aroma, su tacto, consiguieron tranquilizarlo. Con los sentidos embargados por él, el resto de cosas —sus miedos, su necesidad de estar a cargo de todo— empezaron a desaparecer y su deseo tomó los mandos.

—Mira lo que hacen los demás —le dijo al oído; su aliento era cálido en contacto con su piel—. Mira qué bellos son todos. No importa el aspecto. Lo que importa es el don de la confianza y la energía que intercambian. Esa es la parte más hermosa. De esto se trata, Minseok.

Él miró al otro extremo de la estancia: había una mujer desnuda inclinada sobre uno de los bancos para azotes. El pelo rubio le llegaba por las mejillas y el hombre que estaba a su lado le apartó un mechón de la cara y se agachó para besarla antes de ponerse detrás y acariciar la curva de su trasero con las manos. Había ternura en la manera que tenía de tocarla, incluso cuando empezó a azotarla.

Minseok sintió el deseo entre sus muslos.

¿Era eso lo que quería?

Se dio la vuelta para mirar a Luhan. Tenía los ojos brillantes, como anhelosos. Pero también había un control absoluto.

Sí, podía confiar en él. Sin embargo, aún no estaba seguro de poder confiar en sí mismo. Pero lo haría.

Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

—De acuerdo, está bien. ¿Podemos… empezar ya?

El rostro de Luhan no perdió la seriedad.

—Siempre puedes decidir parar, Minseok. Es lo bonito de todo esto: la seguridad que hay. Depende de ti.

Minseok asintió.

Él sonrió.

—Pues empecemos, entonces.

Luhan le cogió la mano y notó que le temblaba. No quería que tuviera miedo, en realidad. No obstante, un poquito de miedo, algo de expectativa, era un reto que siempre saboreaba. Lo llevó a un rincón oscuro de la sala, a una silla grande tapizada de cuero rojo con un gran asiento pero sin brazos. Junto a ella, dejó un bolsón negro en el que llevaba los instrumentos de BDSM: palas, varas, látigos, esposas.

—¿Qué es esto? —preguntó Minseok, mirando la silla.

—¿Querías algo más extremo para tu primera experiencia? —repuso él, tomándole un poco el pelo. Ya conocía la respuesta.

—No lo sé.

Minseok tenía el semblante muy serio. Luhan veía incluso cómo tensaba el músculo de la mandíbula. Trataba de racionalizar todo el asunto. Al final tendría que aprender que eso no funcionaba en este campo. Tenía que conseguir que dejara de accionar los engranajes de su cabeza. Tenía que desarmarlo.

—No te preocupes. Yo sí lo sé. Ahora quítate la ropa.

—¿Qué?

Dio un paso atrás y eso le hizo sonreír. No pudo evitarlo.

—Vamos, Minseok. ¿No pensarías jugar vestido?

—°—

El rostro de Minseok no registró sorpresa alguna. Solo fue la impresión de darse cuenta de que le estaba pasando de verdad. Se quedó callado durante un rato y luego, sin mediar palabra, se quitó la camisa por la cabeza. Siguió mirándole pero sus ojos ya no eran de su frío color habitual. Se estaba fraguando una tormenta a pesar del silencio, de la firmeza de su boca y del aire tozudo que tenía por la postura de los hombros. Sin embargo, eso formaba parte de su proceso. Ya se lo esperaba de un hombre que tenía esa tendencia a controlar. Y eso lo hacía más atractivo a sus ojos: por la batalla que sabía que se estaba librando en su interior. Por haber accedido a hacerlo.

Luhan se cruzó de brazos y esperó mientras él se desabrochaba el pantalon y lo dejaba caer al suelo. Tampoco le dijo nada cuando le dio toda la ropa que se quitaba. Estaba demasiado ocupado mirándolo; absorto por sus piernas. Por esa elegante ramita con flores de ciruelo tatuada en la parte derecha de su cadera. El diseño era delicado y sinuoso, como él. Las flores eran blancas y tenían el borde difuminado en rosa. Una imagen muy inocente en un cuerpo en el que quería hacer cosas muy sucias.

«Está increíblemente bueno.»

Minseok levantó un poco la barbilla en señal de desafío y él apretó la ropa que tenía entre las manos. Olían como él; a puro hombre. Sin dejar de mirarlo, se acercó la camisa a la cara e inhaló con fuerza. Al ver que Minseok se ruborizaba, sonrió.

Este hombre no tenía ni idea de lo receptivo que era. Pero él se lo vio y supo que eso sería bueno.

—Minseok —le dijo en voz baja—, quédate aquí mismo. No te muevas.

Colgó su ropa en una hilera de ganchos que había en la pared y se arrodilló para abrir el bolsón con los juguetes. No obstante, no tenía pensado utilizar ninguno aún. Era su primera vez en el club y cualquier persona que quisiera introducirse en el BDSM tenía que hacerlo poco a poco. La lentitud dependía de cada uno y la verdad era que con Minseok las cosas estaban yendo bastante deprisa. Pero no le importaba verlo retorcerse con cada objeto que sacaba y colocaba encima de una mesa baja de madera junto a la silla: un azotador ancho de piel hecho de dos piezas planas de cuero, una paleta de madera, una fusta corta, un látigo enrollado de dos metros de largo de color negro y blanco, un guante con pequeños pinchos y una vara de metacrilato. Eran sus piezas de aire más malévolo.

Minseok tenía los ojos abiertos y las pupilas dilatadas pero permaneció callado. Él posó la mirada en sus pezones pequeños. Mientras observaba vio que se le estaban endureciendo.

«Unos pezones perfectos.»

Tuvo que hacer caso omiso de la erección que le crecía entre los muslos.

«Concéntrate.»

Volvió a mirarlo a los ojos.

—Ven aquí, Minseok.

Él dio un paso trastabillante al frente y se detuvo. Luhan le pasó una mano por la  cintura y lo atrajo hacia sí. Sobresaltado, Minseok soltó un grito ahogado.

—Si tenemos que trabajar juntos tienes que aprender a seguir las instrucciones. Si te resistes, no habrá manera.

Tenía la respiración acelerada.

—Lo sé, pero es que no puedo evitarlo.

—Ya se te pasará esta etapa inicial de pánico. Haz lo que te diga y listos. Confía en mí.

Él asintió.

—Dilo.

—Ha… haré lo que me digas. Confío en ti, Luhan.

Aún había un deje de renuencia en su voz, pero así estaba bien. Pronto superarían esa fase.

Mientras, el calor de su cuerpo le estaba enloqueciendo, le distraía.

«Céntrate.»

Él la atrajo aún más, se sentó en la silla y lo sentó a él en su regazo, con la mano en su cintura. Tenía la piel como el satén; pálida y suave. Notaba el calor de su sexo a través de los pantalones.

Le acarició la mejilla con las yemas de los dedos y luego le mesó el cabello; hundiendo los dedos en su cabellera. Era tan sedoso…

—Solo respira, Minseok. Intenta relajarte. Escucha mi voz…

Minseok asintió con la cabeza.

—Cierra los ojos.

Él obedeció sin rechistar.

—Quiero que te concentres. Piensa en cada respiración. Solamente en tu respiración. En mi voz. En mi mano en tu pelo. En nada más.

Su sexo estaba cada vez más caliente; entonces supo que ya lo tenía a punto, lo entendiera él o no. Y se notaba la polla cada vez más dura; le latía del deseo.

—Inspira y aguanta la respiración unos segundos —le dijo—. Bien. Ahora expulsa el aire poco a poco. Otra vez. Mientras respiras, siéntelo en todo el cuerpo. En los pulmones, el estómago, brazos y piernas. Y nota mis manos encima de ti.

Le acarició la espalda hacia arriba y luego hacia abajo otra vez, notando los delicados huesos de su columna vertebral, sus omóplatos, su fino cuello. Tenía la constitución de un bailarin; su cuerpo era esbelto, ágil y tonificado.

«Perfecto.»

—Muy bien, Minseok. Respira. Concéntrate.

Bajó la mano hasta rozar el ribete de sus boxers. Minseok siguió completamente quieto mientras él introdujo los dedos bajo la tela justo donde empezaban a curvarse sus nalgas para acariciarlas.

Permaneció allí un rato, dejándolo respirar y acariciándole la piel, que se volvía cada vez más caliente. Pero por fin se estaba tranquilizando. Lo notaba en sus músculos, que se relajaban, y en su respiración, que empezaba a ser más regular.

Sus mejillas seguían estando pálidas pero tenía los pezones duros e hinchados y  más oscuros.

«Necesitaba tocarlos. Saborearlos. Tenía que saborearlo a él también.»

Lo atrajo hacia sí y bajó la boca hacia la suya.

Tenía los labios suaves y ligeramente entreabiertos. Mientras pasaba la lengua por su carnoso labio inferior, sus labios se abrieron para él y entró.

La lengua de Minseok fue toda una impresión, de lo cálida y húmeda que era. No esperaba este impacto de deseo que le cortó como un cuchillo. Quería darle un beso sencillo y ligero, para que sintiera el roce de sus labios un momento. Pero el deseo se apoderó de él y se perdió en su boca.

Él gimió y Luhan notó su cálido aliento. Él la inspiró y la exhaló, y Minseok le rodeó el cuello con los brazos. Era muy dulce. Él lo besó con más fuerza y Minseok le devolvió el beso con la misma intensidad hasta que ambos se quedaron sin aliento.

Se notaba la polla dura entre los muslos. Era una tortura.

Introdujo las manos en su pelo y le acercó el rostro, que apresó con fuerza entre sus manos. No podía hacerlo de ninguna otra manera con él.

Minseok introdujo la lengua en su boca con frenesí; su cuerpo pegado al suyo y torso contra  torso. El deseo le quemaba, le abrasaba por dentro y hacía que su mente lo obviara todo salvo su nombre.

«Minseok.»

Minseok se movió en su regazo; la cadera le rozaba el pene. Luhan estaba a punto de explotar, de correrse como un adolescente.

«Joder.»

Se apartó.

—¿Luhan?

Minseok tenía las mejillas encendidas y los ojos muy brillantes.

Él tuvo que detenerse un momento para tomar aire y llenar los pulmones. Tenía que pensar.

Se le había puesto muy dura, con su cálido cuerpo encima y su deseo escrito en su hermoso rostro. Satisfacer sus deseos era su responsabilidad. El suyo era un calor que le martilleaba en la ingle y que a duras penas podía controlar. No estaba acostumbrado a algo así. A lo extremo que era todo: el calor, el deseo y la lujuria animal.

Pero podría controlarlo, se recordó. Siempre lo había hecho. Simplemente tenía que coger las riendas, dejarlo a un lado de momento y darle a él lo que deseaba. Era su trabajo y lo hacía muy bien.

Le puso una mano detrás del cuello y apretó un poco. La confusión le torció el gesto.

—No digas nada, Minseok.

Por un momento pareció que iba a decir algo pero luego cerró la boca.

—Buen chico.

A Minseok le recorrió un escalofrío al oír esas palabras.

Ah, este hombre sería el sumiso perfecto. Tenía una combinación irresistible de fuerza y fuego, así como una respuesta sumisa natural.

Él lo apretó un poco más fuerte, simplemente sujetándolo, en señal de control. Era algo físico que parecía tener siempre un efecto psicológico en cualquier persona con tendencias sumisas. Y con Minseok funcionaba a las mil maravillas.

Siguió mirándolo a los ojos mientras introducía su otra mano entre sus muslos y lo hacía abrirse de piernas.

Su boca formó una «O» pero no dijo ni una palabra.

Él movió las manos entre su jugosa piel y encontró el calor a través de los boxers.

—Dime que lo deseas —le ordenó.

—Sí… Lo deseo.

Encontró el ribete de la prenda y pasó los dedos por debajo. Él gimió pero mantuvo los ojos abiertos y fijos en los suyos mientras él acariciaba su miembro hinchado entre los muslos.

Estaba increíblemente mojado. Empapado. Sería su perdición tocarlo así y no hacer nada con los insistentes latidos de su verga. Pero lo haría de todos modos.

Llegó a su sexo, desliso un dedo en la punta y su dedo permanecio allí un momento. Estaba muy caliente. Entonces bajo la otra mano hacia los testiculos y lo pellizcó.

—¡Oh!

A pesar de todo, su mirada no vaciló.

Tiró suavemente de la piel y le dio un breve masaje. A Minseok se le aceleró la respiración hasta que empezó a jadear y abrió la boca. Cuando le introdujo dos dedos él dio un grito ahogado.

Notó una contracción en la polla.

Su interior era como de terciopelo y cálido ; su polla quería entrar.

«Contrólate.»

Inspiró hondo y le introdujo los dedos con fuerza. Minseok se retorció en su regazo y eso le hizo estremecer. Pero estaba concentrado en él, en la mano que tenía en su interior, cada vez más adentro, hasta que supo por sus gemidos que le había encontrado el punto G.

—Córrete para mí, Minseok.

Y lo hizo. Así de simple. Su sexo se contrajo alrededor de sus dedos, mientras arqueaba la espalda. Su polla vibraba del anhelo y tenía las pulsaciones aceleradas.

«Ah, joder… Luhan…»

Minseok se mordió el labio y eso fue demasiado bueno para resistirse. Se le acercó y cogió esa suave piel con los dientes y la mordió, luego le separó los labios con la lengua. Se estaba corriendo; le jadeaba en la boca y pudo absorberlo todo: su placer, sus suspiros, el aroma de su deseo en el aire.

Minseok seguía temblando cuando él se apartó y lo puso boca abajo en su regazo.

—¿Luhan?

Se puso tenso.

—Shhh. Es hora. Es por eso que estamos aquí. Estás listo.

—Luhan… No. No puedo…

Minseok forcejeaba para incorporarse pero él lo sostuvo con firmeza.

—¿Me estás diciendo «rojo»? ¿Quieres usar la palabra de seguridad para salir? Si es así, dejaré que te incorpores, te ayudaré a vestirte y nos iremos de aquí. ¿Es lo que quieres?

—Yo… no.

Él apenas podía soportar hacerlo, sujetarlo así. Azotarlo. Solo haría que se le pusiera más dura y le resultaría más difícil controlarse. Ninguna persona había puesto en jaque su autocontrol como Minseok. Pero él podía aguantar. Lo haría y punto. Quería tocarlo más que cualquier otra cosa en el mundo en ese momento.

—¿Nos quedamos, Minseok?

—Sí.

Notó que su cuerpo cedía y con eso bastaba. Le apartó los boxers , que recogió entre sus nalgas para dejarlas desnudas. Pasó las palmas de la mano por la piel sedosa, acariciándolo con delicadeza. Al final, él se relajó en su regazo. Perfecto. Tanto como la curva de su trasero desnudo.

Él empezó a darle ligeros golpecitos con los dedos, lo suficiente para que Minseok lo notara. Prestó atención a su respiración por si oía alguna señal de pánico, pero de momento estaba bien. Lo azotó un poquito más fuerte; esta vez, el golpe hecho con la palma de la mano hizo ruido. Su respiración no cambió pero la piel se volvió más cálida y se tiñó de rosa.

—¿Estás bien, Minseok?

—Sí.

Él seguía tranquilo y cálido; sabía que estaba a punto de entrar en el subespacio, quizá lo había alcanzado ya cuando le introdujo los dedos, antes de que se corriera.

Volvió a notarse un pinchazo en la verga, que ya estaba hinchada.

«No pienses en eso ahora. Concéntrate.»

Le dio un azote más fuerte mientras, con la otra mano, seguía sujetándole el cuello con firmeza. Sabía que ahora sentía algo de dolor. También sabía que el deseo de su cuerpo podía convertirlo en placer si él sabía llevarlo bien.

Y era lo que pretendía.

Se detuvo para acariciar su piel rosácea y sonrió para sus adentros al verle el rubor. Pasó los dedos por las nalgas y le dio unos pellizcos en la parte inferior. Él se movió pero seguía respirando con normalidad. No había ni una pizca de tensión en sus músculos. Sabía que, de poder verle la cara, tendría las pupilas dilatadas y las mejillas sonrosadas.

—Minseok, ¿estás conmigo?

—Sí.

—Ahora te azotaré de verdad.

Él gimió y luego dijo:

—Sí…

—Buen chico.

Luhan levantó la mano y la bajó de golpe sobre una de las nalgas. Minseok dio un grito ahogado pero no se movió.

—Perfecto, Minseok. Inspira y expira como te he enseñado antes.

Él esperó hasta que Minseok inspiró hondo y luego volvió a dejar caer la mano sobre su trasero.

—¡Ah!

—Bien, Minseok. Tú puedes.

Le volvió a dar un azote en el trasero, que se tornaba de un rosa muy bonito. Y él lo aguantaba bien.

«Qué hombre más hermoso.»

Le estaba volviendo completamente loco.

Entonces empezó a marcar un ritmo; la mano subía y bajaba al compás de la música que sonaba de fondo. No existía nada más. Solo la música, la línea perfecta de su trasero y el punzante deseo que apenas lograba contener pero que, de algún modo, pudo refrenar.

«Por él.»

—Luhan… —dijo él en una voz baja y entrecortada.

Él se paró.

—¿Qué pasa?

—Necesito… correrme otra vez.

Dios mío. Este chico era impecable. Increíblemente impecable. Era valiente y muy sincero en cuestiones sexuales y eso le calaba hondo.

Él le había calado hondo.

Algo así no le había pasado en la vida. Él mismo no había permitido que sucediera. Pero Minseok…

Era perfecto. Y sabía que podría suponer el fin del control que se había pasado la vida perfeccionando.


Sorry por la demora

Diganme si hay algun error de cualquier cosa que se me pudo haber pasado

3 Comentarios

  1. Me fascina esta adaptación con estos dos personajes *o* gracias por subir este capítulo, espero el proximo ^^

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