Cuatro

lu1

Luhan estaba sentado a la mesa de roble de su despacho, mirando la pantalla del ordenador. Llevaba desde primera hora de la mañana queriendo escribir algo, tratando de organizar el trabajo que tenía entre manos y darle algo de coherencia, pero se le iba la cabeza. Se inclinó hacia delante y trató de leer la página que acababa de escribir, pero se le juntaban las palabras.

Apenas había dormido. Se había despertado a las cinco con los ojos somnolientos y enrojecidos. Hacía días que no dormía bien. Había intentado volver a dormir por la mañana, pero después de estar ahí tumbado en la cama, pensando en Minseok durante una hora, se había levantado, se había duchado y había vuelto a llegar al orgasmo bajo el chorro de agua caliente.

Se notaba el pene erecto, duro.

Esto era cada vez más ridículo. Desde que lo había conocido se había masturbado cada día, varias veces al día. Y había empeorado desde que mantuvo la conversación telefónica de la noche anterior. Era demasiado excitante hablar con él sobre sus deseos. Igual que lo fue oír la rabia en su voz e imaginarse cómo se las apañaría para aplacarlo. Había tenido erecciones nocturnas constantes, como si estuviera en un anuncio de Viagra maquiavélico.

Joder, ese hombre era como una especie de diablito que también invadía sus sueños y demasiados despertares también. No veía el momento de ponerle las manos encima. De acabar con esas peleas y apagarle la rabia que llevaba dentro.

Atarlo.

Azotarlo.

«Oh, sí.»

El pene se le empinó de solo pensarlo.

Tenía que controlarse.

Tenía que controlarlo a él también.

Gimió.

«Necesito verlo.»

¿Por qué luchaba contra esa sensación? Cuando quería algo, lo hacía y listos. ¿Por qué debería ser eso distinto?

Quizá porque verlo antes de la fecha convenida iba contra su protocolo habitual. Alteraba el patrón de la relación dominante/sumiso, por muy casual que fuera la conexión.

Y a él, esto no se le antojaba muy casual.

Joder. Lo llamaría. No pasaba nada por sorprenderlo, de todos modos. Y revolucionarlo un poco.

Sintiéndose que controlaba más la situación, cogió el teléfono móvil y marcó su número. Notó su respiración al otro lado del teléfono al descolgar.

—¿Luhan?

Ah, sí. Esa encantadora voz entrecortada.

—Minseok. ¿Qué tal va la mañana?

—Son las ocho.

—Exacto.

—¿Siempre llamas a la gente tan temprano?

—¿Estabas durmiendo?

—No, pero… da igual.

—Quiero verte, Minseok. —No le importaba el tono algo hosco de su voz. Cogió un bolígrafo, le dio unos golpecitos en el borde del escritorio y al darse cuenta de lo que estaba haciendo, paró en seco.

—¿Quieres verme ahora?

«Sí.»

—Esta noche.

Hizo clic en la parte superior del bolígrafo y dejó que el trocito de metal se le hincara en el pulgar, a la espera de su respuesta.

—¿Por qué esta noche?

Se le resbaló el bolígrafo de las manos pero al agacharse a recogerlo, este cayó al suelo haciendo ruido.

«Mierda.»

—¿Tienes que cuestionarlo todo, Minseok?

¿Y él? No quería pensar demasiado en lo que fuera que le estuviera pasando. Solo quería verlo, joder.

—No… supongo que no.

—Quedamos a las siete en el Black Sesame Kitchen en Dongcheng. ¿Sabes dónde te digo?

—Sí, lo conozco.

—No llegues tarde.

—Nunca llego tarde.

Captó un deje de terquedad en su voz, pero no le estaba rebatiendo nada en ese momento. Él se recostó en la butaca frente a su mesa y notó cómo se le relajaban los músculos.

—Y, Minseok, deberás ir vestido de negro. ¿Tienes un traje negro?

—¿Y qué hombre no lo tiene?

Por el tono no distinguía cómo se tomaba eso de que le dieran órdenes, pero ya se ocuparía de eso más tarde. Ahora mismo no le importaba todo lo que debería.

—Entonces nos vemos esta noche.

Él suspiró.

—Está bien. De acuerdo.

Sí; había algo de fuego en su interior, pero eso ya se lo esperaba. Disfrutaba de eso.

—Hasta esta noche, pues.

Colgó sin darle opción a responder. Sentía cómo empezaba ya la irritación, la lucha. Lo dejaría macerar durante el día y le permitiría también que se fuera tranquilizando solo. ¿O quizás estaría hecho una furia cuando lo viera? Iría bien de cualquiera de las maneras. Parte de su tarea como dominante era provocarlo y sacarle algún tipo de respuesta. Y si se iba a rebelar contra este proceso —algo que era habitual en él— sería mejor abordar el problema lo antes posible.

Seguro que disfrutaría de la pelea, de verlo forcejear. Y aún se regodearía más del momento en que finalmente cediera. Era demasiado, quizá. Pero él también tendría que abordar el asunto. Tenía que sacarse esa sensación extraña de encima. Con Minseok. O con otra persona. Eso no importaba, ¿no?

¿Sí o no?

Nunca antes había importado y ahora no iba a empezar a colgarse por un hombre. Esta atracción malsana hacia Kim Minseok era solo eso y nada más.

«Sácate esta sensación de dentro. Trabájatela y listos.»

Esta noche la dedicaría a conocerlo, porque cuanto más pudiera meterse en su cabeza, más fácil sería conseguir que cediera. Era complicado. La dinámica de juego y poder sería más efectiva cuando tuviera una idea mejor de cómo funcionaba su mente. Era tan claro y sencillo como eso.

Sacudió la cabeza y volvió a centrarse en la pantalla del ordenador. En el fondo sabía que se estaba mintiendo.

~°~

Minseok salió del taxi frente al Black Sesame Kitchen y cerró dando un portazo. Llevaba todo el día mosqueado.

Se alisó los pantalones marrones con las manos y se recolocó la chaqueta de piel color caramelo.

Lo tenía claro si pensaba que se iba a poner el traje negro.

Abrió la puerta del restaurante un poco más fuerte de lo necesario. En su interior encontró la sencilla elegancia asiática; unas paredes rojo oscuro que contrastaban enormemente con las mesas lacadas en negro y los delicados ramilletes de orquídeas blancas en los jarrones altos y finos.

Lo vio de inmediato. Estaba apoyado en la barra con una copa en la mano. Era grande y apuesto —no, la palabra «apuesto» no era lo bastante fuerte para describirle—. Llevaba pantalones negros y una camisa oscura que se le ajustaba al torso musculado como si se la hubieran hecho a medida. Quizás era así. No era posible que una camisa quedara tan bien encima de esos enormes y anchos hombros y bien lisa y ajustada alrededor de su estrecha cintura. Pero por muy guapo que estuviera, su aspecto no le quitaría el enfado con el que había llegado.

Él sonrió al verlo. Su sonrisa estaba cargada con un cierto aire de engreimiento y eso le hizo hervir la sangre, aunque su cuerpo ardía de deseo. Sofocó ese anhelo, asintió y se fue derecho a él.

—Hola, Luhan.

—Así que vienes pero antes has querido asegurarte de hacerme saber que no te voy a mangonear, ¿es eso?

Él levantó la barbilla.

—Sí. Eso es, exactamente.

Él sonrió.

—Estás muy guapo, Minseok.

No se lo esperaba, pero se negaba a ser un pelele y quería que le quedara bien clarito.

—Tal vez forme parte del ritual con las personas con las que juegas en el club, pero yo no soy ningún esclavo. Y mi incursión en esta rama de la perversión no significa que esto haya cambiado. No me interesan estas cosas.

Él siguió sonriendo, algo que a él se le antojó perturbador.

—Esto es lo que estamos haciendo ahora. Hacernos una mejor idea de lo que te interesa. ¿Nos sentamos a una mesa?

—Yo… sí.

No sabía qué más decir y se sintió tonto por lo que acababa de soltarle. ¿Por qué no podía tranquilizarse?

Luhan hizo un gesto majestuoso con la barbilla y la camarera apareció de la nada. Era una muchacha delgada y atractiva con una melena morena brillante. Sonrió a Luhan pestañeando rápidamente. A Minseok no le sorprendía y tampoco podía culparla. Luhan debía de ser el hombre más atractivo del restaurante, con esa sonrisa encantadora y libertina.

Dios mío, ¿acababa de pensar en la palabra «libertina»?

Sacudió la cabeza mientras seguía a la camarera hasta su mesa; Luhan iba unos pasos atrás. Juraría que sentía el calor de su cuerpo imponente.

Él se inclinó hacia él y le susurró:

—De hecho no esperaba que llevaras el traje negro. Tú no.

Él se dio la vuelta para fulminarle con la mirada, incrédulo, pero él se limitó a sonreírle mientras lo ayudaba a quitarse el abrigo y se lo colocaba en el respaldo de la silla, justo antes de apartarla. Luego, se sentó enfrente.

—Tomaremos té verde con jazmín —le dijo a la camarera sin dejar de mirar fijamente a Minseok. Sus ojos despedían una intensa luz miel en la penumbra del local.

—Me sorprendes —dijo él.

—¿Ah, sí? ¿De qué forma?

—Todas estas buenas maneras: me apartas la silla y te acuerdas del té que me gusta.

—Que sea dominante no quiere decir que sea un capullo, al contrario de lo que piensa la gente. Y yo nunca me ajusto a la creencia popular.

—Ya, seguro que no.

—Ni tú.

—¿Qué quieres decir? —Tocó el dobladillo del jersey de angora de color crema.

Él se encogió de hombros.

—Eres escritor de novelas eróticas. Hay personas que seguramente tendrán ideas preconcebidas sobre en qué tipo de persona te convierte eso.

—Posiblemente. ¿Y en qué tipo de persona me convierte eso?

Él se inclinó hacia delante, mirándolo a los ojos. Atravesándolo con la mirada. Él se movió, incómodo. Estaba deseoso de escuchar su respuesta.

—Creo que en una persona que es más abierto de mente en temas sexuales que una persona normal. Tal vez te convierte en un hombre más abierto en general, aunque no creo que te lo apliques tú mismo.

—No entiendo qué quieres decir.

—Quiero decir que creo que te juzgas más severamente de lo que tú juzgas a los demás.

—Eso seguro. ¿Pero no le pasa a todo el mundo?

—Sí. En eso tienes razón.

—¿Incluso tú?

Él sonrió; tenía los dientes blancos y resplandecientes parecía pícaro, incluso al sonreír. Y como siempre, él se quedó obnubilado.

«Mierda.»

—Incluso yo —dijo—. Mira, ya está el té.

Para su sorpresa, una vez más, él cogió la tetera y sirvió el té, tras lo cual le dio a él la tacita roja y blanca. Minseok la cogió y aprovechó para calentarse los dedos.

—Gracias.

—De nada.

No conseguía descifrar a este hombre. Y él tenía razón: él tenía ideas preconcebidas acerca de lo que era ser dominante sexual. Unas ideas que tendría que desechar y volver a empezar.

Ojalá no tuviera que controlarlo todo él siempre. O él…

Se rio.

—¿De qué te ríes? —preguntó él.

—Nada, es que empiezo a entender algunas cosas —reconoció—. Estoy reajustando mi manera de pensar y no es que me guste.

Él se recostó en la silla y le dio un sorbo al té.

—Vaya, exactamente lo que pretendía conseguir.

Él suspiró.

—Otra vez vuelves a hacerlo —musitó.

Él se quedó callado un momento, escudriñándolo, y Minseok notó que se le encendían las mejillas bajo su atenta mirada.

Luhan levantó su tasa humeante, la sopló un momento, le dio un sorbo y luego la volvió a dejar en la mesa. Cada pequeño movimiento parecía estudiado. O quizás era simplemente que él esperaba que le dijera algo; ese estudio pormenorizado lo estaba poniendo nervioso.

—¿Pretendes ser un gran reto para mí, verdad, Minseok?

—Yo no pretendo nada.

—¿Ah, no?

—Soy quien soy.

—¿Y quién eres?

—¿Estás siendo condescendiente?

—Rotundamente no. Solo quiero conocerte. Es parte de mi trabajo, por decirlo de algún modo. Pero quiero conocerte de verdad. ¿Te parece bien?

Se inclinó hacia delante otra vez y le cubrió la mano con la suya. Su mano era grande, cálida, y ese calor pasó a su piel del mismo modo que el de la taza de té. Minseok se deshizo por dentro.

—Sí. Claro. No sé por qué estoy tan combativo. O tal vez sí lo sepa, pero de todos modos es de mala educación y lo siento.

—No pasa nada. Volvamos a empezar. Simplemente relájate, habla conmigo. ¿Por qué no me cuentas algo de ti?

—¿Qué te gustaría saber?

—Empieza por el principio.

—Bueno…

Se dio cuenta de que su mano seguía sobre la suya y eso le hacía difícil pensar. Bajó la vista hasta sus manos, luego a su rostro. Él esbozó una sonrisa y apartó la mano como si lo hubiera entendido.

—Empieza por tus novelas, Minseok. Me gustaría saber un poco más acerca de tu trabajo.

Él bajó las manos hasta el regazo y flexionó los dedos, notando el calor que él le había dejado.

—Llevo escribiendo a tiempo completo los últimos cuatro años.

—¿Y siempre has hecho literatura erótica?

—Sí, siempre. Empecé a escribir a los veinte años pero nunca creí que me publicarían nada hasta hace cuatro años. Las cosas sucedieron muy rápidamente. Conseguí una agente, vendí mi primer libro, luego tres más y varias novelas más largas. He tenido mucha suerte. Antes de eso trabajaba en la banca. Me iba bastante bien.

—¿En la banca? No te veo en un banco. Imagino que allí, en ese estricto ambiente corporativo, desperdiciabas tu talento. Eres demasiado… exótico.

Él se movió, incómodo, y entrelazó los dedos. Nunca había pensado en él en esos términos.

Este hombre lo desequilibraba como no lo había hecho nadie nunca.

Suspiró y prosiguió.

—No me gustaba nada. Pero el dinero que ganaba me dio la oportunidad de dejar de trabajar y dedicarme a escribir, así que me alegro. Por suerte, conseguí mis primeros contratos antes de que se me acabaran los ahorros. ¿Y tú? ¿Qué hacías antes de escribir profesionalmente?

—Enseñaba inglés en una universidad de aquí.

—¿Y lo dejaste para escribir?

—No inmediatamente. Dejé de trabajar hace tres años. Tenía que cumplir con demasiados plazos de entrega. Sentía que no podía hacer ambas cosas y dedicarle la energía necesaria a todo. No quería ser un fraude para mis alumnos. De hecho, me encantaba la enseñanza. Algunas personas creen que es una existencia banal pero yo disfrutaba mucho.

—Me imagino. Y estoy seguro de que encontrabas tus emociones en otro sitio.

Él sonrió.

—Por supuesto. No me voy a molestar en decirte que soy alguien que no soy. —Le dio un sorbo al té—. A diferencia de otras personas.

—Vaya, un puñal. ¿Me lo sacas de la espalda?

Él sonrió y un destello de malicia se asomó a sus ojos.

—Aún no. Ya hablaremos de eso más tarde.

A Minseok se le encendieron las mejillas otra vez y notó calor en la entrepierna. De repente cayó en la cuenta de que este hombre iba a tocarlo muy pronto. Que lo azotaría. ¿Y qué más?

Cruzó las piernas debajo de la mesa, tratando de ignorar el anhelo que sentía.

«Céntrate. Sigue hablando.»

La charla hacía que pareciera una cita normal y corriente. Eso lo podía soportar.

—Luhan, cuéntame más de esas cosas de adicto a las emociones fuertes que mencionaste el otro día. Las actividades extremas.

Él sonrió.

—Me gusta todo lo que me dé subidón de adrenalina. Hago snowboard, paracaidismo. Creo que también te dije lo de nadar entre tiburones. Y las motos. He participado en carreras también, pero no profesionalmente.

Él se estremeció. No le gustaba nada la idea. Nunca le había gustado.

—¿Minseok? ¿Qué ocurre?

Él movió la mano para quitarle importancia pero notó que se había puesto blanco. Y Yixing uno de los grandes motivos de que él se hubiera convertido en lo que era.

«Díselo y sácatelo de encima.»

—Perdí… perdí a mi hermano pequeño, Yixing, en un accidente de moto. La idea de que alguien conduzca una moto me… me incomoda.

—Lo siento. ¿Hace poco?

—No. No. ¿Podemos cambiar de tema? Parece que has viajado mucho.

—Es verdad. Me encanta el sudeste asiático, todo el hemisferio oriental. Tailandia es muy hermosa. Bali. Y el Tíbet fue una aventura aunque no muy cómoda, la verdad. Allí me tatuó un anciano usando el método antiguo. Cogen una varilla afilada de bambú y van pinchando para introducir la tinta en la piel. Hacen falta dos personas para sujetarte y para que la piel quede tensa. Se tardan horas. Pero al cabo de un rato entras en una especie de trance. Lo llevo en la parte de atrás del hombro; una parte en la que todo es hueso y dolió una barbaridad, pero es mi tatuaje favorito. Estos tatuajes son personalizados y tienen el significado espiritual que el artista descubre en cada persona. Un mensaje único. Fue una experiencia inigualable.

—Lo he visto hacer en documentales. Tiene pinta de ser muy doloroso pero los diseños son muy bonitos.

—Ya te enseñaré el mío un día de estos. ¿Te gustan los tatuajes?

—Sí. Tienen un significado muy personal e interesante; es como una declaración personal. Yo llevo uno.

—¿En serio?

—Pareces sorprendido.

—Tal vez no. ¿Qué es?

—Una ramita con flores de ciruelo por encima de la parte derecha de la cadera.

—Ah. Las flores del ciruelo son un símbolo de perseverancia.

—Sí. Las flores pueden sobrevivir a una helada invernal.

—Quizá me digas algún día qué es lo que significa para ti.

Él sonrió.

—Quizá. ¿Tienes otros tatuajes, además del que te hicieron en el Tíbet?

Él asintió.

—Un par de dragones en los antebrazos. Me los hice en Hong Kong. Me arremangaría para enseñártelos pero una vista parcial no les haría justicia. Tendría que quitarme toda la camisa.

Dios mío, ¿qué aspecto tendría este hombre sin camisa? Se estremeció.

—¿Y qué significan para ti?

—Los dragones simbolizan poder, fuerza y protección.

—¿De qué necesitas que te protejan?

Una sombra se asomó a su rostro pero desapareció tan deprisa que dudó de haberla visto, incluso.

—Todo el mundo tiene vulnerabilidades. No seríamos humanos si no las tuviéramos, ¿no crees?

—Y me imagino que no me contarás cuáles son esas vulnerabilidades, ¿verdad?

—Ahora no. Pero yo sí debería saber las tuyas. Eso también forma parte de mi trabajo.

—¿Es necesario?

—Sí —se limitó a decir.

—¿Por qué?

—El poder conlleva una enorme responsabilidad. Necesito tener información sobre cómo reaccionarás cuando juguemos y por qué para que pueda cuidarte como es debido.

—Oh…

Ese breve recordatorio de lo que habían planificado hacer juntos lo deshacía de deseo y lo mareaba ligeramente. ¿De verdad estaban manteniendo esta conversación con semejantes referencias eróticas en medio de un restaurante abarrotado?

—¿Por qué no me cuentas algo de tu familia, Minseok?

—¿De mi familia?

—Es un buen punto de partida.

—De acuerdo. Está bien… —Se quedó callado para pensárselo un momento. ¿Qué podía contarle?—. Soy de Seúl. —Hizo una pausa otra vez. No tenía ganas de darle demasiados detalles. Le resultaba demasiado duro. Se sentía mejor cuando se quitaba a la familia de la cabeza. Sobre todo a su madre. ¿Cómo podía explicar algo así?

Descruzó las piernas, cogió la taza y la encontró vacía. Luhan alargó la mano, la cogió, se la llenó y se la devolvió.

—Continúa —le instó él—. ¿Tu familia sigue viviendo allí?

—No. La mayoría está ahora en Gyeongi-do, Guri. Mi tía Sohee y mi madre. Y mi abuela Yuri, con quien me llevo muy bien.

—¿Pero no te llevas bien ni con tu tía ni con tu madre?

—Las cosas con mi madre son… difíciles.

—Cuéntame algo de ella.

—No.

Sus miradas se cruzaron pero él no se inmutó.

—Otro día, entonces.

Él asintió y apartó la vista.

—¿Quieres contarme algo de tu hermano? —le preguntó en voz baja.

—Pues no especialmente.

—¿Pero lo harás?

Lo estaba tratando con mucha delicadeza y eso hacía que quisiera contárselo. Dejar que lo conociera, aunque fuera un poco solo.

—Yixing era tres años menor que yo. Era buen chico y buen estudiante. Tenía un sentido del humor que yo no heredé. Siempre conseguía hacerme reír. Teníamos una relación muy estrecha. No nos peleábamos como la mayoría de los hermanos. Creo que nos necesitábamos mutuamente…

Se le apagó la voz.

«No quiero seguir con esto.»

—Perderle debió de ser muy difícil.

—Lo fue.

Llegó la camarera y les interrumpió; a él le vino bien.

Luhan pidió por los dos sin consultarle a él ni al menú. Cuando la camarera se fue, Minseok le preguntó:

—¿Siempre haces eso?

—¿Llevar el mando? Sí. —Se inclinó hacia delante con una expresión divertida en la mirada—. ¿Acaso esperabas otra cosa de mí?

Eso lo hizo sonreír.

—Supongo que no. —Cogió la taza otra vez—. Tu turno. Cuéntame algo de tu familia.

—No tenemos una relación muy estrecha. Mi madre y su marido viven en Changsha. Mis hermanastros Chen y Ling también están allí. Pero todos éramos adultos cuando se casaron nuestros padres y no nos conocemos mucho.

—¿No tienes más hermanos?

—No.

—¿Y tu padre?

—Mi padre…

Luhan se quedó callado, le dio un sorbo a su té, que cada vez estaba más frío, y se movió en la silla.

Le resultaba duro hablar de su padre y solía evitar el tema. Pero estaba cómodo con Minseok, a pesar de la tensión sexual, del deseo irrefrenable que reconoció al instante. Se esforzó por centrarse.

—Mi padre era físico y profesor de universidad. Era un hombre brillante. De verdad, no era porque lo tuviera puesto en un pedestal. Me enseñó muchas cosas. A él le debo gran parte de quien soy.

—Has dicho «era». ¿Qué le pasó?

—Murió cuando yo tenía veintidós años.

—Lo siento, Luhan.

Su rostro y su tono eran de pura compasión. Incluso sus ojos. No era lástima, era compasión.

—Estaba cruzando la calle y le atropelló un coche. Fue todo muy fortuito. Pero como era físico siempre creyó en la aleatoriedad del universo. Durante mucho tiempo yo también lo creí. Y aún lo hago, solo hasta cierto punto, aunque he pasado mucho tiempo buscando una respuesta mejor. Supongo que en parte mis viajes se han debido a esto mismo.

Hizo otra pausa y se pasó la mano por el pelo. Mierda, había dicho demasiado.

—Eso debió de haber sido horrible para ti. Parece como si fuera el único familiar con el que te llevabas realmente bien.

—Sí.

Sintió como si se bloqueara, como si lo bloqueara a él también. No quería hacerlo pero no podía seguir hablando del tema.

Llegó la comida. Justo a tiempo.

Él cambió de tema y hablaron sobre cuestiones menos personales durante la comida: las películas que les gustaban, los políticos locales, el arte y la música. Luhan se sorprendió al descubrir lo mucho que tenían en común. Quizá no tendría que haberse sorprendido tanto. Una química tan fuerte como la suya tenía que darse por más cosas además de que olía mejor que cualquier otra persona.

Cuando hubieron terminado, la camarera les retiró los platos y él pidió más té. Lo había estado observando. Le fascinaba la forma en que movía su hermosa boca al hablar o cuando apresaba un trozo de comida entre los labios. Su piel de alabastro era inmaculada, con un ligero rubor rosado en las mejillas. Era hermoso.

Tenía ganas de sacarle ese rubor a la superficie, en todo su  cuerpo. El rubor del deseo. La rojez de un trasero bien azotado.

Se le puso dura de solo pensarlo.

«Control.»

—¿Has cenado bien, Minseok?

—Sí, mucho. Gracias.

—No te entretendré mucho. Te quiero descansado esta semana. Ya hablaremos de lo que sucederá en el Pleasure Dome el sábado por la noche.

—Ah.

Ese ligero rubor se enrojeció un poco más y se le dilataron las pupilas. Él miró alrededor, preguntándose tal vez si alguien alcanzaba a oírles. A él no le importaba pero bajó la voz.

—¿Entiendes qué son las palabras de seguridad, Minseok?

—Creo que sí.

—Tu palabra de seguridad es «amarillo» si quieres que baje el ritmo o si hay algo que crees que es demasiado. Si necesitas un descanso, beber agua o si te entra el pánico. Si notas en tu cuerpo una sensación de gran incomodidad. Iré comprobando la circulación si te ato; cosa que probablemente haga.

Ahora Minseok empezaba a palidecer. No pasaba nada. No le importaba que se alarmara un poco por la realidad de lo que iban a hacer. De hecho, le complacía. El pene le dio un pequeño tirón.

Él siguió hablando.

—«Rojo» significa que quieres que pare. La escena terminará. Si estás atado, te desataré inmediatamente. Cortaré las cuerdas si es necesario. Yo nunca discutiré nada de eso contigo. De esta manera, tú tienes la última palabra y estarás siempre a salvo conmigo. ¿Lo entiendes?

Vio que tragaba saliva y se le movía la nuez.

—Sí.

—También debes saber que no juego sin contacto sexual. No hace falta que te acuestes conmigo, claro. Pero si te opones a que te toque, a estar desnudo, dímelo ahora y lo dejaremos aquí. La estimulación sexual puede ayudarte a entenderlo más. Te ayuda a soltarte. Algunas personas pueden jugar sin hacerlo, pero yo no.

Lo miró cuidadosamente y reparó en cómo le brillaban los ojos y se le aceleraba la respiración. Hasta sus labios se habían vuelto de un rojo más intenso, como si alguien se los hubiera mordido. Era una señal de deseo. Pero ¿se opondría a eso?

No sabía qué diantre haría si se retractaba ahora. Lo deseaba con todas sus fuerzas.

Pero él se limitó a asentir y dijo:

—De acuerdo.

Una frase corta y se le había puesto dura como nunca en la vida.

«Contrólate.»

—¿Tienes alguna pregunta que hacerme? —le preguntó él.

—Pues… no lo sé.

—Mira, si quieres puedes enviarme un correo electrónico desde hoy hasta el sábado.

Él volvió a asentir, tratando de parecer valiente, pero no dejaba de palidecer y de ruborizarse minuto a minuto.

Él se inclinó hacia Minseok, le cogió la muñeca y le palpó con los dedos bajo la manga. Tenía el pulso acelerado. Y la piel suave como el satén.

—Minseok, escúchame bien. Si en algún momento cambias de parecer, todo depende de ti. Esto funciona así. No me enfadaré, ni te juzgaré, ni tendré resentimiento.

No quería por nada del mundo que eso pasara y esa sensación no le gustaba nada.

—Está bien. Sí, lo entiendo.

—¿Sigues interesado?

Minseok se quedó callado un momento; los latidos se le aceleraron un poco más.

—Sí, me interesa. Quiero hacerlo. Tienes razón. Esta es la única manera de conocer el tema. Necesito conocerlo. Y no solo por el libro sino por mí mismo.

Él asintió intentando aparentar tranquilidad pero por dentro estaba hecho un lío: el corazón le latía con fuerza y el pene vibraba del deseo que sentía por él.

Kim Minseok no era una persona más. Lo que acabaría significando para él no lo sabía. Y, por primera vez en su vida desde que muriera su padre, sintió miedo.

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